miércoles, 11 de enero de 2012


Cárcel de EE.UU. en Guantánamo, una vergüenza de aniversario


  
Por Waldo Mendiluza
Imagen activaLa Habana, 11 ene (PL) El Gobierno de Estados Unidos trasladó el 11 de enero de 2002 los primeros prisioneros a la base naval de Guantánamo, donde estableció una cárcel de alta seguridad denunciada internacionalmente por los sistemáticos maltratos y torturas allí cometidos.

 A 10 años de abierto en un territorio ocupado desde 1898 contra la voluntad de los cubanos, ese centro de detenciones continúa operativo, pese al reclamo universal de clausura y la promesa electoral de cerrarlo realizada por el presidente Barack Obama en noviembre de 2008, antes de llegar a la Casa Blanca.

"Es una vergüenza, además de que no es un territorio estadounidense, lo convierten en un campo de concentración donde se violan los más elementales derechos humanos", señaló en esta capital el presidente de la Comisión de Relaciones Internacionales del Parlamento de Cuba, Ramón Pez Ferro.

En declaraciones a Prensa Latina a propósito de la década de creada la cárcel de Guantánamo, el diputado recordó que se ubica en una porción de la isla ocupada luego de la intervención norteamericana que a finales del siglo XIX arrebató a los mambises el triunfo sobre el colonialismo español.

Los yanquis escamotearon aquella victoria, nos quitaron un territorio que nos pertenece y ahora llevan allí personas por la fuerza sin respetar sus derechos, incluso hay denuncias de inocentes confinados, apuntó.

Un total de 20 "combatientes enemigos ilegales" -categoría ideada por Washington para justificar el encierro- llegaron el 11 de enero de 2002 al centro de detenciones asentado en el extremo oriente cubano, luego de la cruzada contra el terrorismo proclamada por Estados Unidos, a raíz de los atentados del 11 de septiembre de 2001.

Desde entonces, alrededor de 800 supuestos integrantes de la red Al Qaeda o talibanes, entre ellos más de una docena de niños, fueron trasladados en vuelos secretos a la cárcel de Guantánamo, donde según informaciones del Pentágono, 171 personas de 20 países permanecen recluidas.

Organismos internacionales, activistas y defensores de derechos humanos exigen el cierre de la instalación, argumentando los maltratos y torturas a reos, así como los procedimientos empleados por un gobierno renuente a considerar prisioneros de guerra a los encerrados.

En Cuba seguiremos condenando la ocupación ilegal de nuestro territorio, así como el establecimiento allí de un campo de concentración, aseguró Pez Ferro.

De acuerdo con el parlamentario, "algún día terminarán esas injusticias de Washington, repudiadas de manera creciente en el mundo".



HORA COMUNITARIA: PRONTO TERMINARAN ESTOS ACTOS DE LOS GRINGOS... DURO CON ELLOS...


Notas de un sobreviviente de Guantánamo


Autor: Murat Kurnaz
Fecha de publicación: 10/01/12



Partí de la Bahía de Guantánamo de manera muy similar a cómo había llegado casi cinco años antes, aherrojado de las manos a la cintura, de la cintura a los tobillos y de los tobillos a un perno en el piso del avión. Mis oídos y mis ojos estaban cubiertos, mi cabeza encapuchada, y aunque era el único detenido en ese vuelo, me drogaron y me vigilaron por lo menos 10 soldados. Esta vez, sin embargo, mi buzo era de mezclilla azul en lugar del naranja de Guantánamo. Más tarde me dijeron que mi vuelo militar en un C-17 de Guantánamo a la Base Aérea Ramstein de mi patria, Alemania, costó más de 1 millón de dólares.

