CONTRA
LA CORRUPCION
Federico
Ruiz Tirado
Mi
impresión es que cuando se habla de la corrupción ésta no se asocia a la miseria
humana y espiritual, ni alude a las tramas de la lógica del capital que nos
devora en el capitalismo. En América Latina y el mundo la peste es variable,
brutal y deliberada, y se torna chocante contra toda ética saber que se ve como
algo folclórico, o como un sancocho al aire libre y unas cervecitas frías. La
condición corrupta en el capitalismo es redundante: es el alma de ese esquema
en el que se empotraron las bases del Estado tutelado y diseñado por las compañías
petroleras norteamericanas. American way of life.
El
Estado actual garantiza el control imperial del funcionamiento de la cosa
pública. La corrupción es (neo) colonial: amenaza nuestra soberanía e
independencia.
El
Estado gomecista que señalaba Kléber Ramírez –citado por el Presidente Maduro el
8-O- se refleja en el funcionamiento administrativo que al pasar por la IV República
terminó de asentarse y ahora hace metástasis: nacieron hasta partidos
fascistoides modelados en esa corrupción (¿o no, Julio Borges?).
Su
sedimento cultural pervive, es la
principal garantía de su expansión sobre la burocracia. Alcanzado este estadio
de la revolución bolivariana, la lucha contra la corrupción es también una
batalla cultural, de ahí que el combate y el proyecto avancen en su
radicalidad, como dijo Maduro, por la creación de “una nueva ética política y una nueva vida republicana”. Por ahí pasa
también el Plan de la Patria concebido por Chávez: “Construir una sociedad
igualitaria y justa”. Toca no sólo a Maduro alcanzar la irreversibilidad del proceso. Maduro somos
todos los chavistas.
El castigo debe ser ejemplar para
que se vea su rostro feo. Y los corruptos que agradezcan, porque Bolívar
decretó: quien se llevara una locha del erario público, fusilado se quedaba.
Aquí se van de vacaciones.
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