El elefante bocarriba
Federico Ruiz Tirado
ERNESTO VILLEGAS Y EL DESAFIO DELIBERATIVO
Si no bastaran y no
fueran lo suficientemente políticas y argumentativamente irrebatibles las advertencias formuladas por
el Presidente Maduro y Diosdado Cabello, para citar a dos líderes fundamentales
y movilizadores de la opinión y base chavista, que una eventual derrota en la
elecciones parlamentarias del 6 –D es equivalente al desdibujamiento del poder popular, en el
entendido que la Asamblea Nacional lo representa y en definitiva el comienzo
del fin del modelo chavista, la hecatombe y el regreso al poder político de
quienes Hugo Chávez desplazó del mapa el 4 de febrero del 92 y luego, en el 99
cuando impulsó ese proceso extraordinario de reformas, ligado a la voluntad de
las mayorías, y cuya expresión monumental fue la Constituyente y el barrido de
la Constitución del 61, por la vigente, la de 1999, que como lo señala el poeta
Gustavo Pereira en el preámbulo, fue concebida, “con el fin supremo de refundar
la República, Participativa y Protagónica, Multiétnica y Pluricultural en un
estado de justicia, Federal y Descentralizado”
Si no bastara,
repito, esas y otras razones que le den la cara al desafío más dilemático de
nuestra revolución el 6 de diciembre, podríamos señalar otra razón: la ética.
Pero no como la conciben los voceros “morales” que nos inducen a ser
cumplidores y responsables con “mandatos” híbridos que se fraguan en las
nebulosas oficinas de los “expertos” o “asesores” cuyos intereses o bien son de
clase o meramente mercantiles (cosa que es un pleonasmo). Se trata de un
principio ético, casi olvidado, confundido entre los invitados de la fiesta pública,
camuflado para no ser descubierto. No. Se trata de una razón ética esencialmente
identificada en los principios del chavismo primitivo, en los valores
fundacionales de este pueblo que se jugó la vida –y sigue jugándosela- en 1989,
en el 2002, en el sabotaje petrolero y en otros sucesos puestos en la escena
para torcerle el brazo –hasta quebrarlo- a la revolución creada por Hugo Chávez.
Hoy, a la hora de votar
nuevamente y de algún modo acosados por crisis estructurales del capitalismo
mundial y local, y por la cultura de la maquinaria, salta más a la vista: el contenido
deliberativo que debe privar entre los actores, entre los electores y
los elegidos.
No me refiero a
adornar esa cuasi costumbre voluntarista de votar para ganar e incluso para
perder, como sucedía infelizmente en la IV república, que la gente sufragaba
durante menos de dos minutos en un cuartico oscuro con la esperanza de que cualquiera
que resultara “electo” lo hiciera mejor que el anterior (que Lusinchi fuera más
capaz y cumpliera más que Luis Herrera), como decía Alfredo Maneiro: esa
especie de “fe” en la democracia que se ponía de manifiesto durante esos fugaces minutos, mientras se
preparaba el sancocho y la Polar vendía sus cervecitas en las regiones pobres
de las grandes ciudades, para celebrar la victoria adeca o copeyana, porque era
igual, era un acto de fe en el modelo democrático representativo sin duda
encomiable, digna de elogio por sobre todas las cosas. Se trataba de votar por
CAP dos veces, por Caldera dos veces, por diputados que no se les veía el
rostro sino el color de una tarjetica con un color representativo de un partido
por más grande o más minúsculo que fueran.
El carácter deliberativo al que hago referencia es a la relación ética y
afectiva que debe validar la relación entre quienes votan y el votado. Por
ejemplo, ¿Quién no recuerda a Ernesto Villegas dialogando y escuchando dentro
de la casa mientras tomábamos el café de la mañana? Yo no salìa a la calle sin
la brújula que me brindaba Ernesto para pensar y armar el crucigrama. Quién no
recuerda sus diálogos interpelativos a propios y extraños? Estoy seguro que el
camarada Ernesto Villegas, quien es candidato a la AN por Catia, La Pastora y
el Junquito, y cuya trayectoria lo define como un sujeto que ejerce la sintonía
entre el hablar y el escuchar, sabe que
ser diputado lo compromete con el valor intrínseco existente con los intereses
de las comunas y sus electores, que se
confrontan con los intereses de la derecha territorialmente. A quien no se le
ha ocurrido pensar que las chicharronerías del Junquito, el clima frío de la
zona, su cercanía con la montaña, con el mar, no dejan de ser codiciadas por la
derecha para convertirlo en un “paraíso turístico” con fines lucrativos, de
propietarios exógenos, explotados, racistas, escocidas, como sucedió alguna vez
con Los Roques. No es que sea defensor del pueblo, sino que Ernesto va a
legislar como un proceso de síntesis con sus electores de clase. Pero hablemos
de Catia (una ciudad dentro la ciudad, ignorada por Caracas), que pasó de ser
una zona de tolerancia antes del siglo
pasado, a una especie de antro invisible donde los ricachones de Caracas
buscaban mano de obra barata. Ernesto tiene el objetivo de reafirmar el sueño
de Chávez: reafirmar la dignificación del hábitat de sus trabajadores y sus
gentes.
El camarada
Villegas llevarà consigo a la AN el patrimonio existencial, cultural y
extraordinario de Aquiles Nazoa, de Jacinto Convit, Alfredo Maneiro, que son
como adargas para la defensa de los avasallantes ataques de una derecha sin
patria, sin sentido histórico.
Esta razòn
deliberativa que debemos agregar a la agenda de los diputados, puede ser
también aplicada al compañero Miguel Leonardo Rodríguez, quien es candidato por
el Amazonas. Su voluntad y ánimo conservacionista debe ser la plataforma de
diálogo con las poblaciones indígenas que va a representar. No se trata de una
condición de autoridad, sino de empatía y exponente de sus intereses
específicos.
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