miércoles, 15 de enero de 2014

Estado Comunal o Revolución Comunal

Roland Denis
I
Desde hace alrededor de tres años el discurso político revolucionario proveniente de las bases del chavismo se ha concentrado fundamentalmente en una meta: la construcción del llamado “Estado Comunal”, mediado por la constitución de comunas socialistas como espacios de autogobierno del pueblo. El sueño de crear un Estado organizado en comunas. Aunque nunca habló de Estado Comunal propiamente, ésta es, si se quiere, la última gran meta nacional que deja Hugo Chávez; convirtiéndose en bandera de numerosos movimientos sociales, y del discurso político oficial, desde la presidencia hacia abajo. Pero ¿qué quiere decir un Estado Comunal?. Uno de los problemas reiterativos de la dirigencia chavista en todos estos años es la costumbre de inflar los conceptos políticos, dichos en un tono de estruendosa radicalidad, pero que, a la hora de descomponer su significado concreto (descrito en leyes y programas) y consecuencias reales en la estructura de orden de una sociedad, o en la estrategia política de un gobierno, nada queda claro, salvo el tono pomposo en que se ha dicho.

Estado Comunal supone, en principio, la formación de numerosas comunas, y éstas a su vez estarán normadas por una ley, que no habla de otra cosa que de los pasos que una población cualquiera ha de dar para que se sea aceptada la existencia de una comuna en determinado territorio. El criterio es agregativo, es decir, se suman un determinado grupos de consejos comunales que seguirán unos determinados pasos asamblearios, electivos y de delegación de funciones, estableciendo acuerdos y proyectos comunes hasta terminar en una carta fundacional que debería darle legalidad a la nueva comuna. Bajo la costumbre empezada desde el 2005, fecha que comienza a legalizarse la figura del consejo comunal, el movimiento popular, desde las alturas del Estado, se concibe como una serie homogénea de espacios de organización integrados por la actividad directiva del Estado. Es la serialización del movimiento y el poder popular, visto en cada una de las localidades desde donde irrumpe, y luego es cooptado y administrado por el fuero burocrático, hasta ordenarlo en pequeñas series de núcleos reconocidos que son homogeneizados (son y valen lo mismo en el papel) dentro de las oficinas gubernamentales . En el caso de las comunas no es nada distinto, aumenta simplemente el límite territorial hasta concebir no sólo comunas, sino ciudades y confederaciones comunales, que irían convirtiéndose en una “telaraña”, como dice el ministro Iturriza. Bonita figura, pero que al final, no es más que una nueva división político-territorial paralela al viejo Estado, creado en la constituyente del 61 y aún vigente.

La derecha opositora denuncia esto porque efectivamente le quiebra su piso representativo-partidista tradicional ligado a los municipios y gobernaciones, dándole preferencia al poder delegativo controlado, en principio, desde la acción política de Estado y el PSUV. La derecha oficial del chavismo lo defiende porque le asegura una base obediente organizada que se encargará de determinados asuntos propios de las comunidades, mano de obra empleada, y su lealtad a los mandos del poder constituido y el gobierno en particular. Mientras la esencia de las relaciones sociales de poder, estructuradas a través de la propiedad sobre el capital, la tierra y los medios de producción, no cambian en absoluto. Ambas derechas (entendida la derecha como aquella ubicación política interesada en la conservación de lo mismo, cambiar para que no cambie nada) garantizan desde su óptica la obediencia social a su proyecto de dominio, teniendo en este caso la delantera quien maneja actualmente el gobierno.

El Estado Comunal, en ese sentido, es una fantasía burocrática agregativa, externa totalmente al proceso concreto en que se desenvuelve tanto la lucha de clases, como los proyectos emancipativos en cada región o territorio, e igualmente externo a las pocas comunas que realmente se han venido constituyendo con el pueblo en lucha a la cabeza. Ese Estado Comunal que ya habla a través del ministerio de comunas y el discurso social del gobierno, suma, según declaraciones, más de trescientas comunas constituidas este año (¿dónde?, ¿quienes hablan por ellas?, ¿qué cambiaron?, ¿que hacen?, ¿qué producen? ¿cuánta gente participa?, ¿qué insurgencia les dio vida?, ¿qué expropiaron?, ¿cuál es su ley autogobernante?), y alrededor de tres o cuatro mil, dentro de tres años, de acuerdo al plan estratégico establecido en las oficinas ministeriales.

