miércoles, 19 de febrero de 2014

QUIEREME MUCHO…
Los amigos de Adolf Hitler tienen mala memoria, pero la aventura nazi no 
hubiera sido posible sin la ayuda que de ellos recibió. 
Como sus colegas Mussolini y Franco, Hitler contó con el temprano 
beneplácito de la Iglesia Católica. 
Hugo Boss vistió su ejército. 
Bertelsmann publicó las obras que instruyeron a sus oficiales. 
Sus aviones volaban gracias al combustible de la Standard Oil y sus 
soldados viajaban en camiones y jeeps marca Ford. 
Henry Ford, autor de esos vehículos y del libro El judío internacional, fue su 
musa inspiradora. Hitler se lo agradeció condecorándolo. 
También condecoró al presidente de la IBM, la empresa que hizo posible la 
identificación de los judíos. 
La Rockefeller Foundation financió investigaciones raciales y racistas de la 
medicina nazi. 
Joe Kennedy, padre del presidente, era embajador de los Estados Unidos en 
Londres, pero más parecía embajador de Alemania. Y Prescott Bush, padre y 
abuelo de presidentes, fue colaborador de Fritz Thyssen, quien puso su fortuna 
al servicio de Hitler. 
El Deutsche Bank financió la construcción del campo de concentración de 
Auschwitz. 
El consorcio IGFarben, el gigante de la industria química alemana, que 
después pasó a llamarse Bayer, Basf o Hoechst, usaba como conejillos de Indias 
a los prisioneros de los campos, y además los usaba de mano de obra. Estos 
obreros esclavos producían de todo, incluyendo el gas que iba a matarlos. 
Los prisioneros trabajaban también para otras empresas, como Krupp, 
Thyssen, Siemens, Varta, Bosch, Daimler Benz, Volkswagen y BMW, que eran la 
base económica de los delirios nazis. 
Los bancos suizos ganaron dinerales comprando a Hitler el oro de sus 
víctimas: sus alhajas y sus dientes. El oro entraba en Suiza con asombrosa 
facilidad, mientras la frontera estaba cerrada a cal y canto para los fugitivos de 
carne y hueso. 
Coca-Cola inventó la Fanta para el mercado alemán en plena guerra. En ese 
período, también Unilever, Westinghouse y General Electric multiplicaron allí 
sus inversiones y sus ganancias. Cuando la guerra terminó, la empresa ITT 
recibió una millonaria indemnización porque los bombardeos aliados habían 
dañado sus fábricas en Alemania. 

Eduardo Galeano Espejos. Una historia casi universal 

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