Clodovaldo Hernández: La MUD, esperando que caiga la piñata
Vamos a ver: ¿qué significa el enfrentamiento entre María Corina Machado y la Mesa de la Unidad Democrática? ¿En realidad pelean por quién es la persona designada para reemplazar a Machado como candidata a uno de los escaños más seguros que tiene la oposición en la Asamblea Nacional, o habrá algo más?
“Siempre hay algo más”, afirma mi politóloga titular, Prodigio Pérez. Para ella resulta obvio que el fondo de este asunto es la sorda confrontación por el liderazgo principal de la oposición a partir de 2016 y, como derivado de ello, la pugna por la candidatura presidencial que viene por ahí, rodando.
Lo que está en juego es quién va a ser el jefe máximo (o la jefa máxima) de esa formación polícroma, polifacética y poli-ególatra que es la MUD, una vez que pasen las elecciones parlamentarias. Quien se quede con esa posición de poder tendrá la posibilidad de marcar el ritmo de la oposición a partir del próximo año y, lógicamente, desde tal puesto de mando, verá fortalecida su posibilidad de ser el o la aspirante a la Presidencia, sea en 2018 o antes, si se concretan ciertos planes que ya algunos han anunciado como pollos contados antes de nacer.
La posibilidad de triunfo en las legislativas ha desatado las ambiciones, ya de por sí grandes, de la dirigencia opositora, en particular de los que se consideran a sí mismos como presidenciables. Son como muchachitos (y muchachitas) a la espera de la inminente rotura de una piñata, cantando, medio embobecidos, “¡dale, dale, tírala pa’l suelo, queremos caramelos!”. Quien esté mejor colocado, sea más rudo y dé más codazos, agarrará más coroticos. [Bueno, es injusto acusar de esto a los niños y las niñas; cuando todo el mundo sabe que quienes se portan peor en ese momento en que caen las piñatas son las mamás (y algunos papás)].
Prodigio afirma que casi todos los dirigentes destacados de la oposición son líderes construidos en laboratorios de imagen, pero a pesar de eso, algo han aprendido sobre los tiempos reales y los tiempos de la política. Por ejemplo, están conscientes de que diciembre llegará en menos de lo que espabila monseñor Luckert, y, luego, ganen o pierdan, llegará el 2016 y, con la correlación de fuerzas que nazca de las elecciones, habrá que tomar decisiones, incidir en la velocidad de los acontecimientos y -sobre todo- sacar de la pista a los competidores… ¿o de qué estamos hablando?
Dependiendo de quién tome el puesto de control real de la coalición opositora, a partir de 2016 habrá que decidir, por ejemplo, si se va a tomar el camino del referendo revocatorio presidencial o si se intentará acopiar más fuerzas (y más descontento popular) con miras a 2018. Y para cada uno de esos tiempos de la confrontación política nacional hay sus correspondientes situaciones internas del antichavismo.
Machado debe saber (y si no lo sabe, sus consejeros deben decírselo) que Henrique Capriles Radonski es el candidato presidencial reinante y que está dispuesto a defender su fuero. Ella tiene que enfrentarlo más temprano que tarde, pero antes de eso tendrá que dirimir el liderazgo del ala pirómana de la Mesa con Leopoldo López, no porque haya una especie de reglamento ni nada por el estilo, sino porque, en realidad, ella y López representan lo mismo, tienen el mismo formato de liderazgo, defienden los mismos intereses, solo que una es de los Machado Parisca y el otro de los López Mendoza, “dos distinguidas familias de la sociedad caraqueña”, diría un cronista social. Ultraderechistas con tendencia a la violencia, exgolpistas de 2002, “salidistas” de 2014, tienen tantas coincidencias que, quiéranlo o no, van a tener que montar una pelea eliminatoria. Y el preludio de esa pugna ha sido el desacuerdo de Machado porque la MUD nombró como su sustituto en el circuito mirandino al leopoldista Freddy Guevara (y no a la feudataria que ella había designado).
La mejor prueba de que estas pulseadas preelectorales son anuncios de lo que vendrá es que Capriles Radonski ha comenzado a hacer esfuerzos para no verse tan dormido. Claro, a su manera, ¡faltaría más”!, es decir, por Twitter y Facebook, invitando a la gente a que le haga preguntas, y así oficiar como una especie de oráculo digital.
Capriles debe saber (y si no, sus asesores deben habérselo dicho) que sus propias indefiniciones, sus posturas ambivalentes, sus movimientos pa’lante y pa’trás le han hecho perder confianza de ciertos sectores del espectro opositor, que prefieren el radicalismo brutal de los de línea dura. Sabe (o lo saben sus coachs) que tiene que reforzarse como referencia del oposicionismo racional. Por eso anda en onda de disfrazarse de tecnócrata para hablar de economía; y de vestirse de estadista para reunirse con el secretario general de la OEA. Su metamensaje es que él no está ya para ir las piñatas internas de la oposición, sino para la lucha nacional contra el chavismo. Es una estrategia muy inteligente, pero falta saber si el ejecutor estará a la altura.
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