LA AUTORIDAD
DEMOCRATICA
Federico Ruiz Tirado
Este título no tiene parentesco con aquella acidez de Borges
(el de La Memoria de Shakespeare, no el del chequecito de PDVSA) cuando dijo
que la democracia era un atropello intolerable de la estadística. “¿Por qué
dejar asuntos tan importantes en manos de mayorías que carecen de conocimiento para opinar sobre ellos?”, es la
premisa de David Estlund (con epígrafe de Borges, el de El Informe de Brodie)
en un libro muy sofisticado sobre el tema.
Utilizo su título, que es una obra consagrada a privilegiar datos
epistémicos de las “democracias deliberativas”, platónicas, que le gustan a la
OEA; que intentan remozar la decadencia de los modelos representativos que Hugo
Chávez transformó en espacios participativos, protagónicos, motores de la
democracia bolivariana desde la Constituyente del 99.
Para Bush u Obama, presidentes de segundo grado, el ejercicio
de la autoridad democrática es a través del teléfono, indispensable para sus
modalidades bélicas con otros países. Dice el escritor Manuel Rivas que a Bush
lo mantenían lejos del auricular: porque con un escoces en mano ordenaba a sus
jefes militares: “acaben con ellos, vuélvanlos mierda”.
No puede haber
autoridad democrática en países cuyos “presidentes” son espurios (pero terroristas
de Estado, genocidas): “Cómo va la vaina esa por allá?”, preguntaba Bush
refiriéndose a cualquier intervención militar de EEUU a un militar en plena
guerra, u Obama llamando a la ungida de MCM: “Hola baby, cómo va todo en Caracas,
que hay de Maduro y su grupete?”
Aquí se ejerce la autoridad democrática con Maduro, no de modo
autocrático, como cree el Vicario de Escrivá de Balaguer, R.G. Aveledo, sino como
expresión de 14 años de forjamiento popular, de golpes y contra golpes.
No es la fuerza bruta del Estado, sino millones de seres
expresados en el gobierno bolivariano.
O no Henri Falcón?
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