lunes, 26 de octubre de 2015

El elefante bocarriba
Federico Ruiz Tirado

ERNESTO VILLEGAS Y EL DESAFIO DELIBERATIVO

Si no bastaran y no fueran lo suficientemente políticas y argumentativamente  irrebatibles las advertencias formuladas por el Presidente Maduro y Diosdado Cabello, para citar a dos líderes fundamentales y movilizadores de la opinión y base chavista, que una eventual derrota en la elecciones parlamentarias del 6 –D es equivalente al  desdibujamiento del poder popular, en el entendido que la Asamblea Nacional lo representa y en definitiva el comienzo del fin del modelo chavista, la hecatombe y el regreso al poder político de quienes Hugo Chávez desplazó del mapa el 4 de febrero del 92 y luego, en el 99 cuando impulsó ese proceso extraordinario de reformas, ligado a la voluntad de las mayorías, y cuya expresión monumental fue la Constituyente y el barrido de la Constitución del 61, por la vigente, la de 1999, que como lo señala el poeta Gustavo Pereira en el preámbulo, fue concebida, “con el fin supremo de refundar la República, Participativa y Protagónica, Multiétnica y Pluricultural en un estado de justicia, Federal y Descentralizado”
Si no bastara, repito, esas y otras razones que le den la cara al desafío más dilemático de nuestra revolución el 6 de diciembre, podríamos señalar otra razón: la ética. Pero no como la conciben los voceros “morales” que nos inducen a ser cumplidores y responsables con “mandatos” híbridos que se fraguan en las nebulosas oficinas de los “expertos” o “asesores” cuyos intereses o bien son de clase o meramente mercantiles (cosa que es un pleonasmo). Se trata de un principio ético, casi olvidado, confundido entre los invitados de la fiesta pública, camuflado para no ser descubierto. No. Se trata de una razón ética esencialmente identificada en los principios del chavismo primitivo, en los valores fundacionales de este pueblo que se jugó la vida –y sigue jugándosela- en 1989, en el 2002, en el sabotaje petrolero y en otros sucesos puestos en la escena para torcerle el brazo –hasta quebrarlo- a la revolución creada por Hugo Chávez.
Hoy, a la hora de votar nuevamente y de algún modo acosados por crisis estructurales del capitalismo mundial y local, y por la cultura de la maquinaria, salta más a la vista: el contenido deliberativo que debe privar entre los actores, entre los electores y los elegidos.
No me refiero a adornar esa cuasi costumbre voluntarista de votar para ganar e incluso para perder, como sucedía infelizmente en la IV república, que la gente sufragaba durante menos de dos minutos en un cuartico oscuro con la esperanza de que cualquiera que resultara “electo” lo hiciera mejor que el anterior (que Lusinchi fuera más capaz y cumpliera más que Luis Herrera), como decía Alfredo Maneiro: esa especie de “fe” en la democracia que se ponía de manifiesto  durante esos fugaces minutos, mientras se preparaba el sancocho y la Polar vendía sus cervecitas en las regiones pobres de las grandes ciudades, para celebrar la victoria adeca o copeyana, porque era igual, era un acto de fe en el modelo democrático representativo sin duda encomiable, digna de elogio por sobre todas las cosas. Se trataba de votar por CAP dos veces, por Caldera dos veces, por diputados que no se les veía el rostro sino el color de una tarjetica con un color representativo de un partido por más grande o más minúsculo que fueran.  El carácter deliberativo al que hago referencia es a la relación ética y afectiva que debe validar la relación entre quienes votan y el votado. Por ejemplo, ¿Quién no recuerda a Ernesto Villegas dialogando y escuchando dentro de la casa mientras tomábamos el café de la mañana? Yo no salìa a la calle sin la brújula que me brindaba Ernesto para pensar y armar el crucigrama. Quién no recuerda sus diálogos interpelativos a propios y extraños? Estoy seguro que el camarada Ernesto Villegas, quien es candidato a la AN por Catia, La Pastora y el Junquito, y cuya trayectoria lo define como un sujeto que ejerce la sintonía entre el hablar y el escuchar,  sabe que ser diputado lo compromete con el valor intrínseco existente con los intereses de las comunas y sus  electores, que se confrontan con los intereses de la derecha territorialmente. A quien no se le ha ocurrido pensar que las chicharronerías del Junquito, el clima frío de la zona, su cercanía con la montaña, con el mar, no dejan de ser codiciadas por la derecha para convertirlo en un “paraíso turístico” con fines lucrativos, de propietarios exógenos, explotados, racistas, escocidas, como sucedió alguna vez con Los Roques. No es que sea defensor del pueblo, sino que Ernesto va a legislar como un proceso de síntesis con sus electores de clase. Pero hablemos de Catia (una ciudad dentro la ciudad, ignorada por Caracas), que pasó de ser una zona de tolerancia  antes del siglo pasado, a una especie de antro invisible donde los ricachones de Caracas buscaban mano de obra barata. Ernesto tiene el objetivo de reafirmar el sueño de Chávez: reafirmar la dignificación del hábitat de sus trabajadores y sus gentes.
El camarada Villegas llevarà consigo a la AN el patrimonio existencial, cultural y extraordinario de Aquiles Nazoa, de Jacinto Convit, Alfredo Maneiro, que son como adargas para la defensa de los avasallantes ataques de una derecha sin patria, sin sentido histórico.

Esta razòn deliberativa que debemos agregar a la agenda de los diputados, puede ser también aplicada al compañero Miguel Leonardo Rodríguez, quien es candidato por el Amazonas. Su voluntad y ánimo conservacionista debe ser la plataforma de diálogo con las poblaciones indígenas que va a representar. No se trata de una condición de autoridad, sino de empatía y exponente de sus intereses específicos.


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