jueves, 24 de septiembre de 2015

Baile ancestral de Las Turas celebra en el centro-occidente la fertilidad de la Madre Tierra
 





Blog de Silvio Rodríguez
segundacita.blogspot.com


El Baile de Las Turas, ceremonia religiosa practicada por el pueblo indígena ayamán que sobrevive en el centro-occidente venezolano, particularmente entre los estados Lara y Falcón, celebra a partir del 23 y 24 de septiembre la fertilidad de la Madre Tierra o la Pacha Mama, al decir de los pueblos originarios de América Latina.

En la comunidad de Moroturo, en el municipio Urdaneta (Siquisique) de la entidad larense, a 265 kilómetros de Barquisimeto y a aproximadamente 512 kilómetros de Caracas, las frutas, los santos, las mazorcas de maíz y otros elementos resaltan en el altar colocado en el patio de la casa de la familia Perozo, en la que se mantiene esta fiesta religiosa.

Allí serán recibidos este viernes 25 y sábado 26 de septiembre todas aquellas personas que asistan para celebrar y agradecer a la Madre Tierra los frutos que de su viente brota para alimentar a hombres, mujeres y todo ser viviente de este planeta.

Manifestación de resistencia indígena

El historiador Ramón Querales, censado en el último registro nacional de 2011 como ayamán, explicó que este ritual se realiza dos veces al año, en marzo y en septiembre, como agradecimiento a la tierra por la cosecha de maíz, que antiguamente cultivaban nuestros pueblos originarios y que permitió a la etnia Ayaman no haber sido exterminada en su totalidad por la cultura occidental.

La ceremonia del Baile de Las Turas es practicada en la casa de la familia Perozo, ayamanes de origen que viven en el cerro de Moroturo, un sector de Siquisique, la capital de Urdaneta, uno de los nueve municipios de Lara y vecino de Falcón.

Querales explicó que el Baile de Las Turas es una danza ceremonial utilizada por los ayamanes antes del inicio de las cosechas y luego de estas. “Esta danza se realiza en marzo de cada año para solicitar a los dioses el favor de las cosechas y posteriormente se lleva a cabo a finales de septiembre para dar las gracias por los buenos frutos”, precisó.

La fiesta comienza en la noche y culmina en la mañana del día siguiente. Entre sus características se encuentra la danza de personas abrazadas y que forman un círculo, como si fuesen una serpiente, y se mueven alrededor de un gran altar de frutas, santos y otros objetos sagrados.

Danzan hacia adelante y hacia atrás, de derecha a izquierda y viceversa, en sentido contrario a las agujas del reloj, cantando y tocando instrumentos de vientos realizados con cachos de animales. También utilizan las maracas con instrumentos.

El baile es liderado y coordinado por capataces y mayordomos. También hay una reina, en el caso de Moroturo, María Perozo, majestad de Las Turas.

Esta manifestación religiosa y cultural, la producción del cocuy y el tejido de chinchorros son prácticas socioculturales, económicas y religiosas ancestrales que han logrado mantener a este grupo indígena, los Ayamanes, cuya población está situada en los límites de Lara y Falcón.

“La danza de Las Turas y la producción de cocuy es una demostración de la resistencia cultural de los ayamanes”, aseveró Querales.

Este grupo étnico forma parte de los micro-chibchas, de acuerdo con las investigaciones de Renato Agagliate, un conocido historiador y antropólogo italiano, que tiene toda una vida residenciado en Sanare, la capital del municipio Andrés Eloy Blanco de Lara, y que se ha dedicado a investigar sobre los pueblos originarios, las culturas ancestrales y manifestaciones venezolanas autóctonas.

Se estima la permanencia de los ayamanes en este territorio desde hace más de 20.000 años, según las indagaciones arqueológicas de José María Cruxent en el Valle del Río Pedregal, que forma parte del territorio ayamán.

“Los ayamanes perdieron toda su estructura social, su lengua prácticamente la acabaron y les inculcaron que ellos no eran indígenas sino campesinos”, explicó el historiador Ramón Querales.

Los ayamanes más conocidos son los de Moroturo. No obstante, agregó el historiador, hay otros núcleos ayamanes donde se bailan Las Turas, como Mapararí y Parupano.

Bailar por la hermandad de los pueblos

Teresa Brandt es estudiante de la maestría en Historia de la Universidad Centro-Occidental Lisandro Alvarado (Ucla) y el Instituto Pedagógico de Luis Beltrán Prieto Figueroa, de Barquisimeto.

Brandt, cada vez que puede, viaja a Moroturo para participar en los actos sagrados de Las Turas. "Bailar Las Turas es una experiencia mística maravillosa", aseveró.

"La primera vez que fui recuerdo que llevé unos zapatos abiertos y cómodos. Cuando comenzamos a bailar, entrelazados uno a otros por la cintura, no recuerdo qué los hice", rememora.

Afirma que es una sensación única esta manifestación. "Parece que estuvieras en una barco que te lleva de un lado a otro, según el movimiento del mar. Todos, enlazados por la cintura, nos íbamos hacia un lado y luego hacia el otro", refiere.

"Uno se conecta totalmente al grupo que baila, y es un solo elemento humano que se mueve al son de los cantos indígenas, los cachos como instrumentos de viento y las maracas", añade. "Aunque uno no sepa bailar, es arrastrado por el baile grupal y se siente una gran energía golpeando la tierra con toda la planta de los pies. Llega un momento en que uno está tan conectado a la tierra que no te importa si estás descalzo o no, lo único que quieres es bailar".

Teresa considera que la danza de Las Turas es un baile de hermandad, como la mayoría de las danzas de los pueblos originarios.

Este año, en el cerro de Moroturo, propios y extraños volverán a bailar Las Turas para dar las gracias a la tierra por las buenas cosechas para la alimentación de los pueblos del mundo.

Félix Gutiérrez AVN 

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