Culturas de paz y culturas de guerra
Rafael Pompilio Santeliz
El hombre tiene la facultad maravillosa de pensar, de dialogar, de armonizar a partir de la palabra, para algo debería servir tantos siglos de razonamiento humano. Aún así, el poder de los poderosos sigue cultivando una pedagogía sanguinaria. En estos tiempos se ha decretado una guerra contra pobres sin redención como para impedir la propagación de la especie. George Bush lo dijo: “El mundo es un lugar peligroso”, en consecuencia, la lógica de la agresión y la industria bélica es su gran negocio.
La última instancia de toda guerra siempre ha sido la cuestión económica: territorios anexados, o aliados, mercados, fuentes estratégicas de energía para garantizar en el tiempo la hegemonía imperial. De esta manera, cuando el objetivo del exterminio es rentable la operatividad no ve teorías ni razones humanistas.
La política expansionista proyecta la guerra y crea las condiciones en lo económico y en lo ideológico que faciliten su desarrollo. Una vez iniciada, el centro de la lucha política se desplaza de lo no militar a lo militar; entonces empieza a funcionar nuevas relaciones y leyes. En ocasiones, la política se limita a cumplir los objetivos de la estrategia militar que, en último análisis son fines políticos: parar la posibilidad de la rebelión continental.
La existencia de sociedades monopolistas militaristas, fundamenta la guerra en escala universal. La educación de guerra es una influencia sistemática que con un sentido y un fin determinado –odiar a otros grupos humanos- se ejerce sobre la psicología del educando para desarrollar en él las ideas deseadas por el educador que recibió la misma educación. Luego, los sentimientos generalizados por los medios de comunicación masiva legitimarán las acciones guerreristas.
El gran colegio de esta antiética es el pentágono que con su Escuela de Las Américas lavó el cerebro a 70 mil milicos latinoamericanos. El Plan Colombia ha sido uno de los inventos para avanzar sobre las nuevas refundaciones basadas en la soberanía y el control de sus recursos. Países que como Venezuela son referencia para el pueblo latinoamericano, están en la mira de los grandes monopolios que necesitan el petróleo para el motor de sus guerras y desafueros.
Los ejércitos nacionalistas son su peligro. Ya para los años 60, la administración gringa tuvo un viraje debido a la intervención de John F Kennedy de convertir a los ejércitos latinoamericanos en fuerzas de seguridad que controlaran a su propia población. Ahora se instrumenta el terror paramilitar contra “conocidos propositores comunistas” (known communist proponents) lo que se extiende a todo organizador social en lucha por sus derechos. La nueva fase de violencia organizada por el Estado, desde los 90, ha ofrecido el peor record de violación de los derechos humanos en nuestro hemisferio.
La globalización, con sus variantes para explotar mejor al mundo, incorporó la tesis del Estado pos nacional o Estado Internacional. La idea es modelar estructuras sumisas a merced de entes supranacionales para legitimar invasiones de todo lo que se salga del molde. El imperio militariza para crear un autoritarismo mundial frente a la desterritorialización externa e interna de los Estados Unidos. Las nuevas tendencias nacionalistas y autonomistas que ensayan la autogestión son vistas como experiencias anacrónicas que desembocarán ineluctablemente en parálisis colectivas. Esto es parte de sus propósitos: desmantelar toda construcción soberana en Latinoamérica y el mundo.
Todo castigo o represalia pareciera buscar la curación de algo que finalmente no se cura con eso. Ahora, cómo lograr consenso en tanta disgregación? Cómo educar para la tolerancia en medio de la intransigencia de los centros imperiales? Los centros hegemónicos, que no poseen libertad ni respeto, fácilmente castigan impunemente. Gerard Winstanley, comunista utópico, sostiene en su obra Opúsculos escogidos: “Donde quiera que se encuentre el pueblo unido por la posesión en común de lo que se necesita para la vida, será el país más fuerte del mundo, pues todos defenderán a una su patrimonio. La felicidad –que es la paz y la libertad- constituirán los muros y fortificaciones de ese país o ciudad. Al mismo tiempo, en el caso contrario, los pleitos por razones de propiedad y los intereses personales dividen al pueblo, al país, al mundo entero en facciones, y son causa de guerra y derramamiento de sangre; la discordia reina por doquier”.
