sábado, 20 de junio de 2015

La pesadilla saudí

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Eckar Woertz  Investigador Senior, CIDOB
Eckar Woertz es investigador senior de Barcelona Center of International Affairs (CIDOB). Cuenta con una beca Marie Curie, que concede la Comisión Europea, para investigar sobre la seguridad alimentaria iraquí. Actualmente, Wortz es profesor adjunto del Institut d’Estudis Internacionals (IBEI). Con anterioridad fue profesor visitante en la Escuela de Asuntos Internacionales de la Sciences Po de París, profesor visitante en la Universidad de Princeton (EEUU)
La intervención militar de Arabia Saudí en Yemen ha marcado el fin de su tradicional diplomacia de chequera y revela un creciente sentido de urgencia tras de una serie de reveses. Arabia Saudí enfrenta rivalidades por la hegemonía regional con Irán junto con cada vez más trasfondos sectarios. Los gobiernos controlados por chiíes en Bagdad, las inquietas poblaciones chiíes en Bahréin y la provincia occidental Saudí, la influencia de Hezbolah en el Líbano, la alianza tradicional entre el régimen de Assad e Irán, y el apoyo de este último a la rebelión Houthi en Yemen se perciben en Arabia Saudí como una usurpación. El origen local de dichos conflictos tiende a pasar desapercibido y el papel de Irán en éste tiende a exagerarse, pero las percepciones son importantes. Los conflictos están cada vez más enmarcados en términos sectarios, lo que a su vez le echa más leña al fuego.
Como un Estado rico en petróleo con un vasto territorio y capacidades militares limitadas, Arabia Saudí no es ajena a los cuestionamientos de su soberanía. En la década de 1960, los socialistas árabes pusieron en entredicho su legitimidad y Arabia Saudí se embarcó en una guerra de poder en Yemen con el Egipto nasserita.  Irán apoyó el malestar entre la población chíi en la provincia oriental de Arabia Saudí en la década de 1980, tras la Revolución Islámica. En 1990 Saddam Hussein invadió Kuwait y amenazó el reino saudí. En la batalla de Khafji a principios de 1991 las tropas iraquíes atacaron incluso territorio saudí.
Las estrategias de Arabia Saudí para la supervivencia del régimen han incluido las garantías de seguridad de los Estados Unidos, la financiación de paramilitares regionales y la invitación a una ideología pan-islámica de Wahabismo fundamentalista. Las tres estrategias han mostrado su debilidad recientemente. Los intentos de Arabia Saudí para derrocar el régimen de Assad, al que ve como un cliente iraní, han fracasado. No podría provocar que los Estados Unidos  intervinieran después de que el régimen sirio usara armas químicas en contra de su población y un acercamiento entre los Estados Unidos e Irán, tras el acuerdo nuclear, podría amenazar la posición de Arabia Saudí como un aliado regional de los estadounidenses.
La agresiva campaña para el cambio de régimen en Siria por parte del Príncipe Bandar bin Sultan, que fue designado como jefe de la inteligencia saudí en julio de 2012, también fracasó. Bandar renunció en abril de 2014. Los países del Golfo gastaron cientos de millones de dólares en la guerra civil siria entre 2012 y 2013, a menudo compitiendo entre sí. Arabia Saudí y Catar especialmente trataron de crear sus propias bases de clientes y celosamente los protegieron de la influencia del otro. Los esfuerzos al azar y ampliamente basados en la financiación a través de intermediarios sin la capacidad real para el seguimiento y control contribuyeron a la desorganización de las fuerzas rebeldes y la falta de estrategia o incluso de coordinación táctica. Aunque es muy poco probable que Arabia Saudí  y otros gobiernos del Golfo hayan fundado el Estado Islámico directamente, el IS se ha beneficiado de forma indirecta de este gasto excesivo cuando los combatientes que originalmente habían estado en otros grupos se unieron a éste y se llevaron sus experiencias y armas con ellos.
