II
SECRETARIADO AMPLIADO NACIONAL
(SEPTIEMBRE
2015)
ANÁLISIS
DE COYUNTURA
Han transcurrido casi ocho años desde que
explotó la burbuja inmobiliaria en EEUU, la cual sirvió de detonante para la
mayor depresión económica mundial jamás conocida en la era capitalista, incluso
superior a la vivida durante el crack económico de 1929.
La explicación sobre lo sucedido a la economía
mundial, al principio fue hegemonizada –gracias
al complejo mediático– por el contrapunteo de economistas neoliberales y keynesianos.
Unos cuestionando la imprudente actuación de los banqueros, los errores y
excesos de controles de los gobiernos y la irresponsabilidad de los deudores al
no reducir –con tendencia a cero– el gasto en salud, educación, pensiones, etc;
los otros, objetando el descontrol oficial, la tolerancia institucional frente
a la especulación y la ausencia de controles sobre los dueños del capital.
Lo cierto es, que ante la superficialidad
economicista expresada por los gurús del capitalismo, quienes no han podido –ni
podrán- dar una explicación certera y confiable sobre la actual debacle
mundial, y mucho menos presentar una real vía de escape a las grandes masas
populares sometidas al despojo, a la miseria y a la guerra, viene cobrando cada
vez con más fuerza el análisis marxista, el cual atribuye las grandes
convulsiones sociales, económicas y políticas que hoy se manifiestan en
distintas latitudes del planeta, a las fallas estructurales y orgánicas propias
del capitalismo.
En los
últimos tiempos, propios y extraños han estado atentos al desarrollo de la
crisis económica y social por la cual atraviesa Grecia. Grandes titulares sobre
el país heleno han copado la escena internacional. La tragedia griega, incluye
una deuda impagable, contablemente adquirida para enriquecer fraudulentamente a
una minúscula elite gobernante de la vieja Europa, pero que fue
estructuralmente contraída para ser socializada en su pago, mediante el
endurecimiento de la explotación de la clase trabajadora.
Lo cierto
es que desde la creación de la Unión Europea hasta nuestros días, jamás ningún
país de la eurozona había sido sometido con tanta crueldad al decálogo
neoliberal como lo está siendo Grecia.
En el
drama griego, Syriza y el actual primer ministro Alexis Tsipras,
independientemente de su reciente reelección el pasado 20 de septiembre, se han
convertido en los sepultureros de la democracia y la soberanía griega, al
aceptar lo que en palabras del exministro de economía Iannis Varoufakis es “un
golpe de Estado” disfrazado de “rescate financiero” que hundirá su economía y
elevará su deuda en poco tiempo por encima del 200% del PIB.
La
capitulación ante la Troika firmada por Tsipras, incluye un drástico recorte de pensiones,
eliminar beneficios laborales, despidos masivos en las dependencias estatales,
reducir enormemente la inversión social en salud y educación, aumento de los
intereses bancarios y una agresiva ola privatizadora. En pocas palabras,
aceptar todo lo que dijo que no aceptaría antes de su primera elección y mucho
más.
Para entender
quien ha salido favorecido con el resultado electoral en Grecia, basta observar
el entusiasmo con el cual ha sido recibido el triunfo de Tsipras por parte de
la elite mundial, quienes apenas se enteraron del triunfo de Syriza enviaron
sus felicitaciones al flamante ganador, hecho este que contrasta con el rechazo
generalizado expresado por ellos nueve meses atrás tras el triunfo de Syriza.
A su vez,
la escasa participación del pueblo heleno en las elecciones nacionales (la más
baja desde la década de 1990), evidencia aun más la desmoralización que hoy se
manifiesta en Grecia y vislumbra que el pueblo de los dioses del Olimpo, ha
quedado atrapado en las redes del neoliberalismo, lo que sin duda representa
para ellos un horizonte nada alentador en los tiempos que están por venir.
Seguramente
algunos, debido al bombardeo mediático, se habrán creído el cuento de que las
medidas impuestas por la Troika a Grecia, se debe a que un grupo de países
exitosos están dando una lección de cómo se transita hacia la construcción de
un régimen capitalista donde la mano invisible del mercado gotea felicidad a la
clase trabajadora.
En
realidad, la crisis griega representa una minúscula fracción de una gran bomba
económica que está a punto de explotar y cuya onda expansiva se propagará por
todo el planeta, por lo tanto, lo que estamos viendo en Grecia, no es sino el
preludio de lo que está por venir.
