¿Seguimos siendo el patio
trasero de Estados Unidos?
Pedro
Brieger
Telam
Las
acciones llevadas adelante por la Casa Blanca en la última década, desmienten el
supuesto "desinteres" del Imperio hacia una región que sigue siendo
una preocupación para la política exterior estadounidense.
Después
del atentado a las Torres Gemelas y el Pentágono en 2001 numerosos analistas
sostenían que Estados Unidos había relegado América Latina a un segundo plano.
Supuestamente
esto se debía a que la “guerra contra el terror” enunciada por el presidente
George Bush (h) centraba todos los focos en Afganistán e Irak. Algunos incluso
aseguraron que América Latina se había convertido en irrelevante para los
proyectos norteamericanos.
Si
uno se guiara por los dichos públicos de los principales funcionarios
norteamericanos y los debates entre los candidatos presidenciales en todos los
procesos electorales desde 2001 hasta la fecha uno podría llegar a la
conclusión que -efectivamente- América Latina ocupa un lugar secundario e
irrelevante en la política exterior de la Casa Blanca. Mas no
es así. Lo demuestra día a día el gobierno de los Estados Unidos aunque algunas
de sus acciones no tengan gran alcance mediático.
A
la vista están la continuación del bloqueo a Cuba, la red de bases militares en
Sudamérica, el Plan Colombia, el fracasado proyecto del Área de Libre Comercio
de las Américas (ALCA), el apoyo al golpe de Estado contra Hugo Chávez en 2002,
la intervención militar en Haití en 2004 para derrocar a Jean Bertrand
Aristide, entre tantas otras actividades que incluyó la participación abierta
del embajador Paul Trivelli en Nicaragua para unir a la oposición e intentar
evitar el triunfo electoral de Daniel Ortega. Ya esta serie de hechos
alcanzarían para demostrar que la Casa Blanca no sólo que no considera
“irrelevante” a América Latina, sino que es una región vital a sus intereses y
su esfera de influencia natural.
Es
tan importante la región que a comienzos de 2012 el Congreso de los Estados
Unidos aprobó un acta denominada “Contrarrestando a Irán en el Hemisferio
Occidental”. Allí se puede leer que Estados Unidos tiene “intereses políticos,
económicos y de seguridad vitales en el Hemisferio Occidental (todo el
continente americano). Sin aportar pruebas y en base a múltiples aseveraciones
vagas se afirma que la
República Islámica de Irán está perpetrando operaciones
vinculadas al tráfico de drogas, armas y de personas, lavado de dinero,
falsificación de documentos, pirateando software y música.
Además
se la acusa de brindar apoyo logístico en el continente a todo tipo de
organizaciones terroristas (como la palestina Hamás y el Hezbolá libanés) y a
narcotraficantes como Los Zetas mexicanos. Por otra parte, se la vincula a los
atentados a la Embajada
de Israel y la AMIA
en la Argentina.
Leyendo el documento uno podría llegar a la conclusión que
las toneladas de cocaína que ingresan a Estados Unidos las transportan iraníes
y que casi todos los males de la región recaen sobre sus espaldas.
Una
simple lectura del documento permite comprender que Estados Unidos está
preocupado porque Teherán estrecha sus vínculos con varios países
latinoamericanos para minimizar los efectos de las sanciones internacionales
impulsadas por la primera potencia mundial. Algún lector desprevenido puede
pensar que esto tiene que ver con los planes nucleares de la República Islámica.
Sin embargo, vale la pena recordar que las primeras sanciones contra Irán son
del 14 de noviembre de 1979, diez días después de la toma de la embajada
norteamericana en Teherán y mucho antes que nacieran Hamas o el Hezbolá, o los
iraníes desarrollaran tecnología nuclear. El gran pecado de los iraníes es
haber derrocado a la dictadura del Sha Reza Pahlevi -uno de principales aliados
de Estados Unidos durante la guerra fría, y fue eso lo que motivó la furia del
Departamento de Estado y las multinacionales petroleras que controlaban el
negocio del oro negro.
Como
se menciona en el documento, la gran preocupación de la Casa Blanca es que
Bolivia, Cuba, Ecuador, Nicaragua, Venezuela y otros países latinoamericanos
estrechen sus relaciones con Teherán. Para evitarlo el Congreso propone
realizar un seguimiento de todo aquello vinculado a Irán en el Hemisferio
occidental; desde embajadas, centros religiosos, culturales y de caridad hasta
medios de comunicación, empresas, puertos y aeropuertos. En pocas palabras, un
minucioso monitoreo de toda la región controlado por el Departamento de Estado.
En realidad, no es la
Republica Islámica de Irán lo que más preocupa a los Estados
Unidos, sino que esta corriente de gobiernos progresistas de América Latina se
consolide como un bloque independiente. Lo de Irán es una nueva excusa, como en
otros momentos lo fue la amenaza comunista.
Fuente:
http://www.telam.com.ar/notas/201301/3307-seguimos-siendo-el-patio-trasero-de-estados-unidos.html
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