miércoles, 15 de febrero de 2017


“EL NEGRO PRIMERO”
FUENTE: LIBRO, “BOLÍVAR DESCONOCIDO”
AUTOR: Dr. XAVIER CHIRIBOGA MAYA
(ver sitio Facebook. XAVIER CHIRIOBGA MAYA BOOKS)
“El torero sigue siendo mítico y, cuando expresa la valentía el pueblo se enardece y los viejos entusiasmos reaparecen”.
(Enrique Tierno Galván).
"La excelencia moral es resultado del hábito. Nos volvemos justos realizando actos de justicia; templados, realizando actos de templanza; valientes, realizando actos de valentía".
(Aristóteles)
"¡Mi general! ... vengo a decirle adiós... porque estoy muerto"...
(Pedro Camejo)
La guerra de independencia se hizo, y sólo podía hacerse, con gentes de toda clase, condición y nacionalidad siempre que reunieran un solo requisito: estar dispuestos a dar su sangre y su vida misma en holocausto a la República.
Entre los horrores de la guerra a muerte, la patria naciente no necesitaba filósofos, ni estadistas, ni legisladores, ni abogados, sino hombres de acción, de espada, hombres fieras capaces de luchar con los perros de presa que defendían a sangre y fuego la causa de la tiranía española.
Contra Morillo, Monteverde, Boves, Rosete, Zuazola, Pascual Martínez, Tíscar, Enrile, Sámano, Warletta, de abominable memoria, era menester soltar a José Antonio Páez, Juan Bautista Arismendi, Montilla, José Francisco Bermúdez, Santiago Mariño, Manuel Piar, Antonio Brión, Antonio Nicolás Briceño, Padilla, Maza, Cedeño, Plaza, Infante, el Negro Primero. Y hay que reconocer que fue en Venezuela, teatro principal de la guerra a muerte, donde surgieron en abundancia aquellos hombres, espanto de los realistas.
El Libertador lo declaró así en Bucaramanga en 1828, refiriéndose a algunos de esos hombres de presa: «Se podrá decir que Mariño, Arismendi y Páez no son dignos de los empleos que poseen y que no tienen las capacidades necesarias para ellos. Esto es verdad si se les juzga desde 1826 hasta ahora y si sólo se tienen presentes sus talentos y actitudes; pero son sus servicios contra los españoles los que les han valido sus empleos, y ellos son inmensos; hicierón esfuerzos prodigiosos y obtuvieron grandes resultados. Entonces era lo que se buscaba y lo que se recompensaba.
De ahí que la auténtica figura de Bolívar nunca se destaque más enérgicamente a nuestros ojos como cuando lo contemplamos coronelito, pequeño de estatura y flaco de carnes, y, sin embargo, férreo y terrible domador de aquellos gigantes. ¿Por qué lo seguían? ¿Por qué le obedecían sumisos? ¿Por qué inclinaban ante él su petulancia y sus aceros? ¿Por qué callaban como estatuas cuando al sonar su voz de mando fruncía el entrecejo y relampagueaban sus ojos olímpicos?
Páez, el terror de los Llanos, el épico lancero, lo dijo con una frase heroica: «¡Porque Bolívar era muy grande!».
Y porque ellos eran como esos curtidos soldados de la vieja guardia, inmorta-lizados por Raffet, bajo el Imperio de Napoleón: «Ils grognaient, mais le suivaient.»
