miércoles, 28 de agosto de 2013

                                                                   POR CAROLA CHAVEZ


¡Ah! La propiedad privada, el libre mercado, y el derecho a hacer lo que te de la gana con tu dinero, pilares fundamentales del capitalismo, principales banderas de nuestra oposición que hoy, capitalistamente, parecieran volverse contra sus más fervientes defensores. Tantísimas víctimas de la publicidad engañosa que se tragaron el cuento de “Nuestra empresa trabaja para usted” y peor, el de “Somos una gran familia”, este último, hipnotizante conjuro que los llevó al punto sin retorno de sacar dinero de sus modestas carteras para pagar una multa impuesta a la empresa del millonario que ellos también creyeron suya.
Tantos años de entrega, tanta fidelidad ciega, borrados con una simple transacción comercial: la empresa, un canal de televisión, fue vendida porque, según dijo el millonario que la vendió, no era económicamente viable, es decir, no le producía dinero y ¿quién va a mantener una empresa que no produzca real? El mismo argumento que esgrimían, los que hoy se sienten burlados, para defender el derecho a la especulación de ese mismo y de otros empresarios. Primer bofetón seguido por otros tan dolorosos.
Los nuevos dueños entienden que para que el canal deje de ser inviable hay que dejar de hacer lo que la llevó a la inviabilidad. Su inversión millonaria tiene que generarles ganancias. No hay que ser un genio para entender esto, es el ABC del capitalismo, pues.
Así llegan los cambios en la programación y en la línea editorial. Con una ingenuidad casi conmovedora, los periodistas se enteran de que las empresas de información tienen una línea editorial. ¡Pobrecitos! Entonces se rebelan, sin saberlo, contra el poder del capital, o sea, contra ese señor que compró el canal. Creyéndose la mentira de que son un poco dueños, toman medidas, contradiciendo la voluntad del jefe, del que paga, y se estrellan contra la brutal muralla del usted qué se cree, este canal es mío y aquí el que manda soy yo. Así, los periodistas, al ser tratados como a trabajadores en cualquier empresa, terminan lanzando un penoso comunicado.
Otra vez culpan al gobierno de atentar contra la libertad de expresión, sin ver que los  malos de esta historia son el capitalismo y la libertad de empresa que defienden a capa, espada, micrófono y cacerola.  

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