jueves, 2 de julio de 2020

Coronavirus y relaciones internacionales
La reeelección de Donald Trump
La batalla, pues, no será en todo el país sino en los estados que se llaman indecisos o pendulares, 
estados en los que no gana siempre el mismo partido sino en el que se alternan. Esto no es nuevo: 
usualmente la inversión en campaña y la cobertura mediática es mayor en esos estados.
Leonardo Posada Villegas / Miércoles 1ro de julio de 2020
 

A pesar de lo mal que Donald Trump ha enfrentado los desafíos que trae el coronavirus, nada menos cierto que su reelección está sepultada. Para la época en la que Matador publicó la caricatura Pintoresco entierro en El Tiempo, en vez de desplomarse, la popularidad de Donald Trump venía en punta. Nunca había sido tan popular entre los ciudadanos estadounidenses desde que se posesionó como en marzo y abril de este año. De un 42.3% de aprobación el 13 de marzo, saltó a un 45.8% dos semanas después. Parece poco, pero es un gran logro para él, teniendo en cuenta que la única vez que ha estado por encima de ese porcentaje fue el 25 de Enero de 2017, recién posesionado, cuando un 47.8% de los estadounidenses respondieron afirmativamente a la pregunta “¿Aprueba o desaprueba la manera en la que Donald Trump está asumiendo su trabajo como presidente?”. Esta percepción ya había caído al 43.9% tres días después, para nunca recuperarse hasta el mes antepasado.
Popularidad suficiente para ser reelegido
Tampoco es poco si se le compara con sus antecesores, Barack Obama y George Bush hijo. En la misma época de su ciclo presidencial, la aprobación del primero estaba en el 48.9% y la del segundo en 44.9%, ambas en mayo 17. Tanto Bush como Obama se hicieron reelegir, y aunque ya superamos ese pico de popularidad que Trump alcanzó hace mes y medio, su aprobación hoy es del 44.0%, casi cinco puntos porcentuales menos que Barack Obama en la misma época y apenas 0.9 puntos por debajo de George Bush. O sea que no está Trump muy lejos de repetir lo que hicieron sus dos antecesores, al menos si su popularidad en mayo se toma como un indicio de lo que puede pasar en noviembre.
El colegio electoral y la paradoja de ganar con menos votos
Pero es que tampoco hay que ser el más popular para ganar las elecciones presidenciales en Estados Unidos, y ni siquiera el candidato más votado. George Bush hijo ganó las del 2000 a pesar de que su contrincante logró medio millón más de votos. Más recientemente, Donald Trump fue elegido presidente en 2016 con casi tres millones de votos menos que Hillary Clinton.
Esta paradoja se debe al sistema de colegio electoral mediante el que se elige presidente y vicepresidente en Estados Unidos. Allí la elección no es directa sino se conforma un colegio electoral en el que cada estado tiene tantos votos como puestos en el Congreso. California, el estado más poblado, tiene 2 senadores y 53 representantes, para un total de 55 votos en el colegio electoral, de un total de 538; mientras que Wyoming, Vermont, las Dakotas, Montana, Delaware y Alaska, por tener poblaciones pequeñas, sólo aportan tres electores cada uno, lo mismo que el Distrito de Columbia.
Al final, lo que decide quién es presidente no es obtener el mayor número de votos entre los ciudadanos sino lograr la mayoría de electores del colegio. La clave para entender cómo se obtiene una mayoría en éste sin una mayoría de votos es que todos los estados, menos Nebraska y Maine, determinaron que los puestos del colegio no se reparten proporcionalmente al porcentaje de votos en el estado sino que el que gana, gana todo. Así los demócratas, con un 61.73% de los votos en California, se quedaron con los 55 votos de este estado en el colegio electoral en 2016, pero no obtuvieron ni uno de los 29 de Florida a pesar de haber logrado un 47.82% de los votos, pues allí los republicanos lograron el 49.02%, con lo que se llevaron la totalidad de los votos del colegio.
Campaña en los estados indecisos
Este sistema también hace que el presidente pueda despreocuparse de que su popularidad se desplome en estados como el mencionado California, donde la última victoria republicana fue en 1988, o Nueva York, Oregón y Washington, donde hay que remontarse otro cuatrienio para la última victoria republicana. Esos son estados seguros para los demócratas; allí los republicanos no se esfuerzan mucho por pelearse los votos, a pesar de ser muy poblados y con una alta representación en el colegio electoral. Siguiendo esa misma lógica, la popularidad del presidente puede caer allí estrepitosamente sin causarle preocupación pues nada pierde: si el número de votos en el colegio electoral que Trump obtuvo en Nueva York la elección pasada fue cero, este año no puede obtener un número menor a ese, independientemente de cuánto disminuya su aprobación. Con una popularidad del 40% o del 5%, de todas maneras sus votos para el colegio electoral por este estado seguirán siendo cero.
