sábado, 21 de enero de 2012


Amigo Earle Herrera, a Disney hay que mandarlo siempre a la mierda

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Entiendo que se trata de un chiste lo que usted quiso decir que publicaría un artículo de opinión en desagravio a Disney World. Por todas partes uno ve fetos de Walt Disney mezclado con bofes de Mc Donald, con las charcas de la Coca Cola junto con la incesante proliferación de basura con ratas tecnosofisticadas (de esas que además se auto-reproducen incontrolables a través de los rayos catódicos).
Walt Disney con sus grandes procesiones ha sido beatificado por la Iglesia, que poco a poco ella también va siendo incorporada a los grandes show públicos.
Cuando Hitler desapareció, muchos de los programas nazis fueron asumidos y explotados por los norteamericanos. Porque los gringos son tan racistas como los nazis alemanes; desde la independencia EE UU ha vivido en un permanente apartheid. Después de la Segunda Guerra mundial, comenzó el Departamento de Estado a usar negros en sus actividades políticas y culturales sólo para disimular un poco las denuncias por las reiteradas violaciones de los derechos humanos de la gente de color. Fue así como aparecieron negros en las películas de Walt Disney y se difundían por millones el libro “La Cabaña de Tío Tom”; Hollywood trató de poner a los negros a nivel de los blancos con aquella película “Fuga en cadenas”, en la que actuaba el negro Sidney Poitier.
Aquí le presento un trabajo que publique, amigo Earle, hace un tiempo en Aporrea:
Mister Walt Disney fue un aberrado, y además impotentes, que por ironía de este mundo vino a ser el padre de todos los entretenimientos. En el trabajo de Glenis Roberts para el periódico[1] Daily Mail de Londres, encontramos que el equipo de activos dibujantes de Walt Disney en una ocasión decidió hacer un regalo adecuado a su jefe para celebrar su 35 cumpleaños, que consistió en una historieta especial sobre Mickey y su novia, Minnie, tan especial que habría indignado a América si se hubiese exhibido en público, pues esta versión, claramente para adultos, del icono de los dibujos animados, presentaba a Minnie cediendo a las exigencias sexuales de Mickey. Walt Disney vio la película, aplaudió, alabó a su inteligente equipo y preguntó quiénes habían sido en concreto los responsables de tan magnífica obra. Naturalmente, les faltó tiempo para levantar la mano. «Están ustedes despedidos», les ladró Walt.
El equipo de Disney –dice Roberts- debía de saber que pisaba un terreno peligroso, pues había presenciado ya muchas demostraciones de los malos modos de su jefe. Aunque sostenía que llevaba el estudio como una gran familia feliz, era un personaje autoritario incapaz de relacionarse con la mayoría de las demás personas y se sentía profundamente incómodo con las cuestiones sexuales. Su crianza sin amor en el puritano Medio Oeste norteamericano lo hizo profundamente receloso de la vida familiar. Disney no confiaba en nadie a causa de los despiadados malos tratos a los que lo sometió su padre.
Trágicamente para un hombre cuya obra se centra en el amor a los niños de todos los países, tenía un miedo antinatural a la paternidad, que hacía que le aterrorizara mantener relaciones con su sufrida esposa, Lillian. Tenía, además, una cantidad de espermatozoides tan increíblemente escasa que tuvo que someterse a humillantes tratamientos de fertilidad, entre ellos envolverse los testículos en hielo.
El compulsivamente puritano Disney, o bien desatendía a Lillian o bien la emprendía con ella a golpes; una vez llegó a romperle la mandíbula. Era un obsesivo compulsivo que se lavaba las manos 30 veces a la hora, sufrió varios colapsos nerviosos y nunca pudo mantener una amistad, muchas veces alegando razones puritanas. Rompió su relación con Spencer Tracy cuando éste se fue a vivir con Katherine Hepburn estando todavía casado con otra mujer.
En el estudio, era un tirano y dirigía la empresa de una manera tan dictatorial que prohibió a sus empleados que se dejaran bigote, aun cuando él lo llevaba. No había ningún motivo para tal prohibición; para Disney, era simplemente un ejercicio de poder.