De ahí que la campaña saudí para el cambio de régimen en Siria no lograra sus objetivos y amenaza con ser contraproducente. El IS, al igual que los Hermanos Musulmanes Egipcios, ha propuesto narrativas pan-islámicas alternativas. Esto cuestiona abiertamente la legitimidad de Arabia Saudí con una ideología fundamentalista que mantiene similitudes con el Wahabismo Saudí. El IS atacó un puesto fronterizo saudí  en enero, dejando un saldo de dos soldados y un general fallecidos. Arabia Saudí también debe temer el contragolpe de los yihadistas que regresan, como en la década del año 2000 cuando los veteranos saudíes de la guerra afgana lanzaron una campaña de terror dentro del país. Arabia Saudí ha participado en ataques aéreos de las potencias aliadas contra el IS, ha emitido duras declaraciones en contra de sus ciudadanos, quienes fueron a luchar a Siria, y declaró al IS como una organización terrorista en marzo de 2014.
Con mucha ayuda financiera, Arabia Saudí ha logrado estabilizar el régimen egipcio, pero ahora no cuenta con un aliado creíble en Siria e Irak. Ha cultivado una relación de profunda desconfianza con los gobiernos sucesivos de Bagdad. El difunto rey Abdullah dijo a EEUU que “arrancara el problema de raíz” al referirse a Irán y veía al ex primer ministro iraquí, Nouri al Maliki, como un agente iraní, según un cable dado a conocer en Wikileaks. Maliki respondió acusando abiertamente a Arabia Saudí de financiar a insurgentes suníes en Irak. Sólo hace poco la relación se ha relajado con la invitación saudí  al nuevo primer ministro iraquí Haidar al-Abadi a visitar Riad en marzo de 2015.
Como si eso no fuera suficiente, la reputación de Arabia Saudí en Yemen se ha deteriorado también y le ha empujado a una inusual etapa de participación militar directa. La paranoia saudí sobre su empobrecido pero populoso vecino, que registra la tercera densidad de armas de fuego per cápita más alta del mundo, viene de lejos. El rey saudí Abdulaziz supuestamente declaró en su lecho de muerte en 1953 que al entonces dividido Yemen no se le debía permitir unirse de nuevo. Cuando esa unión se dio en 1990, Arabia Saudí trató de frustrar  la reunificación sin éxito apoyando a los secesionistas sureños en la guerra civil yemení de 1994. El proceso de transición que trató de negociar en 2011 tras la Primavera Árabe, con alzamientos en Yemen, ahora está hecho trizas. El expresidente Saleh, que visitó Riad en ese momento y sufrió un atentando, ahora está probando su suerte con la rebelión Houthi. El actual Presidente Hadi, a quien Arabia Saudí está respaldando, es una figura débil. El país está destrozado a consecuencia de la rebelión chií, los secesionistas sureños, Al Qaeda en la Península Árabe (AQAP en inglés) y las maquinaciones de los antiguos establecimientos alrededor de Saleh.
Las probabilidades de que Arabia Saudí pueda poner orden en este caos son pocas. Los ataques aéreos por sí solos no serán capaces de influir decisivamente en los acontecimientos. Una invasión por tierra supondría riesgos incalculables en el accidentado terreno yemení.  Es cuestionable el hecho de si Arabia Saudí y sus diez aliados regionales, cuyo apoyo ha conseguido, sería capaz de lograr tan abrumadora iniciativa. Arabia Saudí fue el mayor importador de armas del mundo en 2014, sin embargo sus capacidades militares  se encuentran comprometidas por la falta de entrenamiento, mantenimiento y cohesión. La realeza saudí también se ha mostrado ansiosa de limitar la capacidad de los militares para evitar un levantamiento, lo que ha reducido la efectividad del ejército. La actuación de la armada saudí durante intervenciones anteriores con los rebeldes houthíes en 2009 no ha sido juzgada favorablemente por los expertos internacionales. Parece que Arabia Saudí necesitará prepararse para un período de creciente inseguridad regional en el futuro.
Este artículo es una traducción del original “Saudi Arabian Nightmares” publicado en www.cidob.org

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