martes, 4 de agosto de 2015

La democracia protagónica y participativa, les participa que estos son sus candidatos a elegir. 

POR POMPILIO SANTELIZ.


Pareciera que renace la vieja dedocracia vertical, que subestima a las masas como sujetos constituyentes. Esta práctica, cada vez más descarada, coloca en tela de juicio al Partido como eje transversal del salto cualitativo.
No es la teoría lo que lo ha derrotado como alternativa a futuro sino la historia de traición y conciliación del ejercicio del poder, del método y el modelo empleado lo que les ha quitado credibilidad. Se actúa fortaleciendo el poder por el poder mismo.
Se han formado movimientos masivos o de vanguardias amplias y colectivas que no aceptan esa exterioridad a ellos y exigen dirigentes salidos de sus propias luchas, esencias e identidades. Son una nueva experiencia de pueblo, una resistencia distinta, diversa y discontinua que no se ve representada en nadie, o por lo menos actúa con suspicacia frente a la imposición. Sometidos a la necesidad de reconstruir su experiencia desde paradigmas de pensamiento y acción, de afectividad y comunicación, donde el profesional de la revolución no tiene cabida como intermediario exterior a las subjetividades presentes con anhelos de cambios reales.
Estiman que la cuestión estaría en determinar si esa supuesta vanguardia, además de política, es revolucionaria. Entienden que en este lapso procesual nada es estático y toda lucha está inserta en la dinámica del poder constituido, la dinámica del poder constituyente y la dinámica de la contrarrevolución.
Se edifica una concepción donde el pueblo vigila a sus gobernantes, enjuicia y veta. Una vanguardia concebida con esa horizontalidad supera la idea de la construcción clásica del partido de cuadros, que casi siempre termina convertido en el poder constituido de gente selecta. Se asienta en una visión de la red de redes, como respuesta a las prácticas burocráticas que se presentan bajo el enfoque de la partidocracia como organización.
En la interrogante de partido de la burocracia o partido de la revolución, conciben una organización revolucionaria inserta en dinámicas sociales. Que viva y sienta como la gente, que salga del pueblo. Una vanguardia del protagonista cotidiano de la revolución, que tenga en cuenta lo que hemos sido y somos, que no considere al ciudadano urbano o rural como simple observador de la dinámica de la democracia representativa institucional, sino como el sujeto principal de cualquier cambio revolucionario.
En todo caso, cualquier decisión, en este laberinto transicional de edificar políticas revolucionarias, debe ser de un amplio consenso. Ahondar en la discusión dentro de colectivos y militantes de formación muy heterogénea, sin tubos ni imposiciones que creen nuevos recelos que invaliden estos intentos de “unidad”, por muy policlasista y diversa que sea. Interesante sería que este actuar dentro de la dinámica institucional burguesa fuera síntesis emancipadora y no decreto, ni simples fusiones de aparatos burocráticos huérfanos de estrategias de largo plazo.

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