martes, 24 de enero de 2012


¿Dónde estaría Gramsci en la decadente Europa actual?

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Antonio Gramsci fue un revolucionario, teórico marxista, periodista y filósofo que llegó a ser uno de los principales dirigentes del Partido Comunista Italiano en los años veinte del pasado siglo (alcanzando el cargo de Secretario General). Murió un 27 de abril, el de 1937. En ese momento, con 46 años de edad, sumamente enfermo, se encontraba a punto de salir de la cárcel. Lúgubre morada donde el régimen de Mussolini lo había confinado arrancándolo de los brazos de la humanidad por ser, precisamente, uno de sus grandes: sensible, comprometido con los de su especie y brillantemente inteligente. Todo ello lo colocó irremisiblemente como un destacado y honesto dirigente de los explotados: de la clase obrera italiana. Primero, como miembro del partido socialista, y después, liderando el partido comunista de su tiempo. Pero por la misma razón, también lo situó en el punto de mira de los explotadores.
Hoy día, cuando se cumple el 121 aniversario de su nacimiento1, ante los acontecimientos que se precipitan en cascada sobre el cuello de las clases populares europeas2, entre recortes sociales, mercados insaciables y agencias de rating, cabe preguntarse: ¿dónde estaría Gramsci en esta Europa en crisis de principios de 2012? ¿Dónde nos podríamos encontrar en la actualidad a un pequeño hombre como Antonio3 con su inmensa estatura moral? Y se me ocurren al menos tres respuestas. Depende de si contestamos atendiendo a su dimensión política, intelectual o humana.
En tanto político que fue4, no sería difícil imaginárnoslo en alguno de los mayores partidos comunistas o de izquierdas de cualquiera de los países europeos actuales. El comunismo está casi tan mal visto hoy como ayer, y peor que estará, por tanto el símil se nos antoja verosímil.
Lamentablemente por ahora, las ideas marxistas no gozan de la misma popularidad entre la clase trabajadora de nuestros días que en la italiana del pasado siglo, cuando una parte importante de ella todavía tenía como referente la recién nacida Unión Soviética y luchaban por un horizonte poscapitalista. Ésta es una asignatura pendiente para los marxistas de hoy: llegó (otra vez) la hora de la revolución y nos pilló con el pie cambiado y los deberes sin hacer... Desde luego lo que está claro es que Gramsci sería lo contrario a un apolítico. Él odiaba la indiferencia como fuerza que ahogaba cualquier progreso histórico5. Sin duda, en estos momentos, Gramsci estaría jugándose el pellejo blandiendo razones y luchando por una humanidad que mereciese tal nombre. 
En cambio, como intelectual (orgánico) que era, lo podríamos imaginar en los centros de trabajo, de estudio o en las calles agitando a los mejores hijos del pueblo. Y seguro también publicando y debatiendo en alguna medio de Internet que substituyera a su viejo periódico L' Ordine Nuovo. En estos días de enero lo veríamos luchando contrahegemónicamente contra los intentos del bloque dominante actual por suprimir espacios de libertad en la Red, batallando contra la SOPA, la Ley Sinde y todas sus semejantes. Además, siguiendo su propuesta de intelectual orgánico de la clase obrera, tenemos la certeza de que no estaría trabajando a sueldo de ningún periódico burgués por mucho que se autoproclamase “progresista” o “de izquierdas”, porque debido a su insoslayable compromiso obrero frente a los patronos y los politicastros de izquierda, hace tiempo le hubieran prohibido la escritura en cualquiera de sus páginas. Tampoco estaría en ningún partido miembro de la Internacional Socialista que dejó enterradas a lo largo del siglo XX las ideas de Karl Marx y los socialistas de La Comuna de París para acabar abrazando la imposible mano invisible de Adam Smith, aquella que sigue meciendo la cuna, quise decir: “los mercados”.
Pero para finalizar nuestra fantasía revolucionaria cabría preguntarnos, ¿dónde estaría Gramsci como ser humano? La respuesta es sencilla: en la cárcel . O en su defecto, a punto de entrar. Porque en Gramsci no podemos separar su compromiso político, intelectual y ético de su conjunto humano, porque en él todas esas dimensiones confluían hacia la liberación de sus semejantes, todas ellas esculpían armónicamente la esencia de su persona, muchas veces puesta en tensión por los sufrimientos de su presencia, su materia, que nunca fueron lo suficientemente dolorosos para extinguir sus ansías revolucionarias de amor infinito al género humano6.
Hoy al igual que ayer, sólo que mucho peor, el capital financiero junto a los gobiernos títeres y el gran capital industrial conforman la fuerza macabra y demoledora de un imperialismo (Lenin) de carácter pornográfico (Fontes) y protonecrófilo (Fromm) que intenta llevar a las mayorías directamente a la tumba. Y todo ello, con el único fin de poder garantizar nuevas expropiaciones que aseguren la reproducción y acumulación constante de plusvalía, cada vez más, concentrada en las manos de unos pocos sádicos magnates capitalistas7. Hoy, al igual que en los tiempos de Gramsci, los espacios de democracia (aunque sea burguesa) tienden a desaparecer y la dictadura del Capital avanza con paso firme; primero enseñando una pata, después sus afilados colmillos y cada vez más su demoniaco cuerpo de mil tentáculos sedientos de cuerpos que ofrecer descuartizados en la pira de los mercados internacionalizados, donde impunemente se trafica todos los días, con la vida y la muerte de millones de nuestros hermanos.
Si no hacemos algo grande en breve, pronto tendremos a varios intelectuales orgánicos en las cárceles europeas: a numerosos familiares que visitar tras las rejas, a varios Gramsci entre cuatro paredes encerrados como si fueran vulgares criminales de la peor calaña, esto es, como si fueran grandes banqueros o especuladores (disculpen la redundancia).Y no es para esto que Gramsci se pasó estoicamente veinte años en la plenitud de su vida atrapado entre cuatro paredes, mientras sus hijos crecían sin la mirada cómplice de su padre y su mujer marchitaba frente a la constante e insoportable ausencia de su amado. No es para esto que Gramsci estuvo escribiéndonos en pequeños cuadernos a escondidas para que después de todo no hayamos aprendido nada y por nuestra inactividad volvamos, sin máquina del tiempo de por medio, no a principios del siglo donde vivió el revolucionario italiano, sino todavía más atrás: quizás a los años de Marx y Engels, a la brutal explotación del XIX. Pero esta vez, como sabemos que la historia no se repite exactamente del mismo modo, rodeados por un paisaje repleto de nanotecnología, Internet móvil y cámaras de videovigilancia controladas desde un no tan lejano espacio “exterior”. 
Así desde los barrotes de una prisión imposible, las palabras de Gramsci todavía resuenan y desbordan los cauces de la mediocridad, para desde la fe irremisible de su compromiso histórico recordarnos la necesidad de llevar a cabo la filosofía de la praxis8, en tanto somos a la vez homo faber y homo sapiens. P odemos ser forjadores y sabios, albañiles y filósofos, guerrilleros y artistas. Como una vez nos recordó:
“El hombre es un proceso, el proceso de sus actos”9 Partiendo de ello, Antonio se merece que le brindemos un buen homenaje. Se merece, como mínimo, una revolución. Sabemos que tenemos motivos de sobra para rebelarnos, pero tendremos que estudiar, trabajar, luchar y organizarnos por construir una revolución que merezca tal nombre. Para ello tendremos que aprender de los errores de las pasadas mientras nos armarnos de solidaridad y fraternidad internacionalista, únicas armas que nos guiarán al principio de la victoria: al amanecer del mundo socialista, a los albores de una tierra donde la paz y la libertad puedan por fin comenzar a florecer. Será nada más y nada menos que el principio de la verdadera democracia, por la que Antonio Gramsci, entregó su vida. Definitivamente fue un revolucionario al que le faltó una revolución. 
Nosotros la haremos en su nombre.
(*) Es el seudónimo artístico/revolucionario de Jon E. Illescas Martínez, investigador de la FCM en la Universidad de Alicante y la Universidad Complutense de Madrid. 
Blog: http://jonjuanma.blogspot.com/
jonjuanma@gmail.com

