jueves, 16 de julio de 2015

El elefantebocarriba
DE COMO APARECIO MARIO SILVA

Federico Ruiz Tirado

Confieso que no es la primera vez que me confunden con mi amigo Mario Silva. Una vez me detuve en un comedero de carretera y un niño alucinado gritó a su padre: “mira, papi, ahí está el de La Hojilla”. El señor se comía una empanada de cazón, que se le fue  de sus manos y cayó al piso de tierra confundida entre cerveza y maltas machucadas. Me ha ocurrido otras veces en La Habana, cuando una dama me entregó una solicitud de vivienda. También les he parecido al Profesor Lupa a algunos motorizados, y a mi hija,  pero con mayor gracia,  porque  nunca sabré si se trata de bromas de ella para burlarse de Lupa, de mí, o de ambos.
En días pasados, me abordó una señora con las manos enclavadas en el plexo solar y vestida de blanco de pies a cabeza, mientras yo esperaba un cafecito de máquina en una clínica de Caracas, donde fui equivocadamente a visitar a una amiga que había parido su quinto muchacho y ella, amiga de mi entrañable camarada María León (“la leona”, Chávez dixit), lo había bautizado con mi nombre.
La señora de blanco me dijo: “Mario, diles que no lo maten”, como aquel cuento de Rulfo, que infelizmente filmó uno de los hermanos Siso. La escuché atentamente y en un paréntesis le aclaré que yo no era Mario Silva. Pero la desesperación de la señora siguió su curso sin importarle en realidad quien era yo o dónde estaba Mario.
Su marido, al tercer día de permanecer en terapia intensiva, agotada la cobertura del Seguro del Ministerio, debía trasladarse a un lugar de atención gratuita. Ella tenía que buscar en un hospital público el traslado de su marido u otras formas de pago para la Clínica. Le dijeron: “Vayan a PDVSA, al CNE, a Miraflores o si no busque cómo sacarlo de aquí antes del medio día”. Ya la gente de recursos humanos de su ministerio no tenía respuesta para el caso, ni el corretaje de seguros, nadie. Cada cinco horas la factura se disparaba y la señora continuaba diciéndome: “Mario, habla con Maduro, con Diosdado, con Roger Capela que me curó las várices. Habla con alguien. Dile que no lo maten, porque  ningún hospital me lo recibe”.
A todas estas había olvidado la razón de mi visita a la clínica y entre en pánico cuando comprendí que yo no era Mario Silva. Me dije: “A pesar del Premio Nacional de Periodismo a Misión verdad y de mi amistad con el Teniente Escalona con quien siempre me comunicaba en vida del Comandante Chávez, no sé cómo hacerle llegar este caso al Presidente Maduro, ni a Mario ni mucho menos  al Ministro de Salud”.  Mi desesperación llegó hasta tal punto, que llamé a Farruco, a Miguel Ángel Pérez Pírela, a Reinaldo Aterriza, a Ernesto Villegas, a Erika Farías y Adán Chávez. Nadie respondió. Ni siquiera Kloriamel, quien es mi paño para esa lágrimas, o Keyssi Gómez.
 Le dije a la señora que somos reos del régimen penitenciario del sistema privado de salud o de salud privada de la atención real. Le dije que todo esto formaba parte de una escalada de precios inalcanzables para el pueblo y que uno era pueblo aun cuando tuviera de maquillaje un HCM o un Auto Administrado de Salud pagado por el Ministerio. A estas alturas, o a estas bajas, la señora y ya me miraba como un impostor.
En ese instante me entró una llamada de mi amiga recordándome que ella había parido en la Maternidad y que le llevara pañales. “¿Pañales?”, me pregunté. Mientras mi hijo hacia una cola donde un portugués que vendía pañales, la señora había desplegado un operativo en distintas instancias del gobierno nacional para ver si lograba mantener a su esposo en la clínica.
Ya en el Metro de regreso a no sé dónde, tuve la vaga esperanza de que la señora diera con alguien del gobierno que le resolviera el pago de la factura clínica, aun cuando contribuyera al lucro implacable de las clínicas privadas o que se hiciera realidad el  derecho universal a ser atendido gratuitamente en la terapia intensiva de un hospital público.
En el metro, la red del bachaqueo telefónico se activó como en la superficie y anunciaba la pronta llegada de antihistamínicos y antipiréticos.

La guerra continúa. 

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