Según las
cifras oficiales, la deuda mundial hoy ronda los 200 billones de dólares, monto
que se aproxima al 300% del PIB global. En términos tangibles se habla de que
cada habitante de la tierra que muere deja como herencia a los que nacen unos
28.000$ de deuda, cifra esta que va en un vertiginoso ascenso. Nada más en
EEUU, la deuda externa desde que explotó la crisis inmobiliaria hasta el día de
redacción del presente documento, se ha duplicado.
En Asia,
países como Japón y Corea de Sur, no escapan a esta realidad. Sus economías
están asfixiadas por deudas que ya rondan el 250% del PIB, lo que muy
probablemente creará las condiciones para que se produzcan grandes estallidos
sociales que dejarán perplejo a quienes suponían que para los tigres asiáticos
todo marchaba viento en popa, sin embargo, la tormenta capitalista que se
aproxima amenaza con hundirles el barco con todo y tripulación adentro.
Incluso China, a pesar del acelerado
crecimiento que le llevó experimentar un impresionante desarrollo de su complejo industrial, gracias
al cual, en menos de 15 años pudo transformar una economía que representaba un
tercio de la estadounidense a convertirse, en octubre de 2014, en la primera
potencia económica mundial, no escapa de las nefastas repercusiones de la
recesión económica mundial, toda vez que se ha venido produciendo un progresivo
y peligroso estancamiento de su economía.
Como
respuesta, el gigante asiático, quien ha visto en las mismas leyes del mercado
que les llevó a la cúspide de la economía global el principal factor para
detener su avance, ha emprendido todo un ajedrez de estrategia geofinanciera
que incluye la devaluación del Yuan (táctica utilizada en 1994 y que sirvió
para estimular sus exportaciones a nivel mundial), no como mecanismo para
fortalecer el dólar, sino como maniobra para hundir más la economía yanqui,
haciendo más atractivo los productos Made in China en el mercado global
y seguir avanzando en la gradual conversión del Yuan como la principal moneda
de intercambio comercial del planeta.
Al hacer
un vuelo rasante sobre la movilización de divisas en el mundo, nos encontramos
que si bien el dólar sigue siendo la principal moneda de reserva del planeta,
su tenencia ha venido menguando escandalosamente en este comienzo del siglo
XXI. En el año 2000, la moneda yanqui – principal artificio mercantil de EEUU
para imponer su hegemonía económica – representaba más del 60% de las reservas
globales, en cambio para el 2013, dicha presencia había caído dramáticamente en
menos de un 33%, siendo la moneda china, la que más se ha extendido
en los últimos años, llegando a ser la moneda de reserva para 40 Bancos
Centrales. [1]
Sin duda, lo anterior
implica que el imperio norteamericano en medio de la presente crisis, ha venido
perdiendo progresivamente gran parte de su hegemonía avasallante. Ante lo cual Gramsci, nos
advertía:
“Si la clase dominante ha perdido el consenso, entonces no es
más “dirigente”, sino únicamente dominante, detentadora de la pura fuerza
coercitiva, lo que significa que las clases dominantes se han separado de las
ideologías tradicionales, no creen más en lo que creían antes. La crisis consiste justamente en que lo
viejo muere y lo nuevo no puede nacer, y en este terreno se verifican los
fenómenos morbosos más diversos”
Ciertamente, cuando un sistema es
absolutamente hegemónico, el bloque histórico dominante está en capacidad de
garantizar que sus directrices sean aceptadas por la sociedad sin ningún tipo
de resistencia. Contrariamente, un bloque hegemónico evidencia que se encuentra
en crisis, en la medida que su capacidad de generar consenso se disgrega y la
imposición de directrices ya no se logra de manera espontanea, sino, a través
de la coerción.
En tal sentido, si bien la homogeneidad del
bloque ideológico es el principal factor que determina la hegemonía del grupo
dirigente, su desmoronamiento se evidencia en la medida en que la violencia se
convierte en el único argumento capaz de forzar el consenso.
De allí, que el fenómeno fascista se expresa
en su versión más evidente, toda vez que la clase dominante ve amenazada su
hegemonía dentro de un bloque histórico en razón de un nuevo bloque hegemónico,
ante lo cual apela al uso de la fuerza como única medida para contener su
demolición.
Naturalmente, desde la racionalidad del
socialismo científico, los revolucionarios estamos absolutamente conscientes de
que la crisis orgánica que hoy atribula a los explotados del mundo, no es un
fenómeno repentino, tampoco es un hecho pasajero producto de un fallo fugaz del
sistema, sino que en sí misma representa la agudización de las
contradicciones estructurales del sistema capitalista, la cual,
indistintamente de algunas fases de reanimación que se produzcan, seguirá su
evolución de manera inexorable hacia el abismo de la autodestrucción.
