jueves, 5 de junio de 2014

La hora de la República
 “Un auténtico demócrata nunca puede aceptar que el jefe de Estado lo elija la Providencia. En una democracia real, entre otras muchas cosas, todos los cargos públicos deben ser elegidos por el pueblo, empezando por el máximo cargo. Nuestro primer objetivo no puede ser otro que la celebración de un referéndum para que la ciudadanía decida si quiere seguir con una Monarquía o si desea una República.”

La abdicación del Rey Juan Carlos I supone una oportunidad histórica para iniciar un proceso constituyente encaminado a la instauración de la Tercera República española. 
 Ha llegado la hora de la República.  Quienes estábamos esperando desde hace cierto tiempo la ocasión para que la historia avanzara decididamente hacia delante en este país estamos llamados a pasar de las palabras a la acción. En un momento de clara decadencia del régimen heredero de la falsa transición del año 78, dicho régimen toma la iniciativa con la intención de sobrevivir aunque bajo otras formas. El régimen intenta cambiarse el disfraz, hacerse una operación de cirugía estética, para perpetuarse. La casta tiene miedo al pueblo. Para salvar la Monarquía el Rey le pasa el relevo a su hijo. Es la hora de los demócratas, de los indignados, de los republicanos de toda la vida, de los trabajadores, de los ciudadanos corrientes,…, para luchar por el derecho irrenunciable del pueblo a tomar las riendas de su propio destino. Debemos poner en evidencia ante la ciudadanía a los falsos demócratas, a los falsos republicanos, esos que decían que no eran monárquicos sino “juancarlistas”, ¿qué son ahora “felipistas”? Que nos expliquen esos falsos profetas por qué ahora el pueblo no puede o no debe pronunciarse. Precisamente, cuando más es necesario que el pueblo tome la palabra, pues le están robando el futuro.
Los demócratas de verdad debemos luchar, en primer lugar, por el derecho del pueblo a elegir su régimen político, su forma de Estado. Un auténtico demócrata nunca puede aceptar que el jefe de Estado lo elija la Providencia. En una democracia real, entre otras muchas cosas, todos los cargos públicos deben ser elegidos por el pueblo, empezando por el máximo cargo. Nuestro primer objetivo no puede ser otro que la celebración de un referéndum para que la ciudadanía decida si quiere seguir con una Monarquía o si desea una República. Pero, cuidado, dicho referéndum debe celebrarse con plenas garantías democráticas, para lo cual debe ser vinculante, para lo cual debe estar precedido por un amplio debate público donde todas las opciones puedan ser conocidas en igualdad de condiciones. Asimismo, los demócratas, los republicanos, debemos insistir en la necesidad urgente de dicho referéndum. No se trata sólo de una causa “romántica”, de elegir al jefe de Estado, se trata sobre todo de regenerar nuestra democracia, o de alcanzar una democracia que merezca tal nombre, como se prefiera.
No podremos tener gobiernos decentes que gobiernen para el pueblo si no tenemos una democracia real, si el poder no lo tiene realmente el pueblo, si el pueblo se limita a elegir cada x años a sus dictadores. En una democracia que se precie los gobiernos, los cargos públicos, todos, no sólo son elegidos por la ciudadanía, sino que, además, son controlados por ella, responden ante ella. El que los programas electorales no sean de obligado cumplimiento vacía de contenido a nuestras “democracias” actuales. ¿De qué sirve elegir a un gobierno si luego éste legalmente puede hacer lo que le da la gana, incluso gobernar en contra de los intereses de quienes le votaron? No podemos conformarnos con una “democracia” donde al día siguiente de votar los partidos políticos incumplen impunemente sus programas electorales, si éstos son papel mojado. No podemos pretender que dichos gobiernos no actúen al dictado de otros oscuros intereses si no hay mecanismos legales concretos que les obliguen a gobernar de acuerdo con el mandato popular. No podemos pretender gobiernos que no se sometan a los grandes poderes económicos en la sombra, si éstos financian a aquéllos. No podemos pretender una Justicia igual para todos si el Jefe de Estado, además de no ser elegible, está por encima de la Ley, si los órganos de dirección de los jueces son elegidos por las élites