HOMENAJE A FABRICIO OJEDA EN BOCONO
POR TATIANA GABALDON.
21 de junio de 2014, a 48 años del asesinato de nuestro querido Fabricio Ojeda, nos reunidos en Boconó un grupo de amigos y afectos al pensamiento Fabricista, convocados por la Fundación Fabricio somos siempre (agradecidos a los camaradas Juan Canelones, Prof. Evelio Barazarte, Yolanda Duran, entre otros), estuvimos presente, llevando nuestro amor y solidaridad al esfuerzo de los camaradas de la fundación. Yo por mi parte, humildemente, en nombre de la amistad que unían a Fabricio y Argimiro, me atreví a dedicarle un poema de mi padre a Fabricio.
A la hora de partir
(Recuerdos de mi padre, cuando
fue a la guerra, ahora que yo me voy)
fue a la guerra, ahora que yo me voy)
Yo partí hace muchos años,
pero es tan difícil irse,
que cada vez que amanece,
parece de nuevo que nos vamos,
y en el camino,
en todos sus instantes,
hay junto a nosotros algo terco,
unido a la piel y a la sangre,
que no nos desampara,
eso es lo que se queda.
Todo lo que se queda va con nosotros.
Nosotros somos lo liviano,
lo que salta,
lo que corre,
el camino
y el recuerdo, la tupida tela que lo guarda.
Puedo verlo todo,
tú,
yo,
el hermano,
la madre,
su regazo tierno,
el patio extendido
y los árboles en fila,
el macizo de las guafas,
el rumor del río
y los cerros elevándose hasta el cielo.
Puedo oír tu voz,
su risa,
nuestro pleito...
yo tenía razón,
él tenía razón,
y tú hacías que nos diéramos la mano
y seguimos jugando.
Yo no conocía el mar,
pero miraba los ojos de mi madre.
Yo no conocía el fuego,
no sabía cómo quema,
no conocía el placer de quemarse,
pero tú cada tarde te marchabas,
nadie decía donde,
pero yo sabía que te ibas a la montaña,
nadie decía por qué,
pero yo presentía muchas cosas.
¡Y era un comienzo de llama!
Tú tenías un fuego
y un niño rondaba la hoguera.
¡Hijo de braza quema!
Yo iba contigo a la montaña
y regresaba cada mañana de mi sueño.
Más tarde, cuando nos despedimos en el río,
me quedé contigo para ir a la guerra,
y en la ciudad lejana,
en el bullicio de los recreos,
me alcé contigo y luego fui a la cárcel.
¡Duros años aquellos!
¡No hay que olvidar que en muchos sueños
los hijos viven cada hora de sus padres!
Cuando se llegó la hora de partir,
busqué tu huella,
estaba en mí muy clara:
un camino recto,
una cuesta larga y dura.
No importa lo que pienses
¡Te he sentido jadear a mi lado!
No importa lo que digas.
¡He sentido en mi pecho tu aliento!
Al irme no dije nada,
tú venías conmigo,
un nudo nos ataba más allá de las palabras,
los nudos duelen,
oprimen,
pero unen.
Lo que importaba era la vida,
y tú la habías vivido para nosotros,
la habías vivido para mí,
la seguías viviendo
para todos los que hemos partido.
Yo conocí el secreto de tu vida:
has vivido un camino muy largo
después que mueras.
Contigo aprendí a sacarme
el corazón del pecho
y sangrante tirarlo a la corriente,
pisar sobre él y trasponer la herida
y seguir amando al mundo como siempre.
pero es tan difícil irse,
que cada vez que amanece,
parece de nuevo que nos vamos,
y en el camino,
en todos sus instantes,
hay junto a nosotros algo terco,
unido a la piel y a la sangre,
que no nos desampara,
eso es lo que se queda.
Todo lo que se queda va con nosotros.
Nosotros somos lo liviano,
lo que salta,
lo que corre,
el camino
y el recuerdo, la tupida tela que lo guarda.
Puedo verlo todo,
tú,
yo,
el hermano,
la madre,
su regazo tierno,
el patio extendido
y los árboles en fila,
el macizo de las guafas,
el rumor del río
y los cerros elevándose hasta el cielo.
Puedo oír tu voz,
su risa,
nuestro pleito...
yo tenía razón,
él tenía razón,
y tú hacías que nos diéramos la mano
y seguimos jugando.
Yo no conocía el mar,
pero miraba los ojos de mi madre.
Yo no conocía el fuego,
no sabía cómo quema,
no conocía el placer de quemarse,
pero tú cada tarde te marchabas,
nadie decía donde,
pero yo sabía que te ibas a la montaña,
nadie decía por qué,
pero yo presentía muchas cosas.
¡Y era un comienzo de llama!
Tú tenías un fuego
y un niño rondaba la hoguera.
¡Hijo de braza quema!
Yo iba contigo a la montaña
y regresaba cada mañana de mi sueño.
Más tarde, cuando nos despedimos en el río,
me quedé contigo para ir a la guerra,
y en la ciudad lejana,
en el bullicio de los recreos,
me alcé contigo y luego fui a la cárcel.
¡Duros años aquellos!
¡No hay que olvidar que en muchos sueños
los hijos viven cada hora de sus padres!
Cuando se llegó la hora de partir,
busqué tu huella,
estaba en mí muy clara:
un camino recto,
una cuesta larga y dura.
No importa lo que pienses
¡Te he sentido jadear a mi lado!
No importa lo que digas.
¡He sentido en mi pecho tu aliento!
Al irme no dije nada,
tú venías conmigo,
un nudo nos ataba más allá de las palabras,
los nudos duelen,
oprimen,
pero unen.
Lo que importaba era la vida,
y tú la habías vivido para nosotros,
la habías vivido para mí,
la seguías viviendo
para todos los que hemos partido.
Yo conocí el secreto de tu vida:
has vivido un camino muy largo
después que mueras.
Contigo aprendí a sacarme
el corazón del pecho
y sangrante tirarlo a la corriente,
pisar sobre él y trasponer la herida
y seguir amando al mundo como siempre.
Argimiro Gabaldón 1963.
"LA LINEA JUSTA ES, LUCHAR HASTA VENCER"
Fabricio Ojeda
Fabricio Ojeda
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