martes, 24 de septiembre de 2013


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 Acorralado por las acusaciones de Dilma sobre el espionaje masivo de la NSA, la que no será la única interpelación ante la ONU que reciba el mandatario norteamericano, todas sus agencias de inteligencia y contraespionaje han sido ridiculizadas por la participación de ciudadanos norteamericanos, provenientes de  Minnesota en el criminal ataque terrorista contra el Westgate de Nairobi, en Kenia. 

Al parecer, el FBI y las otras agencias como la CIA, la DIA, etc., han buscado terroristas por el mundo con binoculares, sin darse cuenta que les hubiera sido mejor usar una lupa. Esa sensación de enojo expresada por  la ministra de Exteriores keniana, Amina Mohamed, levanta serias suspicacias sobre la efectividad de la lucha norteamericana contra el terrorismo.

La vigilancia del FBI sobre las comunidades somalíes, ascendentes a las 100 mil personas, acaban de mostrar una brecha, sobre todo en la zona metropolitana de Minneapolis-Saint Paul, en Minesota, donde se encuentran concentrados ciudadanos cuyo origen somalí ha sido vulnerado por la labor de zapa del grupo Al Shabab, directamente involucrado en la acción terrorista en el país africano.  Es un secreto a voces que cerca de un centenar de personas de esta comunidad se encuentra entrenando en campamentos de Al Shabab en Somalia. 

Una vez neutralizado el ataque en Nairobi, comenzaron a aparecer los inesperados vínculos entre Al Shabab y residentes somalíes en EE UU. Fue todo un escándalo. Otro tanto ocurría con las autoridades del Reino Unido.

Abdisalam Adam, líder de la Sociedad Civil Islámica de América, hizo un llamado a los jóvenes de la comunidad a hacer caso omiso a las convocatorias guerreristas de los representantes de Al Shabab, con el pleno conocimiento de que varios de ellos han sido reclutados en la mezquita de Abubakar As Saddique. 

La dura verdad es que estos terroristas son ciudadanos norteamericanos, algunos de ellos con vasta experiencia militar. 

¿A quién culpar ahora? Lo cierto es que el FBI se encuentra en una carrera contra reloj tratando de remediar su mal trabajo anterior, dedicando a decenas de agentes especiales, en coordinación con otras agencias federales, para establecer un mínimo de luz sobre el asunto. 

Al igual que ocurrió con el ataque al World Trade Center, no cabe la menor de las dudas de que los terroristas perseguían, además de causar daño, afianzar la posición de Al Shabab  dentro de los grupos terroristas radicados en el Medio Oriente y en el Cuerno Africano. Paradójicamente, esto le representaría más ayuda económica de las grandes potencias de la Unión Europea, las dinastías árabes, y de las partidas secretas de la CIA y el Mossad, con vistas a vincularlos más en la lucha contra Siria y otras naciones. Al Shabab es, primero que todo, una organización lista para ser usada por el mejor postor y permeada con una ideología muy peculiar, típica para ser usada como bandera falsa o detonador de conflictos y planes desestabilizadores.

El resultado final de este perro escapado de sus dueños ha sido el doloroso saldo de 69 fallecidos y más de dos centenares de heridos. 

Lo absurdo de este hecho es que el ejército de Kenia lleva desgastándose desde el 2011 en su lucha contra este grupo terrorista, mientras el mismo recibe ayuda militar, entrenamiento, armamentos y dinero sucio de  los servicios de inteligencia occidentales. ¿Quién es entonces el verdadero autor intelectual de esta masacre? 

No cabe la menor de las dudas de que en complejo entarimado de la guerra sucia patrocinada por Obama, las potencias europeas y sus socios árabes, han despertado un Frankestein ya difícil de controlar, como lo fue Al Qaeda en sus tiempos.

Como el cinismo ha estado siempre de moda en la Casa Blanca, Obama no tuvo reparos en decir con total hipocresía: “Quiero expresar personalmente mis condolencias al presidente (Uhuru) Kenyatta quien perdió a miembros de su familia en el ataque, sino también a los kenianos, somos solidarios con ellos".

El atolladero de Obama corre el peligro de hacerse mayor en la medida en que los reclamos en la Asamblea General de la ONU vayan en aumento y cuando sus “muchachos” de Al Shabab se decidan por virarle la tortilla.

Si Obama tuviera tan solo un ápice de honor, bien le valdría, al menos, reconocerse en esta frase de Fiodor Dostoievski: “Es culpa mía, culpa mía personal, si el mundo va mal.”


Percy Francisco Alvarado Godoy

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