Una mirada crítica sobre el proceso histórico
de la postguerra mundial, y más específicamente en lo relacionado a la etapa en
la cual se produjo por interés de Washington, la imposición de abandonar el
patrón oro y su sustitución por el patrón dólar, con lo cual se dio fin al mal
llamado estado de bienestar capitalista (1945-1971), nos permite
observar algunos aspectos importantes a destacar:
1.
La
derrota yanqui en la guerra contra Vietnam,
trauma que en el marco de la Guerra Fría, vino a incidir en una crisis
de sobreproducción del gasto militar, el cual hoy ocupa con 610.000 millones de
dólares, más del 34% del gasto militar mundial, el triple de China segundo país
con mayor gasto, y siete veces más que el tercero, representado por Rusia.
2.
El
derrumbe del bloque soviético y la inmediata proclama de George Bush padre
sobre nuevo orden mundial, con EEUU como gran gendarme imperialista de finales
del siglo XX.
3.
La expansión del
neoliberalismo como asalto estructural del régimen capitalista en el
recrudecimiento de la esclavitud asalariada y la consecuente respuesta popular
que abrió el camino para la llegada al poder de gobiernos revolucionarios y
progresistas por vía de voto en Latinoamérica.
4.
La campaña criminal desatada
por Washington posterior al auto-ataque terrorista del 11 de septiembre de
2001. El cual, ante la opinión pública mundial, ha colocado a EEUU en su justo
lugar en la historia como el imperio más sanguinario de la historia.
5.
El estallido de la burbuja
económico-financiera de EEUU y su propagación por el mundo en forma de
depresión; el asenso de China como la nueva locomotora del sistema económico
global; y el resurgir de Rusia como gran superpotencia militar del planeta.
6.
La revitalización del
antiimperialismo, no sólo como concepto, sino como arma política para la
acumulación de fuerzas de los oprimidos contra la clase dominante y su
manifestación pública masiva.
A nuestro criterio, los hechos antes
mencionados, a grandes rasgos nos permiten caracterizar dialécticamente cómo se
ha venido configurando la actual crisis general del capitalismo, cuyo caldo de
cultivo no es otro que la misma lógica depredadora de la elite mundial.
En los términos de la lucha de clase, el
pasado 2 de junio de 2012, con motivo de la instalación del Consejo Patriótico
de Partidos, nuestro secretario general nacional, el camarada José Pinto
expuso:
“Vivimos una etapa de la
humanidad, donde dos visiones antagónicas del mundo se enfrentan. Por un lado,
la visión explotadora de la gran burguesía internacional, y por otra, la de los
oprimidos, quienes producto de la crisis, en el anhelo de vivir un mundo mejor,
han tomado calles en masivas protestas contra el salvajismo capitalista […]
ciertamente, hoy nos encontramos frente a un marcado declive en la capacidad de
dirección de la clase que domina el planeta. Al igual que ocurrió en la era feudal y esclavista en su fase
agónica, hoy la burguesía emplea cada vez más la violencia como único argumento
para sostenerse como poder global […] como nunca antes, es fundamental la
unidad revolucionaria en nuestro país para defender a toda costa nuestra
revolución bolivariana, la cual es un aporte histórico que hacemos los
venezolanos para librarnos de las cadenas que hoy esclavizan a la humanidad. ”
Indudablemente, es en este momento donde se
evidencia con más claridad de que forma EEUU, producto de la desesperación, ha
entrado en una lucha a cuchillo contra un conjunto de potencias emergentes que
hoy le disputan zonas de influencia en distintas latitudes del planeta; tanto
en lo referente al control de recursos naturales y de materias primas
estratégicas como en el control geopolítico de las esferas del poder. Es este
el momento cuando las distintas visiones del mundo (capitalista y socialista)
luchan por lograr asumir la dirección ideológica de la sociedad mundial.
Esta realidad, ha traído como consecuencia la
manifestación de un proceso más profundo, donde entra en juego la competencia
por el dominio hegemónico global, y en el cual la guerra, como siempre, se
reafirma como el factor fundamental en el sostenimiento de ciclo dominio
imperialista.
Rosa de Luxemburgo, en los albores del siglo
XX lo expresaría de la siguiente manera:
“En lo que llamamos el
período de «acumulación primitiva», es decir, al comienzo del capitalismo
europeo, el militarismo juega un rol determinante en la conquista del Nuevo
Mundo y de los países productores de especias, las Indias; más tarde, éste
sirve para conquistar a las colonias modernas, destruir las organizaciones
sociales primitivas y apoderarse de sus medios de producción […] En fin, el
militarismo es un arma en la competencia de los países capitalistas, en lucha
por el reparto de territorios de civilización no capitalista.”