La agresión terrorista es la política de los grandes centros hegemónicos. El terror es un miedo grande, irreparable. Terror a la muerte súbita, desproporcionada, que pensamos no nos corresponde. Es una amenaza que pareciera que no se acaba nunca, que nos acosa y paraliza azotando nuestra fragilidad. Un daño que se aloja en la hondura del ser que es la memoria. Es saberse indefenso ante un monstruo que ni siquiera tiene rostro definido. El poder de las grandes potencias y sus asociados se difumina, se disgrega en parcelas que parecieran sin centro. Es difícil probar lo inminente de su obvia presencia, pero igual se siente su accionar.
La lucha por la paz mundial es una lucha larga por los intereses guerreristas y la naturaleza misma del sistema monopolista- militarista. En último término, esta autodefensa, o guerra justa, será una guerra de liberación de todos contra pocos. Bajo la visión utópica, en las sociedades guiadas por el humanismo real, los hombres no deberían pronunciarse por acciones dirigidas a su destrucción mutua, o la de poblaciones de otras regiones de su tierra. Su función social debe ser diferente: convivir con la naturaleza en provecho de la buena vida, liberarse de la angustia del porvenir incierto. Construir lo justo para demostrar. Luego, los pueblos decidirán su futuro.
Es justicia reconocer el derecho de los pueblos del mundo a autogobernarse y administrarse. La historia universal –escribió Hegel- reside en el progreso de la conciencia de la libertad. En nuestra historia existieron lógicas y culturas donde no predominaban los procedimientos de fuerza. Culturas de paz que se creaban y desarrollaban favorecidas por la ausencia de factores que engendra la guerra. Nuestra responsabilidad está en retomar ese rumbo, evadiendo las manipulaciones programadas por la Guerra de IV generación que nos hace enfrentarnos entre nosotros mismos, invisibilizando o viendo como aliado a nuestro enemigo principal: el imperialismo norteamericano
Rafael Pompilio Santeliz
El hombre tiene la facultad maravillosa de pensar, de dialogar, de armonizar a partir de la palabra, para algo debería servir tantos siglos de razonamiento humano. Aún así, el poder de los poderosos sigue cultivando una pedagogía sanguinaria. En estos tiempos se ha decretado una guerra contra pobres sin redención como para impedir la propagación de la especie. George Bush lo dijo: “El mundo es un lugar peligroso”, en consecuencia, la lógica de la agresión y la industria bélica es su gran negocio.
La última instancia de toda guerra siempre ha sido la cuestión económica: territorios anexados, o aliados, mercados, fuentes estratégicas de energía para garantizar en el tiempo la hegemonía imperial. De esta manera, cuando el objetivo del exterminio es rentable la operatividad no ve teorías ni razones humanistas.
La política expansionista proyecta la guerra y crea las condiciones en lo económico y en lo ideológico que faciliten su desarrollo. Una vez iniciada, el centro de la lucha política se desplaza de lo no militar a lo militar; entonces empieza a funcionar nuevas relaciones y leyes. En ocasiones, la política se limita a cumplir los objetivos de la estrategia militar que, en último análisis son fines políticos: parar la posibilidad de la rebelión continental.
La existencia de sociedades monopolistas militaristas, fundamenta la guerra en escala universal. La educación de guerra es una influencia sistemática que con un sentido y un fin determinado –odiar a otros grupos humanos- se ejerce sobre la psicología del educando para desarrollar en él las ideas deseadas por el educador que recibió la misma educación. Luego, los sentimientos generalizados por los medios de comunicación masiva legitimarán las acciones guerreristas.
El gran colegio de esta antiética es el pentágono que con su Escuela de Las Américas lavó el cerebro a 70 mil milicos latinoamericanos. El Plan Colombia ha sido uno de los inventos para avanzar sobre las nuevas refundaciones basadas en la soberanía y el control de sus recursos. Países que como Venezuela son referencia para el pueblo latinoamericano, están en la mira de los grandes monopolios que necesitan el petróleo para el motor de sus guerras y desafueros.