Esto es un escupitazo a cualquier preámbulo básico del pensamiento liberador, que mucho antes de estar haciendo cuentas y números del mundo que habrá de ordenar, construye la idea, produce la acción, genera movimiento para que una realidad “otra”, es decir, un hecho transformador real pueda manifestarse y generar el poder constituyente necesario que garantice su expansión y hegemonía por el resto del espacio dominado por las viejas estructuras de poder y dominio. En definitiva, trescientas o tres mil comunas, pre-vistas y pre-establecidas en mapas y divisiones arbitrarias hechas en los lugares de oficina o en las reuniones de un grupo cerrado de activistas gobierneros en algún punto del país, es sin duda, un proyecto de control político ajustado al lenguaje revolucionario de los últimos años. Algo que ha querido negar y hasta advertir de su peligro, el ministro Iturriza, pidiendo prioridad a lo político y no lo administrativo, pero que se derrumba en su propio plan estratégico ministerial (ya publicado en la página web del ministerio), quedando perfectamente claro el propósito de hacer muchas “comunas”, miles, que no sean formatos genéricos de organización que cualquier grupo poĺítico-social puede emprender junto a sus aliados territoriales, hasta terminar constituyendo una supuesta institución de autogobierno popular que nadie conoce.

El Estado Comunal no es otra cosa que un burócrata vigilando, dando aprobaciones, permisos y recursos -o no- a un grupo de personas probablemente de muy buena voluntad, otros mas vivarachos; que antes de reventar el aplastamiento opresivo, le garantizarán su perpetuidad en el poder. Es una fantasía que delira en aquella visión muy comentada últimamente de unas supuestas 22 millones de personas viviendo en comunas en pocos años. ¿En comunas o bajo el dominio de un Estado Comunal que verán en ellas ciudadanos integrados al territorio, que les dio la gana de nombrar comuna, y organizar en ella su poder local?. De acuerdo a este plan serán 22 millones de personas que en algún momento les avisarán que son parte de tal o cual comuna (cerca de mi casa, utilizando el nombre de un gran revolucionario y hermano de vida mio ya despedido de esta tierra, hay supuestamente una comuna en formación ¿o constituida? que ni rogando me invitan a saber de qué se trata, ni a mi, ni mucho menos al que hace café en la esquina). Son 22 millones de personas manejadas y “representadas” en el mas burdo sentido de la opereta democratista, por un grupo, que de acuerdo a los cálculos, no llega ni al 5% de la población; particularmente en zonas urbanas, donde la dispersión existencial y complejidad clasista de esa población es muy superior al campo. En fin, un delirio del poder burocrático.

II
¿Pero esto le quita sentido al principio de Comuna?. Por esta vía podrían acabarlo, ya que las comunas, al final, serán un fracaso rotundo, en lo que supone lo más importante de todo, que es su constitución como espacio de transformación radical de la vida; una comunidad restablecida sobre parámetros antagónicos al individualismo perdido y egoísta de la vida, dentro del mundo capitalista. Un fracaso productivo, ya que se están hablando de empresas comunales marginales que no cambiaran para nada la estructura vampírica del modelo económico rentista y el poder corporativo de Estado. Estructuras de territorio estático, que al final, hasta los más comprometidos tenderán a abandonar, obligados por el orden salarial y de sobrevivencia capitalista que los rodea y supera infinitamente.

Por ello, y tomando como referencia de apoyo, el inmenso descontento que se ha venido sumando en todas las bases populares que han garantizado la sobrevivencia del ideario revolucionario por todo lo que supone la confrontación, con tanta falsedad regada, entre los estamentos estatales; la recomendación es, primero, dejar de lado esa fantasía, de hecho muy libresca, del Estado Comunal, que puede terminar siendo una calamidad. Y en segundo lugar, avanzar efectivamente en un movimiento comunero que asuma de lleno el reto, no de un Estado, sino de una Revolución Comunal.

¿Qué puede significar esto?. La comuna es un sujeto social y político que se constituye en un proceso, que de hecho, ya ha avanzado sus pasos en varias regiones del país, generando una experiencia subversiva al orden representativo-capitalista, todavía precaria y débil, pero donde se acumulan saberes y experiencias que podrían acelerar los pasos en ciertas condiciones. Un sujeto del que nadie decreta su existencia, que se hace gracias el empeño luchador y territorial de vanguardias colectivas que asumen de lleno el reto revolucionario y se dan el derecho de crear, bajo cualquier condición, una realidad de justicia e igualdad. Es una “utopía”, en el sentido clásico del término, que necesita hacerse real por objetivos de liberación y sobrevivencia del planeta, donde lo fundamental está en la capacidad política autónoma que vaya sintetizando, cuyo movimiento ha de decidirse a dar pasos superiores de lucha.

