La arquitectura criolla del fascismo
Federico Ruiz Tirado
Durante conversaciones recientes con
Germán Sánchez Otero, embajador de Cuba en nuestro país que en el 2002 le tocó
enfrentar la invasión de HCR a la embajada durante el golpe de estado, y que para
él, el cuerpo diplomático -y para muchos-
fue también un acto cruento de realismo sobre la ficción y los “neologismos” de
los medios privados que la calificaron como “un acto heroico de retorno a la
democracia”, amenizado por Tom y Jerry y Napoleón Bravo, surgió de su parte una
aseveración que era como un flash de su memoria: “Lo que iba a ocurrir en este
país era la implantación del nazismo criollo”, me dijo.
Un año antes, José Luis Betancourt, presidente de
FEDENAGAS y empresario ligado a la oligarquía criolla, en un acto de carnicería
fascistoide, rompió públicamente la Gaceta Oficial en la que se había publicado
la Ley de Tierras y Desarrollo Agrario: un acto que cifraba simbólicamente una
suerte de “bombardeo quirúrgico”, como diría el lingüista Vicente Romano, anticipando
el paro de diciembre y el golpe de estado contra el Presidente Chávez y el
pueblo venezolano.
Después del golpe, la derecha apátrida, tras paralizar
la industria petrolera, perforando casi a muerte la economía venezolana, ha
venido construyendo lo que Sábato le atribuye a la literatura fantástica
argentina: una especie de arquitectura aparentemente monótona, pero en la que
subyace la teatralidad, la pérdida de la racionalidad, de los límites, la
acción violenta contra las mayorías, la victimización (como lo expresa
magistralmente el rostro de María Corina) y la desafiante osadía verbal de HCR.
Toda una mascarada sostenida por el poder mediático.
Después, el 15-A, se embiste
contra el CDI de La Limonera, un modelo de cooperación en materia de
salud que simboliza a Chávez y a Cuba y al modo de enfrentar los servicios de
las clínicas privadas.
Tanto en el asedio a la embajada
como en la invasión a la Limonera, HCR luce en el primer plano del paisaje.
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