de los grandes partidos políticos, por la casta política. No puede haber una democracia auténtica sin una clara separación de todos los poderes (incluidos el poder económico y la prensa, el cuarto poder). La democracia es fundamental, afecta a todas las facetas de la vida en sociedad. Los recortes, los desahucios, las estafas, la corrupción, la liquidación de derechos fundamentales, el empobrecimiento progresivo de la mayoría al mismo tiempo que el enriquecimiento de unos pocos,…, no se producen por cierta fatalidad del destino, ocurren porque no tenemos una verdadera democracia. La democracia es mucho más que el sufragio universal. Éste se convierte en estéril si no se ve acompañado de otros mecanismos. Como se decía en aquel histórico mayo de 2011, “si votar fuese útil estaría prohibido”. ¡Hagamos que el voto sea realmente útil! Pero, para ello, debemos luchar para tener un sistema donde eso realmente sea posible, donde tener gobiernos honestos y que actúen en beneficio de la mayoría (al mismo tiempo que respetando los derechos humanos de todo individuo), y no de ciertas minorías, sea lo normal y no un sueño casi imposible.
Es por todo ello que la causa por la Tercera República es tan importante. Sólo podremos salir dignamente de esta profunda crisis económica, política, moral,…, a través de un proceso constituyente donde se redefinan las reglas del juego. No tendremos otros tipos de juegos, de resultados, con las mismas reglas del juego. Habrá que luchar por la República tanto desde dentro del sistema, en las instituciones, como desde fuera. Tomemos las calles, inundémoslas de banderas tricolores, acampemos,…, hasta que el pueblo sea escuchado para poder tomar la palabra. La República no vendrá sola y deberá ser suficiente. Existe el serio riesgo de que, si no le queda más remedio, el sistema ceda algo para sobrevivir y nos instauren una “república” bajo mínimos, muy poco “cosa pública”, una pseudo-monarquía donde su “rey” sea coronado cada x años, una “república” donde todo seguiría siendo esencialmente igual, un “nuevo” sistema demasiado parecido al actual. La única forma de alcanzar una República de verdad, es decir, una democracia real, es dándole el máximo protagonismo al pueblo. ¡Todo el poder al pueblo! Esta segunda transición debe ser protagonizada por la ciudadanía, por los de abajo, y no por cuatro políticos y banqueros que deciden todo en ciertos restaurantes u hoteles de lujo y le dan tan sólo al pueblo la posibilidad de dar el visto bueno a las pocas opciones (o incluso única opción) que se le plantee. No habrá democracia real sin una transición real. El proceso constituyente debe ser construido desde abajo, lo cual no significa que no haya arriba, sino que la parte de arriba debe estar presionada y controlada en todo momento desde abajo, los de arriba deben “mandar obedeciendo”, gestionar las decisiones tomadas por el conjunto de la ciudadanía, y no suplantarlas.
La sensación que muchos tenemos es que la República está a la vuelta de la esquina. Pero nadie puede saber la hora exacta de su llegada, si la Tercera llegará en cuestión de horas, días, meses o años, pero de lo que sí podemos estar seguros es que lo que el pueblo obtenga dependerá fundamentalmente del pueblo. Sólo el pueblo puede salvar al pueblo. Si no logramos en pocos días o meses que se dé la posibilidad de que el pueblo pueda elegir su régimen en referéndum, la lucha por la República deberá continuar e intensificarse todo lo posible, por ejemplo, denunciando al ciudadano Juan Carlos de Borbón y Borbón quien al dejar de ser Rey, si la ley de sucesión no le blinda, podrá ser investigado y juzgado por sus posibles delitos. Es la hora también de que aquellas personas u organizaciones que llevan diciendo desde hace cierto tiempo que existen claros indicios de ciertos delitos cometidos por dicho ciudadano, pongan las denuncias correspondientes ante los tribunales pertinentes. La Monarquía tiene los días contados, incluso si Felipe sucede a su padre. La cuestión no es tanto si vendrá una República o no, sino cuál y cuándo, lo cual dependerá del cómo. La hora de la República se acerca, hagamos que sea cuanto antes y que merezca la pena.
¡A por la Tercera! ¡Referéndum ya! ¡Todos a las calles! 

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