CULTURA DEL CONSUMO
El creciente descentramiento del mundo y la proliferación de nuevas tecnologías, particularmente después de la Primera Guerra Mundial y, en especial, luego de la década del sesenta, con la revolución de los nuevos materiales y nuevas tecnologías, aceleró el devenir de una acusada división jerárquica del trabajo y una también creciente estratificación de las capas intermedias dentro del proceso productivo. Asimismo, estableció las condiciones para nuevas formas de opresión y control, pero también de lucha y resistencia al capital.
Un ejército de burócratas, técnicos e ingenieros, profesionales de distintas disciplinas, afiliadas al Estado burgués y a las industrias privadas, engrosarán las filas de las grandes capas medias. Este sector, desde el punto de vista de su posición con relación al capital y dentro del modo de producción dominante, debería existir opuesto a éste. Sin embargo, como lo detectara Gramsci, dado su alejamiento del proletariado y la producción directa, se afilia mansamente a la cultura del consumo y al discurso de las necesidades desde formas de integración y reconocimiento ideológico.
Asimismo, las nuevas formas de producción inmaterial, hoy dominantes, hacen que vastos sectores medios de la población tengan como únicos vínculos el consumo y la mediática, es decir, al mercado con toda su metafísica relacional.
Gramsci en una carta dice de las capas medias: “desprecian al proletariado porque temen convertirse en parte de él. Envidian y admiran a la gran burguesía, a la cual imitan de una manera grotesca, sin el rubor de caer en el más obcecado fanatismo ridículo”.
Sin embargo, la revolución como proyecto necesita de ellas y debe acordar un espacio para la expresión política de su existencia cultural, impactando sus valores sin atropellar su forma de vida, decía. De manera que las aspiraciones de clase son el terreno cultural donde se juega la suerte de un proyecto de cambios. Es decir, los mundos de la vida, las aspiraciones simbólicas y sus formas de realización materiales, son también un escenario en la confrontación de clases.
Un ejército de burócratas, técnicos e ingenieros, profesionales de distintas disciplinas, afiliadas al Estado burgués y a las industrias privadas, engrosarán las filas de las grandes capas medias. Este sector, desde el punto de vista de su posición con relación al capital y dentro del modo de producción dominante, debería existir opuesto a éste. Sin embargo, como lo detectara Gramsci, dado su alejamiento del proletariado y la producción directa, se afilia mansamente a la cultura del consumo y al discurso de las necesidades desde formas de integración y reconocimiento ideológico.
Asimismo, las nuevas formas de producción inmaterial, hoy dominantes, hacen que vastos sectores medios de la población tengan como únicos vínculos el consumo y la mediática, es decir, al mercado con toda su metafísica relacional.
Gramsci en una carta dice de las capas medias: “desprecian al proletariado porque temen convertirse en parte de él. Envidian y admiran a la gran burguesía, a la cual imitan de una manera grotesca, sin el rubor de caer en el más obcecado fanatismo ridículo”.
Sin embargo, la revolución como proyecto necesita de ellas y debe acordar un espacio para la expresión política de su existencia cultural, impactando sus valores sin atropellar su forma de vida, decía. De manera que las aspiraciones de clase son el terreno cultural donde se juega la suerte de un proyecto de cambios. Es decir, los mundos de la vida, las aspiraciones simbólicas y sus formas de realización materiales, son también un escenario en la confrontación de clases.
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