miércoles, 1 de febrero de 2017



EN EL RECUERDO DE LA GUERRA FEDERAL ZAMORANA
Rafael Pompilio Santeliz.
La imagen puede contener: una o varias personas y fumando


Esta inusual guerra que se desarrolló en Venezuela entre los años 1859-1863 dirigida por el General del Pueblo Soberano Ezequiel Zamora, fue un conflicto bélico que algunos catalogaron como revolución y otros un simple duelo de facciones parecidas. Ella, como casi todos nuestros acontecimientos procesuales, no logró sus objetivos básicos: la democratización de las tierras y la libertad plena del ciudadano. Ni siquiera su consigna de Dios y Federación obedeció a un resultado propicio a sus fines, por cuanto en nombre de Dios se orientó a un régimen laico y en nombre de la Federación se impuso una Dictadura centrista. El resto, como se sabe, fue la frustración de un pueblo que por primera vez en la historia asumía visos de conciencia de clase.
Bajo estos anhelos el pueblo campesino ofreció sus vidas a los revolucionarios, conducidos magistralmente por Ezequiel Zamora, quien logra un ejército popular disciplinado de mucha movilidad bélica, a quien los letrados del gobierno fueron incapaces de detener su ira clasista y popular. Pero toda esta perspectiva se ve truncada en San Carlos, por un balazo a su líder máximo, cuando ya avanzaban hacia la Capital. La ausencia de su pre claro dirigente, junto a la carencia de un programa acabado y el predominio del pragmatismo sobre las solicitudes colectivas, termina esta experiencia en grandes frustraciones populares y su afán fallido de liquidar la sociedad oligárquica. Todas estas debilidades permitieron una mesa servida a la nueva y flamante clase política que contrastó con el fervor revolucionario popular, al cambiar los capitanes dirigentes hacia una ruta distinta a la popular.
Muerto Zamora, el 10 de enero de 1860, los godos empiezan a fortalecerse y derrotan a los federales en Cople, el 17 de febrero de 1860, empezando la dispersión en una especie de insurrectos errantes dirigidos por oscuros cabecillas que con el tiempo llegaron a ser celebridades del poder.
Cinco años de guerra significaron 200.000 muertos, lo que para la actualidad equivaldría a unos 6 millones de venezolanos, y para ese momento histórico significó casi, la extinción del godaje. El fin de esta guerra sangrienta fue un tratado entre Páez y Falcón quienes nombraron como sus apoderados a Pedro José de Rojas y Antonio Guzmán Blanco, los que aislados en una hacienda resolvieron los últimos detalles, para firmar la paz el 22 de marzo de 1863 con el Tratado de Coche. En él se resuelve el cese de hostilidades. Luego sus jefes escogerían una Asamblea para lograr la Unidad nacional y discutir “civilizadamente” el futuro y las salidas amigables para los derrotados. Esto, bajo el fraterno reparto, entre los dos y sin testigos, de una jugosa tajada del último empréstito otorgado a Venezuela.
Con la “Unidad” y la paz, abunda la rapiña y el olvido de promesas. Empiezan las persecuciones a los radicales y los asesinatos a mansalva de los derrotados por grupos de señoritos, especie de cruzada de “lyncheros”, cuya misión era el adecentamiento de la política y la eliminación de la chusma maloliente de la cosa pública.
¿Servirá de algo esta experiencia? ¿Se podrá comparar con una posible situación negociadora actual?

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