Para refrendar lo anterior,
basta recordar cómo tan sólo pasó 41 días de la caída del Muro de Berlín,
cuando la administración de Bush padre decidió darle un bautismo de sangre a
este triunfo del imperialismo, sometiendo el 20 de diciembre de 1989 al pueblo
panameño a una infame masacre, en una operación militar a la cual denominaron Operación
Causa Justa, que dejó entre 3 mil y 5 mil muertos como consecuencia de los
bombardeos de El Chorrillo, donde unas 20 mil personas perdieron sus hogares
sin compensación alguna. Todo esto bajo
el falso argumento de que iban tras la captura de un antiguo socio de ellos en
el negocio del narcotráfico: el Dictador Manuel Noriega.
Bien pudo Washington evitar
semejante linchamiento
colectivo en Panamá, simplemente liquidando o secuestrando sigilosamente
a Noriega, tal como lo han hecho en otras tantas oportunidades.
Sin embargo, el gobierno de
Estados Unidos, añoraba autoproclamarse
como la única superpotencia en el mundo, capaz de cometer cualquier atrocidad
en nombre del poder unipolar del imperialismo, y en efecto así lo hizo.
Tras el desmembramiento del
Orden Geopolítico Mundial de la Guerra Fría, EEUU envió mensajes al mundo
para dejar claro que existía un nuevo Orden Geopolítico de carácter unipolar,
por lo cual demandaba obediencia y supeditación.
La invasión a Irak; la
reingeniería del mapa político del este de Europa, el cual incluye la trágica
disolución de Yugoslavia; la creación de organizaciones terroristas como Al
Qaeda; la masacre proyanqui cometida por Indonesia en Timor Oriental, genocidio
que costó la vida a un tercio de los 650mil habitantes de la isla; el
reforzamiento del neocolonialismo en Latinoamérica, redimensionando así su
visión de “patio trasero” del imperio yanqui; el afianzamiento de la red de
narcotráfico internacional bajo control del Departamento de Estado
Norteamericano; y la instauración global del neoliberalismo como violenta
doctrina económica de los amos del capital para la total deshumanización de la
sociedad, son un pequeño dossier de las consecuencias inmediatas, impuestas por
quienes vieron en el fin de la Guerra Fría, el momento propicio para el asalto
definitivo al sistema mundo.
Ahora bien, contrariamente al
objetivo trazado por la gran burguesía, todo este despliegue de violencia,
lejos de lograr instaurar por la vía del terror un consenso en torno al
liderazgo unipolar de EEUU, vino a acelerar el proceso dialectico para su
desmoronamiento como regente del bloque histórico reaccionario. Lo que viene a
reafirmar la perspectiva Gramsciana de la hegemonía:
“La
dominación fundada exclusivamente sobre la fuerza, no puede ser sino provisoria
y expresa la crisis del bloque histórico cuando la clase dominante, al no tener
la dirección ideológica, se mantiene artificialmente por la fuerza.”
Ya en el
ocaso del siglo XX, cuando el imperio yanqui impulsaba la idea de que habíamos
llegado al “Fin de la Historia”, en Latinoamérica, una región del planeta que
desde el siglo XVI fue incorporada al sistema mundial en calidad de territorio
colonizado, y que a partir del siglo XIX, producto de las luchas
independentistas continuo subordinada a las potencias dirigentes en el marco de
un neoimperialismo, surgió una fuerza popular que se resistió a seguir sometida
a las directrices emanadas desde los centros de poder capitalistas, viendo en
Venezuela la primera derrota política de relevancia con la llegada al poder del
Comandante Hugo Chávez, líder de la Revolución Bolivariana.
A partir de ese momento, gracias
al fortalecimiento de Hugo Chávez como líder del internacionalismo
revolucionario y a la progresiva decadencia del orden geopolítico aun vigente,
se produjo el asenso al poder de gobiernos progresistas y revolucionarios en
Bolivia, Ecuador, Argentina, Brasil, Nicaragua, entre otros.
Este hecho, de manera
progresiva fue creando las condiciones objetivas y subjetivas para la
acumulación activa de fuerzas contra la dictadura de las transnacionales,
constituyéndose sin duda en motivo de preocupación para los factores de poder
que convergen al norte del continente americano.