Estemos claros que ningún orden libertario puede llegar a constituirse de manera legal. Eso es pedirle al hidrógeno que por alquimia milagrosa se transforme en agua. Se necesita el oxígeno de lo que respira y se mueve por fuera del “antiguo régimen” para encontrar la laguna conveniente y criar en sus aguas los sujetos dispuestos en primer lugar a NEGAR EL ESTADO BURGUÉS, entenderse dentro de una dinámica ética y políticamente superior a él, no sujeta a sus leyes -que cuando mucho se negocian-, menos a sus ordenes y condiciones. Es lo mismo que hicieron las comunas de Castilla del siglo XVI, que tanto felicitó Marx, como la primera revolución seria de Europa, las cuales se enfrentaron abiertamente al imperio español naciente. Es lo que hicieron los comuneros de la Nueva Granada al enfrentar el colonialismo de entonces. Es la comuna proletaria de París o los soviets revolucionarios del 1905 y 17; las comunas chinas de los años cincuenta y sesenta, entre tantas otras experiencias mundiales. Todas estas comunas lo fueron porque negaron el derecho del “antiguo régimen”, o de nuevos órdenes opresores en formación, a regir la vida de quienes ya se han dado o comienzan a darse, “otro orden de vida” sobre parámetros éticos contrarios y superiores. La comuna no es una nueva división territorial del país, es la revolución social llevada a su máxima expresión territorial.

Esto por supuesto necesita que se invierta por completo la visión de dicho proceso comunero, un “golpe de timón” efectivamente. Quienes hacen comunas son los comuneros en un movimiento nacional y articulado que produce su propio plan estratégico. Un movimiento que exige respeto al Estado y obediencia a sus decisiones, de acuerdo al artículo 71 de la constitución, si se requiere legalidad; y a la premisa de “mandar obedeciendo” del Plan Patria, si se trata de congruencia política conjunta. Si no hay respeto los niveles de lucha pasan a otro nivel como condición de vida o muerte para el proceso comunal revolucionario. Por otra parte, si la forma-comuna no es ninguna serie homogénea de espacios organizados que han cumplido con unos determinados pasos de ley y de allí son “reconocidos”; es por tanto, un movimiento vivo y expansivo, profundamente participativo y horizontal, tan diverso como cada región y sociedad donde se desata, y a la vez unificado en un objetivo común revolucionario, donde los ritmos y procesos son altamente distintos (sobretodo si diferenciamos los procesos de ciudad y el campo) y al mismo tiempo convergentes política y estratégicamente. Aquí no cabe un plan de trescientas o tres mil comunas preplanificadas para un determinado tiempo exigido desde arriba, porque se trata de un tiempo político que nada tiene que ver con los ritmos e intereses del orden constituido. Por lo cual no estamos hablando de una serie de papeles registrados con poblaciones anónimas incluidas por obligación y a sorpresa de cada quien; sino de una insurgencia diferenciada, profundamente solidaria, y articulada entre sí, producida por sujetos conscientes y plenamente politizados, trabajando en un cruce dialéctico de tiempos, que pasa por días de rapidísimo avance que pueden ser hasta insurreccionales, y a su vez de años de difícil construcción societal.

Existen entonces exigencias comunes de respeto y obediencia del Estado. Pero cuidado, es posible que si nos atrevemos a anticipar exigencias al final no sean mas que una estupidez, dada la complejidad que supone un proceso real de construcción de comuna (empezando por la pregunta: ¿serán en paz o en un clima de confrontación abierta?, aquí en Venezuela es casi un hecho) en un mundo que ya no es una realidad atomizada de colectividades humanas, sino un mundo cada vez más globalizado y “desterritorializado”. No obstante, atrevámonos a jugar el papel de conciencia ilustrada y enumeremos un mínimo de exigencias, y por sugerencia nuestra, al movimiento:

-En primer lugar, una comuna no es una suma de consejos comunales sino de núcleos reales y dinámicos de lucha, espacios de producción de colectivos e individuos que trabajan en pro del poder popular (donde pueden estar, por supuesto, consejos comunales) y se alinean en función de crear un orden autogobernante (metafóricamente es una república autogobernante territorialmente constituida).

-Establece una nueva democracia que no es ni meramente delegativa ni mucho menos representativa, borra la división entre gobernantes y gobernados, siendo una democracia abierta y directa, que se ordenará de muy diversos modos de acuerdo a la cultura, el espacio, las posibilidades tecnológicas y las exigencias del colectivo (todo lo contrario a la ley que formatea homogéneamente el orden “democrático” de las comunas como cualquier burgués liberal que diseña “su empresa y su nación”).

