MADURO
Federico Ruiz Tirado
La lucha contra la corrupción, el caiga
quien caiga que ha proclamado Nicolás
Maduro y que el 8-O fue presentado ante
la AN bajo la formalidad contenida en la Ley Habilitante, son la capa y la
espada que le permitió, y en cierta
medida también al país bolivariano,
revertir la corriente golpista de la derecha amarilla. Es un hecho que
Maduro y el Gobierno han asumido como
uno de sus ejes fundamentales la eficiencia de la gestión, mediante la participación del pueblo en la calle y sus líderes, con sus
anhelos de organización social buscando
materializar el legado de Hugo Chávez.
Esta radicalización de Maduro fue prefigurada
en la campaña presidencial que cerró con su triunfo en abril de este año, en
medio del duelo por la partida de nuestro líder, la terrible intoxicación
mediática a la que ha sido sometido el pueblo, la campaña de descrédito sobre
su nacionalidad y, sobre todo, la de su legitimidad presidencial.
Una
mirada al funcionamiento político de las instituciones del Estado y de
los partidos políticos son, entre otras,
pruebas de lo anunciado por el Presidente el 8-O: " O estamos en la
vanguardia de la nueva ética revolucionaria o no estamos en nada".
Así cómo la Ley Habilitante ejercida con
coraje revolucionario por Hugo Chávez en
el 2000, que desplomó las ilusiones de continuidad de la oligarquía cuarta
republicana y del gran capital internacional, llevándolos a precipitar el golpe
de Estado de 2002, esta nueva solicitud de poderes especiales contiene visos subversivos
hacia el interior de la institucionalidad actual, la cual está entrampada en
las costumbres y modos operandis de la vieja política con trazas de diversos
colores.
Estamos obligados a repensar, pero también a actuar desde las
entrañas del monstruo que habita en los escritorios, ese que moja y se deja
mojar la mano.
Adelante Presidente, dé el sacudón.
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