El profesor Freud y su nena
Una carta de Freud a su hija de 19 años permite vislumbrar cómo actuaba la figura paterna que él mismo, al crear el psicoanálisis, contribuyó a destituir. Anteayer se cumplieron 75 años de su muerte.
Por Sigmund Freud *
Mi querida Anna: He leído todas las noticias sobre tu pequeño viaje por el mundo con gran interés. Acaba de llegar tu telegrama sobre tu arribo a Londres, y el comentario “recibida por Dr. Jones” me lleva a sugerirte algo que habría reservado para más adelante. Me he enterado por las mejores fuentes de que el Dr. Jones tiene intenciones serias de cortejarte. Es la primera vez que esto sucede en tu joven vida y no quiero despojarte de la libertad de la que disfrutaron tus dos hermanas mayores. Pero se ha dado que siempre has vivido más cerca de nosotros que ellas, y tengo la esperanza de que te resulte más difícil que a ellas tomar una decisión sobre tu vida sin estar antes segura de nuestra (en este caso: mi) aprobación.
El Dr. Jones es, como sabes, un amigo mío y un colaborador muy valioso. Esto podría representar para mí una tentación más. Por eso no quiero dejar de hacerte notar que hay dos tipos de motivos en su contra, los que te atañen sólo a ti y los que nos conciernen también a nosotros. En última instancia, ambas razones confluyen. Por nuestra parte, entra en consideración nuestro deseo de que no te comprometas o te cases tan joven, antes de haber visto, aprendido y vivido un poco más, y de haber adquirido experiencia sobre los seres humanos. Reprimo la tristeza de saberte tan lejos; sería fácil sacrificarla si hubiera otras ventajas. También quisiéramos, por experiencia propia, ahorrarte un compromiso demasiado prolongado. En este sentido, el Dr. Jones, que no debe estar muy lejos de los 35 y necesita pronto una esposa, también resulta muy poco apropiado.
Probablemente te parecerán más importantes las otras consideraciones que sólo le conciernen a tu persona y no son tan evidentes como las primeras. Jones es, sin duda, una persona cariñosa y buena, que amará mucho a su mujer y estará muy agradecido por su amor. Pero sé por su primera mujer, a quien conoces y seguramente aprecias con sus notables anomalías y sus excelentes rasgos de carácter, que no es el hombre apropiado para una mujer de naturaleza más refinada. Trabajó duro para abrirse paso y superar las circunstancias de una familia pequeña y de condiciones de vida difíciles, se dedicó principalmente a sus intereses científicos y descuidó el aprendizaje del tacto y las delicadas consideraciones que una muchacha tan mimada, y además tan joven y algo frágil, esperará de su marido. Para apreciarlo y comprometerte con él en todo sentido deberías ser por lo menos cinco años mayor y entonces él sería demasiado viejo para ti. Estas cuestiones íntimas son, sin duda, las que deben haber movido a Loe a advertirte sobre su acercamiento antes de que yo lo supiera. No puedo menos que darle la razón.
Por otra parte, Jones es mucho menos independiente y más necesitado de afecto de lo que podría creerse por la impresión que causa. Necesita una mujer experimentada, quizá hasta mayor que él. Si se lo deja a merced de sí mismo –y esto es lo peor que puedo decir de él– muestra una tendencia a moverse en situaciones peligrosas y a poner todo en juego en ellas, que no me garantizarían seguridad alguna para ti.
Tal vez toda esta advertencia te parezca innecesaria y afirmes que nunca te has interesado seriamente en él. Pero en ese caso, debes saber cuáles son sus intenciones para poder rechazarlas sin dejar lugar a dudas con tacto y amable cautela. No te estoy aconsejando que evites todo contacto con él, pero sí que trates de no estar a solas con él. Ferenczi, que piensa pasar el mes de agosto en Londres, y nuestra parienta, Miss Pring, pueden servirte de excusa si te mantienes firme. Y en mi opinión, debes hacerlo y no permitir que llegue a declararse. Dilata tu visita a Londres hasta que tengas compañía y nunca dejes que te pase a buscar a ti sola. Es también una obligación hacia el hombre. Escríbeme y cuéntame.
Tu Padre
* Fragmento de una carta a Anna Freud, fechada el 16 de julio de 1914, incluida en Correspondencia 1904-1938, de Sigmund y Anna Freud, de reciente aparición (ed. Paidós).
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