Notas:
1. Gramsci llegó al mundo el 22 de enero de 1891.
2. Entre otras clases populares pues como dice Rafael Díaz-Salazar no hay que olvidar que no son los europeos ni los estadounidenses los que más están sufriendo esta crisis del capitalismo, sino las clases explotadas de los países empobrecidos.
3. Gramsci debido a una enfermedad desde niño, no pasó del metro y medio de altura.
4. Fue elegido diputado de la Asamblea italiana en Roma.
5. “La indiferencia es el peso muerto de la historia. Es la bola de plomo para el innovador, es la materia inerte en la que a menudo se ahogan los entusiasmos más brillantes, es el pantano que rodea a la vieja ciudad y la defiende mejor que la muralla más sólida, mejor que las corazas de sus guerreros, que se traga a los asaltantes en su remolino de lodo, y los diezma y los amilana, y en ocasiones los hace desistir de cualquier empresa heroica” GRAMSCI, Antonio (2011) Odio a los indiferentes. Madrid: Ariel [1917].
6. Para darse cuenta de ello tan sólo hay que leer las bellísimas cartas que desde la cárcel Gramsci enviaba a sus seres queridos y cómo conscientemente, su compromiso histórico, le llevaba a aceptar su encarcelamiento bajo la tranquilidad de una ética inquebrantable y el convencimiento de incluso ofrecer su vida por sus ideales (Carta del 10 de mayo de 1928, dirigida a su madre). En cuanto al sufrimiento material me refiero al problema que tuvo desde pequeño que le impidió seguir creciendo y le produjo una creciente chepa, o las numerosas enfermedades que cosechó tras las prisiones fascistas.
7. No digo que lo sean todos, pero me parece que de los 1.210 multimillonarios (con más de 1.000 millones de $) que hay en el mundo, muy pocos se deben salvar se del epíteto que les dediqué, ya que dudo mucho que en su mayoría estos individuos dediquen sus activos para subvertir el orden que los ampara y acabar con la pobreza en el mundo, pues la pobreza mundializada deviene de su riqueza expropiada y privatizada.
8. La filosofía de la praxis, sería para Gramsci, la aplicación vital de las enseñanzas de un marxismo democratizado entre las mayorías como producto lógico de un nuevo estadio del humanismo.
9. GRAMSCI, Antonio (1974) La formación de los intelectuales. Barcelona: Grijalbo [1963]. 

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