El elefantebocarriba
DE COMO
APARECIO MARIO SILVA
Federico Ruiz
Tirado
Confieso que no es
la primera vez que me confunden con mi amigo Mario Silva. Una vez me detuve en
un comedero de carretera y un niño alucinado gritó a su padre: “mira, papi, ahí
está el de La Hojilla”. El señor se comía una empanada de cazón, que se le
fue de sus manos y cayó al piso de
tierra confundida entre cerveza y maltas machucadas. Me ha ocurrido otras veces
en La Habana, cuando una dama me entregó una solicitud de vivienda. También les
he parecido al Profesor Lupa a algunos motorizados, y a mi hija, pero con mayor gracia, porque nunca sabré si se trata de bromas de ella para
burlarse de Lupa, de mí, o de ambos.
En días pasados, me
abordó una señora con las manos enclavadas en el plexo solar y vestida de
blanco de pies a cabeza, mientras yo esperaba un cafecito de máquina en una
clínica de Caracas, donde fui equivocadamente a visitar a una amiga que había
parido su quinto muchacho y ella, amiga de mi entrañable camarada María León
(“la leona”, Chávez dixit), lo había bautizado con mi nombre.
La señora de blanco
me dijo: “Mario, diles que no lo maten”, como aquel cuento de Rulfo, que
infelizmente filmó uno de los hermanos Siso. La escuché atentamente y en un paréntesis
le aclaré que yo no era Mario Silva. Pero la desesperación de la señora siguió
su curso sin importarle en realidad quien era yo o dónde estaba Mario.
Su marido, al
tercer día de permanecer en terapia intensiva, agotada la cobertura del Seguro
del Ministerio, debía trasladarse a un lugar de atención gratuita. Ella tenía
que buscar en un hospital público el traslado de su marido u otras formas de
pago para la Clínica. Le dijeron: “Vayan a PDVSA, al CNE, a Miraflores o si no
busque cómo sacarlo de aquí antes del medio día”. Ya la gente de recursos
humanos de su ministerio no tenía respuesta para el caso, ni el corretaje de
seguros, nadie. Cada cinco horas la factura se disparaba y la señora continuaba
diciéndome: “Mario, habla con Maduro, con Diosdado, con Roger Capela que me
curó las várices. Habla con alguien. Dile que no lo maten, porque ningún hospital me lo recibe”.
A todas estas había
olvidado la razón de mi visita a la clínica y entre en pánico cuando comprendí
que yo no era Mario Silva. Me dije: “A pesar del Premio Nacional de Periodismo a
Misión verdad y de mi amistad con el Teniente Escalona con quien siempre me
comunicaba en vida del Comandante Chávez, no sé cómo hacerle llegar este caso
al Presidente Maduro, ni a Mario ni mucho menos
al Ministro de Salud”. Mi
desesperación llegó hasta tal punto, que llamé a Farruco, a Miguel Ángel Pérez Pírela,
a Reinaldo Aterriza, a Ernesto Villegas, a Erika Farías y Adán Chávez. Nadie
respondió. Ni siquiera Kloriamel, quien es mi paño para esa lágrimas, o Keyssi Gómez.
Le dije a la señora que somos reos del régimen
penitenciario del sistema privado de salud o de salud privada de la atención
real. Le dije que todo esto formaba parte de una escalada de precios
inalcanzables para el pueblo y que uno era pueblo aun cuando tuviera de
maquillaje un HCM o un Auto Administrado de Salud pagado por el Ministerio. A
estas alturas, o a estas bajas, la señora y ya me miraba como un impostor.
En ese instante me entró
una llamada de mi amiga recordándome que ella había parido en la Maternidad y
que le llevara pañales. “¿Pañales?”, me pregunté. Mientras mi hijo hacia una
cola donde un portugués que vendía pañales, la señora había desplegado un
operativo en distintas instancias del gobierno nacional para ver si lograba
mantener a su esposo en la clínica.
Ya en el Metro de
regreso a no sé dónde, tuve la vaga esperanza de que la señora diera con
alguien del gobierno que le resolviera el pago de la factura clínica, aun
cuando contribuyera al lucro implacable de las clínicas privadas o que se
hiciera realidad el derecho universal a
ser atendido gratuitamente en la terapia intensiva de un hospital público.
En el metro, la red
del bachaqueo telefónico se activó como en la superficie y anunciaba la pronta
llegada de antihistamínicos y antipiréticos.
La guerra continúa.
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