En ese contexto de
insubordinación regional gracias a los aportes fundamentales de un nuevo
liderazgo latinoamericano (siempre Chávez en la primera línea de combate), se
le dijo no al neoliberalismo, no ALCA; a la par que vieron su nacimiento un
conjunto de organismos multilaterales (ALBA, Petrocaribe, Unasur, CELAC), que han nacido para estructurar una
red geopolítica de resistencia internacional a la política injerencista de
Washington.
A lo
antes señalado hay que añadir que la expresión de los acontecimientos que hoy
vivimos tienen antecedentes históricos en la primera gran crisis general de
capitalismo (1873-1945), cuya agudización estructural partió del proceso de
lucha por el control monopólico de las materias primas, de los mercados a nivel
mundial, y sobre todo, la locura del capital especulativo dentro de las bolsas
de valores. Lo que trajo como consecuencia la burbuja bursátil y la gran
depresión económica de 1929. Dicha crisis culminó, una vez que terminada la
segunda guerra mundial, tras lo cual las potencias triunfantes establecieron
sus esferas de poder.
Es
importante destacar que la actual crisis general (la segunda), tuvo su punto de
partida cuando en 1971 EEUU impuso el abandono del patrón oro por el
insostenible patrón dólar. Como consecuencia inmediata a esta decisión, en cosa
de cuatro años, la tasa de crecimiento de las primeras potencias capitalistas
de aquel entonces –Estados Unidos, Europa y Japón– cayó a la mitad de los que
había sido los treinta años anteriores.
A partir
de ese momento, el núcleo del sistema mundo empezó a sufrir una serie de
altibajos propios de las crisis cíclicas del capitalismo, expresada en ciclos
de burbujas bursátiles, las cuales a medida que se profundizan las
contradicciones interimperialistas estallan cada vez con mayor fuerza.
Todo
indica entonces que el estallido de la burbuja más impactante, la que nos
llevará al escenario de catástrofe que dará pie a la definición violenta de la
actual crisis general, está próxima a ocurrir.
Si
alguien está consciente del terrible escenario que se avecina, es la elite
mundial. Es por ello que han venido tomando medidas para solucionar por la
fuerza las contradicciones que hoy amenazan con modificar de raíz la
geopolítica mundial.
EEUU hoy
cuenta con más de mil bases militares desplegadas en más de 70 países ubicados
en distintas latitudes del planeta, la mayoría de ellas rodeando a China y
Rusia. Adicionalmente, datos oficiales dan cuenta de una presencia militar
norteamericana –reconocida– en más de 150 países. El gasto oficial -imposible
conocer el gasto real- de semejante ocupación militar sobrepasa las 100 mil millones de dólares al
año.
En medio
de todo este teatro de operaciones global,las potencias aliadas de Estados
Unidos tienen un protagonismo muy marginal. Si bien, la mayoría de ellas
congregadas en torno a la OTAN son consideradas potencias bélicas, por cuenta
propia son incapaces de hacer ninguna ofensiva militar a gran escala de manera
exitosa.
Casos
como la masacre cometida en Libia (2011) así lo demuestra. Donde después de
varios meses de ataque genocidas, juntas, Francia, Reino Unido, Alemania,
Italia, España, etc. no pudieron derrocar al coronel Muamar el Gadafi y fue
necesaria una inclemente intervención de la aviación estadounidense para que se
consumara mediante bombardeos desenfrenados, el crimen que tanto deseaban.
A la par,
Rusia y China se han lanzado plan masivo
de rearme que hace recordar la era del equilibrio del terror producido durante
la Guerra Fría. Si bien, el gasto militar de ambas naciones es menor
cuantitativamente a la efectuada por la Unión Americana, la eficacia en el uso
de los recursos es mucho mayor. Por mencionar un ejemplo, tenemos que el costo
de producción del T-50, equivalente ruso del F-22 norteamericano, es de apenas
la mitad de la inversión empleada por EEUU.
Todo
indica que el cronometro de la historia está en cuenta regresiva nuevamente,
más temprano que tarde, el proceso de agudización de las contradicciones se
aproxima a una etapa de definiciones que impactarán profundamente los cimientos
de la sociedad.
Las
alarmas se han prendido, recientemente la
comisión del Congreso de EEUU para asuntos relacionados con China, pronosticó
que para el 2020 el gigante asiático dispondrá en el Pacifico de una flota
naval más grande y poderosa que la estadounidense.
Ante este
escenario mundial, muchos podrían caer en la tentación de pensar que el fin de
la era imperialista norteamericana está próxima. La realidad nos dice que si
bien EEUU ha perdido gran parte de su capacidad de dirección, hoy más que
nunca, ha pasado a ser el enemigo más temible que jamás ha conocido la
humanidad.
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