martes, 17 de marzo de 2009

UN INDIGENTE RESCATADO



UN INDIGENTE QUE DEAMBULABA POR LAS CALLES ENTRE BASURA Y CON GUSANOS
GERARDO MORÓN SÁNCHEZ

Menesterosos, necesitados, pobres, aquellos que no tienen lo necesario para vivir. Así los define la Real Academia Española. A esto habría que agregarle que son los que el Estado tiene olvidados.
Para los de pensamiento cruel, los indigentes son desechos de la sociedad, esos que nadie siente, nota o extraña cuando mueren. Muchos le pasan por un lado y se conforman con lamentarse: “¡Pobre hombre!...” Pareciera que con semejante expresión de piedad estuvieran poniéndose en las buenas con Dios. ¡Quién sabe! La mayoría los juzga y condena. Creen que el estar así es por castigo. ¡Puede ser!
¿Pero de dónde salen tantos indigentes? Cada uno de ellos tiene su historia y pasado. Algunos eran estafadores o fueron estafados, otros cayeron en la drogas, muchos quedaron en bancarrota, algunos nacieron con trastornos mentales; paranoicos, locos, trabajadoras sexuales, travestis, hombres agresivos, quizás delincuentes a quienes ni sus mismos familiares soportaron. La mayoría proviene de hogares con extrema pobreza. Ahora están en otros peores, llamados inframundos… los ejemplos son infinitos.
Abandonado, desnutrido, deshidratado, huérfano de la vida y desahuciado se encontraba Rafael Antonio López. Por alguna circunstancia llegó a vivir en las calles, a conseguir en cada toldo una casa, en cada acera una cama, en cada pliego de periódico o cartón una sábana, en cada naranja podrida un postre, en cada ropa rasgada un traje de gala… Era un muerto viviente por decir de manera cruda. Su aspecto era de un cadáver.
Para Rafael Antonio, los gusanos y larvas eran su única compañía. De no haber sido por el cráneo los intrusos carnales ya le hubiesen masticado el cerebro desde hace tiempo. Aunque otro tipo de termitas, como la soledad, el olvido, la falta de aprecio y de compañía se lo devoraron desde hace tiempo. Este indigente que dice ser de Colombia y no tener hijos, se había convertido es un espectáculo público degradante. Un personaje, se podría decir, de película, que inspiraba terror con sólo verlo. Una yaga se convirtió en un hervidero de gusanos y larvas robustas que se alimentaban de su cabeza. La lesión creció y aunque le destrozó todo el cuero cabelludo, él, con amarres de alambre trataba de unirlo. Así pasó mucho tiempo, deambulando por las calles como un fantasma, desapercibido ante la mirada de esa gran mayoría que no aguanta el olor a descuido y no soportan a los indigentes.
La herida se hizo cada vez más ancha y amenazaba con propagarse por todo su cuerpo. Rafael Antonio, con el paso del tiempo y sin poder recibir tratamiento médico estaba prácticamente condenado a una tumba. El domingo 11 de enero del 2009, a las 10:00 am, su destino cambió cuando alguien se apiadó de él o quizás sintió lástima. Sea lo uno o lo otro, lo cierto es que esa persona no lo ignoró.

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