jueves, 1 de mayo de 2014

Eliécer /LETRA VEGUERA
Federico Ruiz Tirado
Cuando esta crónica esté impresa o circulando en la red, es probable que muchas de las hipótesis sobre su asesinato se hayan desgastado, sobre todo en aquellos significados mediáticos (los cocinados en los hipotálamos de Elides Rojas, Miguel E. Otero, Ybéyice Pacheco y otras fantasmagorías diabólicas que motorizan la guerra mediática contra Venezuela); desgastado, digo, porque es imposible que esta singladura siniestra, pretendidamente semántica, orgíastica y miserable, que emigra de un diario a otro o de un canal de televisión a otro, nacional o internacional, de un tuiter a otro y que tienen en común muchas taras, pero sobre todo ese efecto que produce la peste de entrar por las ventanas y las rendijas de las puertas para abochornar aún más la interioridad dramática del clima y volvernos más reos, mudos y globalizados, más gallinas dentro de nuestro propio gallinero, no haya, en fin, sufrido un quiebre profundo en el imaginario colectivo y voltear la tortilla del móvil del crimen.
Hablo de un quiebre sonoro, que propague como el fuego dos esencias; una, que a Eliécer lo mataron porque, quizás nadie mejor que él en estos momentos de coyunturas tan múltiples, densas y carentes de referencia en muchos sentidos, que dicho sea de paso cierta izquierda no logra calibrar ni entender, esa que dice estar “apegada“ a Maduro; nadie mejor que Otaiza, repito, representaba, digámoslo así, espiritualmente, el valor del chavismo, el alma del Comandante, sus dones, sus trazas ideológicas. Cierto es que a Nicolás Maduro le ha tocado lidiar con el timón y nadie puede negar que en los cuatro puntos cardinales del paisaje político nacional, su figura y su liderazgo aparecen como árboles bien planteados: como lo que es, un hijo de Chávez, incluso más allá de las fronteras. Cito a Misión Verdad.com:”..era el presidente de la Cámara Municipal de Caracas, una figura destacada del chavismo de larga trayectoria, un dirigente de base radical”.
La otra esencia que debe esparcirse es la que ya no puede ser simplificada: esta es una guerra diversificada e implacable, provenga del Uribismo o de sus antiguos y “nuevos” socios petroleros venezolanos, directamente del Imperio y sus compinches, que tiene su anclaje en la presencia de grupos paramilitares, sicarios del mal o hampa común (esta última utilizada por los anteriores) que han ido adueñándose de nuestra territorialidad y se despliega, con ayuda de los medios privados, como un monstruo de mil cabezas.



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