¿Por qué las maras son un grave problema en El Salvador?
Si algo legaron los gobiernos neoliberales a los salvadoreños fue un país donde la violencia es ante todo un lucrativo negocio
Alejandro Guevara
Una escalada de violencia ha sacudido a El Salvador durante todo este año, situación que ha provocado una reacción gubernamental para tratar de contener este flagelo que convierte a El Pulgarcito de América en uno de los países más violentos del mundo.
Políticamente la situación ha sido aprovechada por una rancia derecha, heredera y cultora de las más terribles prácticas de violencia, para tratar de sacar rédito, toda vez que aun no ofrecen solución al problema.
Al mismo tiempo, el foco de atención de los medios de comunicación salvadoreños y otros de tendencia derechista ahondan el dedo en la llaga como para no dejar morir la sensación de inseguridad en el imaginario colectivo de ese país.
En pocas palabras, podríamos afirmar que El Salvador es el paraíso de las maras, con las cuales tienen relación al menos el diez por ciento de sus seis millones de habitantes, según estudios independientes publicados a lo largo de los años.
A través de la extorsión y el chantaje, las maras controlan a numerosos ciudadanos, cobran renta por su cuenta en los negocios privados y disponen de territorios para llevar a cabo actividades delictivas como tráfico de drogas o armas. Esta actividad ilícita se realiza con un método de imponer el terror mediante asesinatos a cualquiera que intente oponérseles, donde de paso salen de este plano de vida no pocas almas totalmente inocentes.
El ciclo se repite una y otra vez, y casi ninguna zona escapa en la pequeña y vecina nación. ¿Por qué las maras son un problema que aparenta no tener solución? ¿Es culpa del Gobierno actual liderado por el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, FMLN?
Un análisis a fondo de las causas para la aparición de las maras llevaría años de estudio y un tiempo de lectura que quizá no estés decidido a afrontar. Pero se puede resumir en varios puntos.
Con la firma de los Acuerdos de Paz en 1992 se ponía fin a varias décadas de tensiones sociales y una guerra civil de 12 años que dejó 80 mil muertos en El Salvador. En la presidencia se encontraba por entonces Alfredo Cristiani, del partido Alianza Republicana Nacionalista (ARENA), confeso anticomunista y uno de los señalados de estar involucrado en el asesinato de San Romero de América, algo que nunca se probó.
Lo que debió seguir a este doloroso conflicto bélico, fue una reinserción de los combatientes en la sociedad, al tiempo que se llevaba a cabo el proceso de desarme, tanto en las filas del FMLN, como en los militares desmovilizados y hasta los terribles Escuadrones de la Muerte.
Nada de eso sucedió.
La guerra terminó, se firmaron los acuerdos de paz, algunas armas se recogieron, se licenciaron a otros soldados y el país siguió en la misma situación de antes, solo con el FMLN convertido en un actor político que “combatiría” por el poder desde las urnas.
El rezago de violencia que genera una guerra, nunca fue tratado. Veteranos traumatizados quedaron a su libre albedrío, y de entre ellos y otros delincuentes que campeaban a sus anchas podrían haber surgido los primeros grupos poderosos de crimen organizado.
La teoría se refuerza por el hecho de que gracias a la inseguridad reinante Arena se proclamaba como el único partido capaz de reconstruir el país y proteger sus intereses. Lo primero fue hecho apenas, y lo segundo quedó resuelto con la creación de agencias de seguridad para dar protección a hoteles, bancos, negocios privados, barrios, en fin, todo el país, y protegerlo de los pandilleros. ¿Será casualidad que estas agencias estén en manos de numerosos políticos areneros o personajes de la oligarquía salvadoreña?
Para que se tenga una idea de cuán rentable puede ser este negocio, los vigilantes en El Salvador cobran como promedio unos 200 dólares mensuales. La agencia que los contrata recibe en cambio 600 dólares por cada uno, el triple de lo que les pagan. Crear un país seguro no era conveniente para los gobiernos derechistas.
Luego de Cristiani pasaron por la primera magistratura salvadoreña Armando Calderón Sol (1994-1999), Francisco Flores (1999-2004) y Antonio Saca (2004-2009). En todos estos años, desoyendo los reclamos y esfuerzos del FMLN, los de Arena, mayoría en la Asamblea Legislativa y con la presidencia en la mano, jamás desarrollaron un programa eficaz para crear juventudes alejadas de cualquier mala praxis y situaciones de riesgo.
Mientras las arcas de los antes mencionados crecieron exponencialmente, el pueblo salvadoreño se hundió en la pobreza y las colonias se convirtieron en pequeños retratos del Viejo Oeste.
La situación de depauperación fue tal que el pueblo apostó por un cambio en 2009 con Mauricio Funes y por vez primera llegó el FMLN al poder. En esa campaña electoral, el terror de la derecha se desató con furia pues se sabían perdedores, y hasta un hijo de Funes falleció en Francia en circunstancias sospechosas.
Así y todo los del Frente se alzaron con la victoria, la cual repitieron en 2014 con Salvador Sánchez Cerén, un veterano del FMLN.
Sánchez Cerén durante toda la campaña electoral, en su discurso de victoria, y cuando recibió la banda presidencial, siempre ha llamado a trabajar por la verdadera unificación de la nación. Al mismo tiempo, el FMLN ha implementado una serie de programas deportivos, culturales y educativos, para reducir las situaciones de riesgo y violencia de forma gradual. Han apostado los del Frente por cambiar la realidad diaria de los salvadoreños con políticas totalmente inclusivas.
¿Y Arena y la derecha en general, qué han hecho? Descontando los rumores que de boca en boca los salvadoreños cuentan cuando se visita el país, donde afirman que las maras son la expresión pública de los escuadrones de la muerte y por eso son dominadas por los propios areneros, la respuesta es: no ha hecho nada.
Todo lo contrario, además de fustigar al Gobierno, cuentan con el apoyo desmedido de los medios y la dura escalada de violencia que hoy vive el país comienza a parecerse a la misma que atravesó cuando a la campaña electoral presidencial de 2014 le quedaba menos de un mes. Las masivas ejecuciones de familias sin aparente motivo —como si los mareros quisieran divertirse con esto—, además de otras situaciones que no conllevan muerte pero tienen en la extorsión su principal caldo de cultivo, obligan al Gobierno a tomar medidas para frenar la situación y lo retrasan en el empeño de comenzar a desentrañar la madeja de violencia que dejó florecer Alfredo Cristiani, el primero de los mandantes areneros.
El Salvador necesita sobre todas las cosas de unidad y trabajo en alianzas para erradicar este mal, tal y como ha instado el Gobierno del FMLN. Pero a la derecha electorera que extraña las prebendas obtenidas cuando tuvieron a algún presidente en la casa 5500 eso no le importa. Necesitan de un país en caos donde los salvadoreños no piensen más que en la muerte. ¿Usted no cree?
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