Cuando aterrizamos los oficiales estadounidenses me desencadenaron antes de entregarme a una delegación de funcionarios alemanes. El oficial estadounidense ofreció volver a esposar mis muñecas con un nuevo par de esposas de plástico. Pero el oficial alemán a cargo lo rechazó enérgicamente: "No ha cometido ningún crimen, es un hombre libre".
No fui un buen estudiante de secundaria en Bremen, pero recuerdo que aprendí que después de la Segunda Guerra Mundial los estadounidenses insistieron en que se realizara un juicio a los criminales de guerra en Nuremberg, y que el evento ayudó a convertir a Alemania en un país democrático. Extraño, pensé, mientras estaba en el asfalto y observaba cómo los alemanes daban una lección básica a los estadounidenses sobre la ley de la guerra.
¿Cómo llegué a ese punto? Este miércoles es el décimo aniversario de la apertura del campo de detención en la base naval estadounidense en la Bahía de Guantánamo, Cuba. No soy terrorista. Nunca he sido miembro de al Qaida ni lo he apoyado. Ni siquiera comprendo sus ideas. Soy hijo de inmigrantes turcos que llegaron a Alemania en busca de trabajo. Mi padre ha trabajado durante años en una fábrica de Mercedes. En 2001, cuando tenía 18 años, me casé con una devota mujer turca y quise saber más sobre el Islam para tener una vida mejor. No tenía mucho dinero. Algunos de los ancianos en mi ciudad sugirieron que viajara a Pakistán para aprender a estudiar el Corán con un grupo religioso en ese país.
Hice mis planes justo antes del 11-S. Tenía 19 años, era ingenuo y no pensaba que la guerra de Afganistán tendría algo que ver con Pakistán o con mi viaje. De modo que seguí adelante.
Estaba en Pakistán, en un autobús público, de camino al aeropuerto para volver a Alemania cuando la policía detuvo el vehículo en el que iba. Yo era el único no paquistaní en el autobús -hay gente que bromea sobre que mi cabello rojizo hace que parezca irlandés- de modo que los policías me pidieron que me bajara a fin de controlar mis papeles y para que respondiera algunas preguntas. Periodistas alemanes me contaron que lo mismo les había pasado a ellos. Yo no era periodista, sino turista, expliqué. La policía me detuvo pero prometió que pronto me dejaría ir al aeropuerto. Después de algunos días, los paquistaníes me entregaron a funcionarios estadounidenses. En ese momento me sentí aliviado por estar en manos estadounidenses; los estadounidenses, pensé, me darían un trato justo.
Más adelante supe que EE.UU. pagó una recompensa de 3.000 dólares por mi persona. No lo sabía entonces, pero al parecer EE.UU. distribuyó miles de volantes por todo Afganistán, prometiendo que la gente que entregara a presuntos talibanes o miembros de al Qaida, recibiría, según el texto de un volante, "suficiente dinero para ocuparse de su familia, de su aldea, de su tribu por el resto de sus vidas". Como resultado, mucha gente terminó recluída en Guantánamo.
Me llevaron a Kandahar, en Afganistán, donde los interrogadores estadounidenses me hicieron las mismas preguntas durante varias semanas: ¿Dónde está bin Laden? ¿Estuviste con al Qaida? No, les dije, no estuve con al Qaida. No, no tengo la menor idea de dónde se encuentra bin Laden. Rogué a los interrogadores que por favor llamaran a Alemania para averiguar quién era yo. Durante sus interrogatorios, hundieron mi cabeza bajo agua y me golpearon en el estómago; no lo llamaban waterboarding pero viene a ser lo mismo. Yo estaba seguro de que me ahogaría.
En una ocasión me encadenaron al techo de un edificio y estuve colgado por las manos durante días. Un doctor revisaba a veces si estaba bien; luego me colgaban de nuevo. El dolor era inaguantable.
Después de dos meses en Kandahar, me transfirieron a Guantánamo. Hubo más golpizas, interminable confinamiento solitario, temperaturas gélidas y extremo calor, días de insomnio forzoso. Los interrogatorios continuaban siempre con las mismas preguntas. Les conté mi historia una y otra vez, mi nombre, mi familia, por qué estaba en Pakistán. Nada de lo que les dije los satisfacía. Me di cuenta de que mis interrogadores no estaban interesados en la verdad.
A pesar de todo esto, busqué maneras de sentirme humano. Siempre me han gustado los animales. Comencé a ocultar un trozo de pan de mis comidas y a alimentar a las iguanas que llegaban a la cerca. Cuando los funcionarios lo descubrieron, me castigaron con 30 días de aislamiento y oscuridad.
Seguí confuso sobre problemas básicos: ¿por qué estaba allí? Con todo su dinero e inteligencia, EE.UU. no podía creer honestamente que yo era de al Qaida, ¿verdad?
Después de dos años y medio en Guantánamo, en 2004, me llevaron ante lo que los funcionarios llamaban Tribunal de Estudio del Estatus de Combatiente, en el cual un oficial militar dijo que yo era un "combatiente enemigo" porque un amigo alemán había realizado un atentado suicida en 2003, cuando yo ya estaba en Guantánamo. Yo no podía creer que mi amigo hubiera hecho algo tan demencial pero, si lo había hecho, yo no tuve nada que ver con el asunto.
Un par de semanas después me dijeron que tenía la visita de un abogado. Me llevaron a una celda especial y entró un profesor de derecho estadounidense, Baher Azmy. Primero no creí que fuera un verdadero abogado; los interrogadores nos mentían a menudo y trataban de engañarnos. Pero el señor Azmy tenía una nota escrita en turco que había recibido de mi madre, lo que me llevó a confiar en él. (Mi madre encontró un abogado en mi ciudad natal en Alemania, quien averiguó que ´los abogados del Centro por los Derechos Constitucionales representaban a detenidos en Guantánamo; el centro asignó mi caso al señor Azmy). Creía en mi inocencia y descubrió rápidamente que mi amigo "atacante suicida" estaba, de hecho, sano y salvo en Alemania.
El señor Azmy, mi madre y mi abogado alemán ayudaron a presionar al gobierno de Alemania para que lograra mi liberación. Recientemente, el señor Azmy hizo pública una serie de documentos de inteligencia estadounidenses y alemanes de 2002 a 2004 que mostraban que ambos países sospechaban que yo era inocente. Uno de los documentos decía que los guardias militares estadounidenses pensaban que yo era peligroso porque oraba durante la ejecución del himno nacional de EE.UU.
Ahora, cinco años después de mi liberación, trato de olvidar mis terribles recuerdos. He vuelto a casar y tenemos una hermosa hija. A pesar de todo, me cuesta no pensar en mis días en Guantánamo y preguntarme cómo es posible que un gobierno democrático pueda detener a gente en condiciones intolerables y sin un juicio justo.

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