Los ejércitos nacionalistas son su peligro. Ya para los años 60, la administración gringa tuvo un viraje debido a la intervención de John F Kennedy de convertir a los ejércitos latinoamericanos en fuerzas de seguridad que controlaran a su propia población. Ahora se instrumenta el terror paramilitar contra “conocidos propositores comunistas” (known communist proponents) lo que se extiende a todo organizador social en lucha por sus derechos. La nueva fase de violencia organizada por el Estado, desde los 90, ha ofrecido el peor record de violación de los derechos humanos en nuestro hemisferio.
La globalización, con sus variantes para explotar mejor al mundo, incorporó la tesis del Estado pos nacional o Estado Internacional. La idea es modelar estructuras sumisas a merced de entes supranacionales para legitimar invasiones de todo lo que se salga del molde. El imperio militariza para crear un autoritarismo mundial frente a la desterritorialización externa e interna de los Estados Unidos. Las nuevas tendencias nacionalistas y autonomistas que ensayan la autogestión son vistas como experiencias anacrónicas que desembocarán ineluctablemente en parálisis colectivas. Esto es parte de sus propósitos: desmantelar toda construcción soberana en Latinoamérica y el mundo.
Todo castigo o represalia pareciera buscar la curación de algo que finalmente no se cura con eso. Ahora, cómo lograr consenso en tanta disgregación? Cómo educar para la tolerancia en medio de la intransigencia de los centros imperiales? Los centros hegemónicos, que no poseen libertad ni respeto, fácilmente castigan impunemente. Gerard Winstanley, comunista utópico, sostiene en su obra Opúsculos escogidos: “Donde quiera que se encuentre el pueblo unido por la posesión en común de lo que se necesita para la vida, será el país más fuerte del mundo, pues todos defenderán a una su patrimonio. La felicidad –que es la paz y la libertad- constituirán los muros y fortificaciones de ese país o ciudad. Al mismo tiempo, en el caso contrario, los pleitos por razones de propiedad y los intereses personales dividen al pueblo, al país, al mundo entero en facciones, y son causa de guerra y derramamiento de sangre; la discordia reina por doquier”.
La agresión terrorista es la política de los grandes centros hegemónicos. El terror es un miedo grande, irreparable. Terror a la muerte súbita, desproporcionada, que pensamos no nos corresponde. Es una amenaza que pareciera que no se acaba nunca, que nos acosa y paraliza azotando nuestra fragilidad. Un daño que se aloja en la hondura del ser que es la memoria. Es saberse indefenso ante un monstruo que ni siquiera tiene rostro definido. El poder de las grandes potencias y sus asociados se difumina, se disgrega en parcelas que parecieran sin centro. Es difícil probar lo inminente de su obvia presencia, pero igual se siente su accionar.
La lucha por la paz mundial es una lucha larga por los intereses guerreristas y la naturaleza misma del sistema monopolista- militarista. En último término, esta autodefensa, o guerra justa, será una guerra de liberación de todos contra pocos. Bajo la visión utópica, en las sociedades guiadas por el humanismo real, los hombres no deberían pronunciarse por acciones dirigidas a su destrucción mutua, o la de poblaciones de otras regiones de su tierra. Su función social debe ser diferente: convivir con la naturaleza en provecho de la buena vida, liberarse de la angustia del porvenir incierto. Construir lo justo para demostrar. Luego, los pueblos decidirán su futuro.
Es justicia reconocer el derecho de los pueblos del mundo a autogobernarse y administrarse. La historia universal –escribió Hegel- reside en el progreso de la conciencia de la libertad. En nuestra historia existieron lógicas y culturas donde no predominaban los procedimientos de fuerza. Culturas de paz que se creaban y desarrollaban favorecidas por la ausencia de factores que engendra la guerra. Nuestra responsabilidad está en retomar ese rumbo, evadiendo las manipulaciones programadas por la Guerra de IV generación que nos hace enfrentarnos entre nosotros mismos, invisibilizando o viendo como aliado a nuestro enemigo principal: el imperialismo norteamericano
No hay comentarios:
Publicar un comentario