viernes, 10 de enero de 2020

A 160 años de la siembra de Ezequiel Zamora
Guerra federal zamorana
¿Lo inconcluso como axioma o como anatema?
Esta inusual guerra que se desarrolló en Venezuela entre los años 1859-1863 dirigida por el General del Pueblo Soberano Ezequiel Zamora, fue un conflicto bélico que algunos catalogaron como revolución y otros un simple duelo de facciones parecidas. Ella, como casi todos nuestros acontecimientos procesuales, no logró sus objetivos básicos: la democratización de las tierras y la libertad plena del ciudadano. Ni siquiera su consigna de Dios y Federación obedeció a un resultado propicio a sus fines, por cuanto en nombre de Dios se orientó a un régimen laico y en nombre de la Federación se impuso una Dictadura centrista. El resto, como se sabe, fue la frustración de un pueblo que por primera vez en la historia asumía visos de conciencia de clase.
Recuperar a Zamora en este tiempo es volver a la esencia de la tierra, a su cosmogonía, ir a sus raíces, a lo radical, al trabajo, a la vida, más allá de la clásica revolución tecno-científica como nos mostraron los manuales de la Academia de la URSS.
Una síntesis procesual partiría de reconocer cómo la independencia afianzó el esclavismo y la exclusión. Lo inconcluso de nuestra independencia, que no fue más que un cambio de amo, estuvo en buena parte en lo intocable de la estructura económico social. Devino luego, el desmembramiento de la Gran Colombia, con el cual se pierde la perspectiva continental de Patria Grande y empieza un pugilato militar de un quítate tú para ponerme yo, ocasionando decenas de guerras civiles que se prolongaron por casi 100 años.
Se fue conformando con Zamora, una especie de híbrido, llamado luego “liberalismo popular”, distinto al programa ecléctico de los supuestos cambios del Partido Liberal. Era un liberalismo popular versus un liberalismo de salón. Se idearon programas alternativos de la periferia popular, conformándose un movimiento que amenazaba la propiedad y cuya perspectiva era formar una Comunidad de la tierra.
Para el Partido Liberal era más importante ofrecer que cumplir. Su composición policlasista, estaba formada por terratenientes endeudados o marginados del poder, en “unidad” con una masa popular de criados, artesanos, esclavos y manumisos que expresaban una libertad dudosa, Todos enfrentados a una burguesía parasitaria, mercantil y usurera como su enemiga principal.
Los liberales logran amalgamar la diversidad de los participantes que aspiraban su inclusión en una imaginada Republica federal. Se conforman dos bandos: un sector militar, que se creía, por sus méritos de fuerza, con derechos de hacer la República. Una vanguardia intelectual apegada a las lógicas del mercado cuyos paradigmas eran abrirlo al exterior, controlar las aduanas y privatizar con inversión extranjera. Sectores de la burocracia liberal, captaron el descontento popular y como intermediarios buscaron aminorar la participación política de las mayorías empobrecidas.
Zamora levanta un proyecto paralelo a los dos bloques y se va con la gente que no formaba parte ni de la burocracia, ni del reformismo liberal, señalando radicalmente a los que se habían apropiado de la tierra ilegalmente.
Influenciado por el socialismo utópico europeo, pudo adaptarlo a nuestra realidad, con un discurso que llegaba y un ejemplo en su accionar en el combate. Teoría y práctica, que por supuesto, tenía las limitaciones de la época al no tener una estrategia programática del más allá ideológico y el cómo fundar un nuevo Estado comunal. Ese carácter socialista primigenio lo arengaba en sus discursos cuando hablaba de “proporcionar una situación feliz a los pobres”, “no habrá ni ricos ni pobres”, “la tierra es libre y es de todos”.
Pero toda esta perspectiva se ve truncada en San Carlos, por un balazo a su líder máximo, cuando ya avanzaban hacia la Capital. La ausencia de su pre claro dirigente, junto a la carencia de un programa acabado y el predominio del pragmatismo sobre las solicitudes colectivas, termina esta experiencia en grandes frustraciones populares y su afán fallido de liquidar la sociedad oligárquica.
Cinco años de guerra significaron 200.000 muertos, lo que para la actualidad equivaldría a unos 5 millones de venezolanos, y para ese momento histórico significó casi, la extinción del godaje. El fin de esta guerra sangrienta fue un tratado entre Páez y Falcón quienes nombraron como sus apoderados a Pedro José de Rojas y Antonio Guzmán Blanco, los que aislados en una hacienda resolvieron los últimos detalles, para firmar la paz el 22 de marzo de 1863 en el Tratado de Coche. Un pacto que dejó las cosas casi en el mismo lugar.
Con la “unidad” y la paz, abunda la rapiña y el olvido de promesas. Empiezan las persecuciones a los radicales y los asesinatos a mansalva de los derrotados por grupos de señoritos, especie de cruzada de “lyncheros”, cuya misión era el adecentamiento de la política y la eliminación de la chusma maloliente de la cosa pública.
Zamora, su irreductibilidad tan igual a Chávez, incomoda a algunos. Ambos decían las cosas como el pueblo quería oírlas. La Venezuela del siglo XXI tenía un Comandante, hombre del pueblo que recordaba el constante ¡Ah malhaya un Fidel Castro!, siempre ansiado, por nuestra gente pobre. Ambos pudieron aplicar el microcosmo a la universalidad y reeditar con nuevos bríos procesos inconclusos, hasta el sol de hoy.
La guerra federal, por su parte, dejó un mayor sentido de la posibilidad de la democracia social, una suspicaz irreverencia hacia el poder, un comportamiento social igualitario en el trato, tanto en lo étnico como en lo social. Diezmada buena parte de la aristocracia ilustrada, desaparecen los convencionalismos y sea quien sea, el trato es de igual a igual. Un pueblo que ante tanto maltrato ha podido rehacerse intacto, cuando ha visto perspectivas de redimirse. Resume esta experiencia, con sus distancias, un mayor sentido de la militancia, un operario que ahora se exige producción, trabajo y defensa armada.
Ambos personajes, Zamora y Chávez sobre la base de la honestidad y el respeto, enarbolaron la dignidad como principio desbordante ante las necesidades crecientes. El orgullo y esencia de ser venezolano buscado por los excluidos, esclavos manumisos y pobres en general, se activa. Chávez sintetiza esa resonancia de continuidad histórica esperada. Llegaba al alma de la gente, tan igual a Zamora.
Este ha sido un proceso que recaptura a los héroes patrios, con una adhesión del pueblo que viene superando, en buena parte, la exclusión y la ignorancia, aún cuando persisten la mayoría de los componentes e instituciones del viejo Estado, por cuanto la refundación no a eliminado el vetusto ordenamiento institucional y sigue complaciendo el juego burgués electoralista. Nuestra estructura, por otro lado, sigue en manos del capital y las potencias extranjeras, a través de las empresas mixtas que absorben buena parte de nuestros recursos naturales. La tierra, eje nodal de nuestro sustento, a pesar de pasar a nuevas manos, no ha logrado la autosuficiencia ni la soberanía alimenticia esperada. Lastimosamente un balance reciente arroja que 88 fundos zamoranos actuales son improductivos, y sólo dos vienen recuperándose.
¿Servirá de algo esta experiencia? ¿Podremos superar estas fallas y dar el salto cualitativo de una revolución social, de verdad-verdad? ¿Se podrá comparar los resultados del Tratado de Coche, con una posible situación de negociadora actual? ¿Será lo inconcluso para nosotros un axioma o un anatema?

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