-Absorbe el poder territorial y exige al Estado el traspaso del conjunto de las políticas públicas bajo su mando colectivo (misiones, etc).

-Toma bajo su conducción, de acuerdo a una nueva concepción de la educación, la salud, el deporte, la cultura, el desarrollo de los centros locales de dichos servicios y participa directamente en la cogestión de los centros de carácter nacional (quiebra las paredes donde aún se enclaustran estos servicios y los hace de todos y de acuerdo al saber de todos).

-Se desarrolla posesionándose o exigiendo el control absoluto o cogestionado de los principales centros de producción locales en que caso de existir, de lo contrario, exige los recursos necesarios de capital, tierra y maquinaria para que esto sea posible, de acuerdo a un plan consensuado colectivamente que será autogestionado en una visión integral de las necesidades de desarrollo.

-Los planes de cada comuna los aprueba ella misma, no el Estado, quien por el contrario, debe ponerse a su servicio.

-Exigirá al Estado de acuerdo a las características del espacio un avance profundo en el proceso de socialización de la tierra.

-La propiedad privada y pública de producción, comercio y vivienda aportarán directamente a la comuna como impuesto al capital en recursos de uso o de dinero (condición para su participación en la misma de sujetos privados)

-Dentro de las relaciones comunales y centros de producción de bienes en proceso de desarrollo no existirá la propiedad privada ni la división social del trabajo. El establecimiento de relaciones salariales, colaboraciones, contrataciones y reparto de beneficios, en caso de haberlos, se establecerá de acuerdo a cada circunstancia.

-No aceptará ninguna empresa que suponga el deterioro del ambiente y la mala alimentación, desarrollando iniciativas y tecnologías para la recuperación de los ecosistemas locales.
-Establecerá, tomando como referencia el plan nacional comunal y nacional, un entretejido cada vez más complejo de relaciones de inversión conjunta, intercambio, comercialización, formación, comunicación con otras comunas, centros de producción y espacios sociales en función de ir creando una verdadera economía socializada.

-Estas mismas relaciones se extenderán a nivel internacional, para lo cual el Estado estará en la obligación de facilitar las condiciones de posibilidad.

-Hará respetar su derecho a la defensa y seguridad propia, estableciendo una coordinación directa, mas no sumisa, con los cuerpos policiales y militares del Estado.

-Cada comuna igualmente ha de comprometerse en rendir cuentas a la sociedad en su conjunto, de manera transparente y abierta. En ese sentido ella pueda ser juzgada o incluso sancionada si sus principios y aportes obligados a la sociedad en su conjunto no sean cumplidos.

Todos estos elementos hacen parte de una memoria colectiva convertida en premisas programáticas todavía a prueba y por ejercerse. Queda abierto de todas formas un proceso más complejo aún, de acuerdo al mundo en que nos toca vivir en este siglo. Obviamente el individuo y el colectivo no son realidades que se puedan fusionar absolutamente, a estas alturas, de acuerdo a un colectivismo clásico y estático territorialmente. Los territorios hoy en día no sólo son físicos, son igualmente virtuales, por lo cual una comuna o confederación de las mismas, puede perfectamente incorporar en su seno individuos de aquí y el mundo entero, internacionalizándose y haciéndose ella un evento plurinacional, ampliando su espacio tanto físico como virtual a un nivel indefinido. Igualmente pasa con el individuo en sí. Primeramente todo individuo tiene el derecho de participar o no en un determinado proceso comunal obviamente. Pero mucho más allá, un individuo que quiera hacerse comunero no sólo vive la contradicción de la sociedad capitalista que perdura, sino que hace más trágica su realidad como individuo alienado, aislado y a la vez social, eso ya es un problema inmenso. Además, como “individuo del mundo” tiene todo derecho a ser parte de una o cuanta comuna quiera ser parte activa, con la aprobación de la misma. En respuesta, un individuo a estas alturas pueden ser parte de variados procesos de transformación comunal, aportar a ellos, y de allí superar la tragedia de la sobrevivencia capitalista, ampliando infinitamente su existencia liberada. Si lo vemos desde esta lógica de apertura territorial las comunas venezolanas podrían potencialmente integrar al mundo entero (no veintidós ¡sino a cuatro mil millones de seres humanos!). Y viceversa, un mundo donde triunfe la libertad sobre la explotación podría igualmente integrar a todos los venezolanos. Entramos entonces en una fase realmente extraordinaria de liberación humana de fronteras y ataduras que sólo una verdadera revolución comunal, autogobernante, socialista, puede visualizar y concretar. Cada comuna es entonces toda la humanidad liberada

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