Siendo un dibujante mediocre que sentía rencor hacia los animadores más dotados que él, a quienes debía su éxito, los obligó a utilizar un reloj de fichar siempre que no estuvieran trabajando con la cabeza inclinada sobre el tablero; hasta el tiempo que tardaban en afilar el lápiz era deducido de su jornada de trabajo.
En la raíz de su conducta, estaba su relación con su padre, Elías. Walt, que había nacido en Chicago y se había criado en una granja cerca de Kansas City, sentía terror ante la idea de acabar siendo un don nadie como el hipócrita Elías, a quien odiaba tanto que se convenció de que era adoptado.
Se alistó en el ejército a los 16 años para escapar de su familia. Y fue enviado a Francia. De regreso a América, Walt se reunió en California con su hermano mayor, en los primeros años 20; los dos fundaron su propio estudio de dibujos animados, inspirándose en la habilidad que habían desarrollado en su niñez. Roy era amigo, pariente y director financiero de Walt. Pronto fue también su casamentero: organizó su matrimonio con una boba muchacha del Medio Oeste, Lillian Bound, que le recordaba a su madre.
La obsesión de Walt era su estudio, si bien en esto sufrió numerosos reveses antes de que, en 1928, produjera su invención más célebre: el ratón Mickey. La versión oficial ha sido siempre que a Walt se le ocurrió la idea durante el largo viaje en tren de Nueva York a Los Ángeles y que se inspiró en los ratoncitos que le roían los papeles por la noche cuando era joven.
Lo cierto es que es muy posible que el famoso ratón fuera una invención de su primer socio, Ubbe Iwerks, otro chico de Missouri de antepasados holandeses. A Walt ni siquiera se le ocurrió el nombre. Quería poner a su ratón el de Mortimer y Lillian dijo que era «demasiado mariquita» y sugirió Mickey.
Mickey Mouse convirtió a Walt en el nuevo niño prodigio de Hollywood, en una época en la que la industria del cine estaba buscando una guía moral tras una serie de escándalos de droga y sexo. Todo el mundo quería alinearse con la nueva imagen de la honradez y Disney se constituyó en guardián del decoro moral de la sociedad estadounidense.
Sin embargo, no era oro todo lo que relucía. Disney, probablemente, se habría arruinado si un promotor de ventas de Nueva York llamado George Borgfeldt no hubiera decidido decorar los regalos de Navidad para los niños con las caras de Mickey y su novia Minnie, y no hubiera comprado los derechos de estas imágenes a Disney.
Walt había redescubierto la cesión de derechos, que se convertiría en una de sus más importantes fuentes de ingresos, pero esto no lo hizo más generoso con su equipo. Por las noches vagaba por los pasillos del estudio para asegurarse de que estaban trabajando; cuando los beneficios disminuyeron, les pidió que aceptasen una reducción del 15% en su paga. Mientras ellos trabajaban, Disney cultivaba a las influyentes columnistas de Hollywood Hedda Hopper y Louella Parsons, se recortaba su bigote como dibujado a lápiz para tener un aire más elegante y se hizo miembro del célebre Club de Polo Riviera.
La mayoría de sus batallas estaban motivadas por el dinero. Y en 1940, accedió a actuar como informante para Edgar Hoover, director del FBI, delatando a supuestos comunistas. A cambio, Hoover fomentó la paranoia de Disney de que había sido adoptado, prometiéndole averiguar a toda costa la auténtica verdad sobre sus orígenes.
Cuando sus dibujantes decidieron formar un sindicato, Disney les amenazó con dejarlos sin trabajo: abandonaría los dibujos animados por las películas con actores reales. Los dibujantes recibieron el apoyo del nuevo Gremio del Actor's Studio, del Printing Council (que obligó a quitar la rentable tira del ratón Mickey de los periódicos) y de la Technicolor Corporation (que se negó a procesar una película de Disney).
Su hermano Roy salvó la situación sugiriendo a Hoover que enviara a Walt a hacer una gira conciliadora por Suramérica. Cuando volvió a Los Ángeles, se encontró con que Roy había resuelto la huelga y que Hoover había localizado a una mujer española que afirmaba ser su madre. Walt, que contaba a la sazón 40 años, se encerró en su habitación y estuvo varias horas llorando.