La batalla, pues, no será en todo el país sino en los estados que se llaman indecisos o pendulares, estados en los que no gana siempre el mismo partido sino en el que se alternan. Esto no es nuevo: usualmente la inversión en campaña y la cobertura mediática es mayor en esos estados. Lo que tiene este año de diferente es que los usuales temas tendrán esta vez menos peso en convencer a los votantes que el que tendrá el manejo que se le está dando a la pandemia. Como mostraré más adelante, crisis como la que estamos viviendo pueden disparar la aprobación de un gobernante a niveles muy altos.
A pesar de que Estados Unidos es el país más afectado por el coronavirus y que la gestión que le ha dado su presidente ha sido muy deficiente, ésta aún puede servirle en campaña. Si los ordenamos por la tasa de contagiados por millón de habitantes, nueve de los diez estados más afectados por el coronavirus votaron demócrata las elecciones pasadas y son todos de tradición demócrata. Si se ordena por número de muertes, siete de los primeros diez son demócratas. Ordenados por número de contagios, también siete de diez votaron demócrata, mientras que el séptimo, el octavo y el noveno votaron republicano. Así pues, los estragos del coronavirus se han sentido principalmente en estados donde Donald Trump nada tiene que perder — al menos electoralmente — y aún está a tiempo de capitalizar la crisis en popularidad en los estados indecisos, en donde el efecto de la pandemia no ha sido tan desastroso.
Batallas perdidas: popularidad en tiempos de crisis.
Pero todo esto no es para cantar una victoria de Trump, sino para señalar que es un escenario posible. Y, por el otro lado, hay otros indicios que sugieren que la balanza se inclina hacia los demócratas. Primero, Trump no ha sacado mayor rédito de la crisis. En 2001, la popularidad de George Bush saltó del 56% el 7 de Septiembre a 90% el 21 de ese mes, la más alta que alguna vez haya tenido un presidente estadounidense. No hubo en esas dos semanas un cambio sustancial en la manera en que el país era conducido, pero los ataques del 11 de septiembre unieron a los estadounidenses en torno a su líder.
De manera similar, el coronavirus ha dado una inyección de popularidad a los gobernantes en las democracias porque ha puesto a éstos y a sus detractores en el mismo bando, con muy pocas excepciones como Jair Bolsonaro, Andrés Manuel López Obrador y Vladimir Putin. La popularidad de Boris Johnson en abril era 18 puntos porcentuales mayor que la que tenía en febrero, la de Conti en Italia subió 19 puntos, la de Merkel en Alemania, 11; ha subido 10 puntos la de Macron y la de Sánchez en Francia y en España; la de Duque en Colombia subió 38 puntos y otros presidentes latinoamericanos tienen niveles de popularidad atípicamente altos: 97% en El Salvador, 95% en Perú. 89% en Guatemala y 78% en Argentina. Trump, en cambio ganó modestos tres puntos porcentuales de febrero a abril, de los que ya perdió casi dos. Si esta crisis no logró disparar su popularidad, su campaña no logrará sino ganancias marginales de aquí a noviembre.
La posición decisiva de Florida
Entre los estados pendulares, el que mayor efecto de pivote tiene es Florida, que con 29 votos en el colegio electoral es el que más peso tiene. Más aún, Florida comparte con Nueva York el tercer puesto de los estados con mayor número de votos en el colegio, por detrás de California, tradicionalmente demócrata, y Texas, tradicionalmente republicano. Tal es el peso decisivo de la Florida que éste es el único resultado al que deben darle vuelta los demócratas para recuperar la presidencia, si se asume como cierto que en 2016 la victoria de Trump en Pensilvania fue atípica y que este año volverá a ser demócrata, como en las seis elecciones anteriores.
Las elecciones presidenciales en la Florida, además, se caracterizan por ser sumamente reñidas. La victoria de Donald Trump sobre Hillary Clinton se dio por 1.2 puntos porcentuales; la de Barack Obama sobre Mitt Romney fue de apenas 0.88, y la de George Bush sobre Al Gore fue de 0.01 (48.85% contra 48.84%). Al Gore contaba con 20 votos más que George Bush en el colegio electoral antes de que se oficializara el resultado en la Florida. Fue apenas un puñado de votos en este estado lo que volteó completamente el resultado y encumbró a George Bush, a pesar de haber quedado por detrás de su contrincante en número total de votos a nivel nacional.
Puede ser efecto del coronavirus o que aún en marzo no se había elegido el candidato demócrata para la contienda de este año, pero hasta marzo 16 las encuestas en la Florida estaban divididas entre Donald Trump y alguno de cinco precandidatos demócratas. A partir de ahí, Biden aparece como ganador en todos los sondeos que se han publicado por seis encuestadoras distintas entre el 6 de abril y el 19 de mayo. Florida, una vez más, puede ser el estado pivote de las elecciones, y por el momento Donald Trump está perdiendo allí.

No hay comentarios:

  EL MUNDO CAMBIARÁ, EL CORONAVIRUS LO LOGRARÁ. Desde que el mundo es mundo, los imperios con sus monarquías y con apoyo de las religiones, ...