Y entre las figuras legendarias, como un héroe homérico desfila el Negro Primero, llamado así por los patriotas porque era el primero que mojaba la “cuchara”, como llamaban los llaneros venezolanos la lanza que ilustró el León del Apure. Su nombre era Pedro Camejo, su busto de bronce, al lado de los de Cedeño y Plaza, sus compañeros de sacrificio en Carabobo, se alza en la plaza de Caracas que lleva el nombre de la batalla que independizó para siempre a Venezuela, y de su vida y milagros nos habla el general Páez en su Autobiografía, en estas elocuentes frases:
«Entre todos los que murieron en Carabobo, al que con más cariño recuerdo es a Camejo, conocido con el nombre de Negro Primero, y esclavo un tiempo. Cuando yo bajé a Achaguas, después de la batalla del Yagual, se me presentó este negro, que mis soldados de Apure me aconsejaron incorporase al ejército, pues les constaba que era hombre de gran valor, y sobre todo muy buena lanza. Su robusta constitución me lo recomendaba mucho, y a poco de hablar con él, advertir que poseía la candidez del hombre en su estado primitivo, y uno de esos caracteres simpáticos que se atraen bien pronto el afecto de los que los tratan. Había sido esclavo de un propietario de Apure, quien lo había puesto al servicio del rey porque su carácter le inspiraba algunos temores.
«Después de la acción de Araure quedó tan disgustado del servicio militar que se fue al Apure, y allí permaneció oculto hasta que vino a presentárseme. Admitile en mis filas, y tales pruebas de valor dio a mi lado, en todos los reñidos encuentros que tuvimos con los españoles, que sus mismos compañeros le dieron el nombre de Negro Primero. Estos se divertían mucho con él, y sus chistes naturales mantenían la alegría de sus compañeros, que siempre lo rodeaban.
«Sabiendo que Bolívar debía reunirse conmigo en el Apure, recomendó a todos que no fueran a decirle que él había servido en el ejército realista. Esta recomendación bastó para que a la llegada de Bolívar le hablaran del negro con grande entusiasmo, refiriéndole el empeño que tenía en que no se supiera que él había servido al rey. Así pues, cuando Bolívar lo vio por primera vez, se le acercó con mucho afecto, y, después de felicitarlo por su valor, le dijo:
«— Pero, ¿qué le movió a usted a servir en las filas de nuestros enemigos?
«Miró el negro a los circundantes como si quisiera enrostrarles su indiscreción, y dijo:
«— Señor, la codicia.
«— ¿Cómo así? —preguntó Bolívar.
«—Yo había notado —continuó el negro— que todos iban a la guerra sin camisa y volvían después uniformados y con dinero en el bolsillo. Yo quise ir también a buscar fortuna, y más que todo a conseguir tres aperos de plata, uno para el negro Mendola, otra para Juan Rafael y otro para mí. La primera batalla que tuvimos con los patriotas fue la de Araure: ellos tenían mil hombres y nosotros teníamos mucha más gente, y yo gritaba que me diesen cualquier arma con que pelear porque estaba seguro de que venceríamos. Cuando creí que había terminado el combate me apeé de mi caballo y fui a quitarle una casaca muy bonita a un blanco que estaba tendido y muerto en el suelo. En ese momento vino el comandante gritando: «¡A caballo!» ¿Cómo es eso —dije yo— pues no se acabó la guerra?
«— Acabarse, nada de eso. (Venía tanta gente que parecía una zamurada.)
«— ¿Qué hizo usted entonces? —dijo Bolívar.
«— No hubo más remedio que huir, y yo eché a correr en mi mula; pero el maldito animal se me cansó y tuve que coger monte a pie. Al día siguiente fui a un hato a ver si nos daban que comer; pero su dueño, cuando supo que yo era de las tropas de Naña (Yáñez) me miró con tan malos ojos que me pareció mejor huir al Apure.
«— Dicen —le interrumpió Bolívar— que allí mataba usted las vacas ajenas.
«— Por supuesto —replicó—; y si no, ¿qué comía? En fin, vino el mayor-domo al Apure y nos enseñó lo que era la patria y que la diablocracia no era ninguna cosa mala; y desde entonces estoy sirviendo a los patriotas.
«Estas conversaciones divertían mucho a Bolívar, y en nuestras marchas el Negro Primero nos servía de entretenimiento. Continuó a mi servicio distinguiéndose siempre en todas las batallas. La víspera de la Carabobo, que él decía que iba a ser la decisiva, arengó a sus compañeros, y para infundirles valor y confianza, les decía, con el fervor de un musulmán, que las puertas del cielo se abrían a los patriotas que morían en el campo, pero que se cerraban ante los que morían huyendo del enemigo.