Nadie, ni siquiera Walt, averiguó jamás si lo que decía aquella mujer era cierto. La huelga le costó a Disney muchos de sus dibujantes de confianza. Viéndose frente a la ruina financiera sin sus mejores colaboradores, dimitió como director del estudio.
Pero, a los pocos meses, Estados Unidos entró en la II Guerra Mundial y Disney volvió a la industria cinematográfica para hacer películas de animación destinadas al entretenimiento de las fuerzas armadas. El Gobierno concedió cuantiosas subvenciones a Disney durante la guerra. La mayoría de los estudios prestaban sus servicios gratuitamente, pero Walt se quedaba con el dinero, eso sí, quejándose de que no era suficiente.
En los años 40, entró en la época más vergonzosa de su carrera. Según dice su biógrafo, Marc Elliot, en Walt Disney, Hollywood's dark prince (Walt Disney, el príncipe oscuro de Hollywood), el rey de la animación bebía desde por la mañana temprano, tomaba somníferos y se pasaba todo el día en casa dando vueltas en su tren en miniatura.
Realizó por fin su sueño de vivir en su propio mundo cuando se inauguró Disneylandia en 1955, en un naranjal de 80 hectáreas, en el barrio Anaheim de Los Ángeles, donde continúa. En la inauguración, se emborrachó de tal manera que no pudo pronunciar un brindis como es debido. Después, casi se mudó a la Calle Mayor de Disneylandia y estableció un nido de amor donde recibía a mujeres.
En 1966, murió de cáncer con grandes sufrimientos, dejando una fortuna equivalente a millones de pesetas a las mujeres de su familia. Aunque su yerno favorito, Ron Miller, estuvo dedicado a la empresa hasta 1984, la responsabilidad vino a recaer de manera más sólida en su sobrino Ron E. Disney, que sigue al frente.
Walt, por supuesto, es una leyenda. ¿Acaso hubo alguna vez un hombre tan desdichado que proporcionara tanta diversión a millones de personas?
La extraña relación con su hija Sharon
A Elías Disney, el padre de Walt, le encantaban los salones llenos de humo, el whisky, las mujeres fáciles y el juego. Y, sin embargo, predicaba a sus cinco hijos las virtudes de la templanza y el trabajo duro.
Walt fue un niño desconcertado con inclinación a hacerse pis en la cama y a ponerse la ropa de su madre. Cuando fue mayor y se casó con Lillian, tuvieron verdaderos problemas para obtener descendencia. A la escasa fertilidad de Disney se sumaban sus pocas ganas de tener hijos. Sintió pánico cuando su esposa se quedó embarazada en 1933 de su hija Diane y empezó a beber y a fumar más de lo habitual. No tendrían más hijos, aunque al cabo de tres años, Lillian adoptó a una segunda hija, Sharon.
En los años 40, cuando la biografía de Disney empieza a decaer, hubo tanta tensión en su matrimonio que por primera vez se rumoreó que tenía un romance con otra mujer, Dolores del Río. El matrimonio de Disney sobrevivió, superando incluso un curioso período en el que Walt se fue de vacaciones con su hija adolescente, Sharon, con la que estableció una relación excepcionalmente estrecha. La bañaba, la vestía y la seguía cuando tenía un acceso de sonambulismo. Su esposa, temiendo tal vez que tuviera un interés insano por la hija adoptiva, reaccionó enviando a Sharon a un colegio en Suiza. Walt tomó tanto afecto a Sharon que, cuando ésta anunció su compromiso con un hombre al que él desaprobaba, se puso a tirarle crema pastelera a la cara a puñados. El matrimonio de Sharon en el 1959 con Ron, un arquitecto del Medio Oeste que se parecía a él de joven, le sumió en una depresión que se agravó por la artritis y la preocupación por el futuro del estudio. No quería que el hijo de Ron se convirtiera en su sucesor y puso sus esperanzas en Ron Miller, el marido de su hija Diane.
Animado cuando Ron y Diane pusieron su nombre a su quinto hijo, nacido en 1961, la melancolía volvió a apropiarse de él al estrenar Mary Poppins. Creyó que después del clásico infantil de 1964 no podría hacer nunca una película mejor.
jsantroz@gmail.com

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