«El día del combate cayó herido mortalmente a los primeros tiros.»
He aquí cómo describe don Eduardo Blanco, edecán de Paéz, e ilustre autor de “Venezuela Heroica “, la muerte de Negro Primero:
«En lo más encarnizado del combate, Páez, lleno de asombro, ve de pronto salir de la nube de polvo que ocultaba a los combatientes a un jinete bañado en su propia sangre en quien al punto reconoce al Negro más pujante de los llaneros de su guardia.
«El caballo de aquel intrépido soldado galopaba sin concierto hacia el lugar donde se encuentra Páez, pierde en breve la carrera, toma el trote y después paso a paso, las riendas sueltas sobre el vencido cuerpo, la cabeza abatida y la abierta nariz rozando el suelo que se enrojece a su contacto, avanza sacudiendo su pesado jinete, que parece sostenerse automáticamente sobre la silla. Sin ocultar el asombro que le causa aquella inesperada retirada, Páez le sale al encuentro, y apostrofando con dureza a su antiguo émulo en bravura, en cien reñidas lides, le grita amenazándole con un gesto terrible:
—¿Tienes miedo? ¿No quedan ya enemigos?... ¡Vuelve y hazte matar!...
Al oír aquella voz que resuena irritada, caballo y jinete se detienen: el primero, que ya no puede dar un paso más, dobla las piernas como para abatirse; el segundo abre los ojos que resplandecen como ascuas y se yergue en la silla; luego arroja por tierra la poderosa lanza, rompe con ambas manos el sangriento dormán, y poniendo a descubierto el pecho desnudo donde sangran copiosamente dos heridas profundas, exclama balbuciente:
—¡Mi general! ... vengo a decirle adiós... porque estoy muerto...
Y caballo y jinete ruedan sin vida sobre el revuelto polo, a tiempo que la nube se rasga y deja ver nuestros llaneros vencedores lanceando por la espalda a los escuadrones españoles que huyen despavoridos.
«Páez dirige una mirada llena de amargura al fiel amigo, inseparable compa-ñero de todos sus pasados peligros, y, a la cabeza de algunos cuerpos de jinetes, corre a vengar la muerte de aquel bravo soldado, y aquella violenta acometida decide la batalla.»
Al saber su muerte Bolívar, la consideró como una desgracia, y se lamentaba de que no le hubiese sido dado presentar en Caracas aquel hombre singular en la sencillez y sin par en el coraje; aquel negro inculto pero heroico que tuvo una frase digna de ser grabada en bronce y no menos enérgica que la de Dantón, pronunciada un día de prueba y que se lee al pie de su estatua en el boulevard Saint-Germain de París: Contre les ennemis de la Patrie, de l ’audace, encore de l audace, toujours de l’audace!
El Negro Primero, cuando en la batalla de Carabobo, en la gran carga al cuadro del batallón Valencey, fue alcanzado por el general Cerdeño, exclamó:
«¡Delante de mí sólo el pescuezo de mi caballo!» COMPARTIR.
NOTA: Su imagen aparece en el billete de 5 bolívares, junto al paisaje de los Llanos venezolanos y 2 cachicamos
Sus restos simbólicos reposan en el Panteón Nacional desde el 24 de junio de 2015.
VENTAS: LIBRERÍA ESPAÑOLA, LIBRERÍA DE LA CASA DE LA CULTURA.
PEDIDOS Y CONFERENCIAS: chiribogaxavier@hotmail.com
DISPONIBLE EN PDF.
telf: (593) (2) 5146869
CEL_ 0983283280
QUITO-ECUADOR

No hay comentarios:

  EL MUNDO CAMBIARÁ, EL CORONAVIRUS LO LOGRARÁ. Desde que el mundo es mundo, los imperios con sus monarquías y con apoyo de las religiones, ...