Earle Herrera: El país de la nada
La patria de Bolívar es la Arcadia de América o la bíblica tierra prometida, pero sobre todo, es El Dorado. Este mito lo siguen recreando poetas y novelistas, principalmente varios de los que han ganado el Premio Internacional “Rómulo Gallegos”, desde Abel Posse, con Los perros del Paraíso, hasta Pablo Montoya y William Ospina, este último autor de El país de la canela. Venezuela vendría a ser algo menos poético que la canela: el país de la gasolina o de la harina precocida.
Estados Unidos, el gran certificador del mundo, viene descalificando a la República Bolivariana en cuanta materia se arroga la potestad de extender carta de buena conducta. Según sus baremos y los de la Unión Europea, gendarme de segunda frente a su ex colonia, Venezuela es un Estado fallido. Desde el punto de vista económico, de acuerdo con la mediática mundial y las empresas calificadoras de riesgo, es un país en ruina, en banca rota, colapsado y en default. Sin embargo, los extranjeros siguen llegando, en una suerte de migraciones sadomasoquistas.
Desde The New York Times hasta los paratuits de Álvaro Uribe insisten en que Venezuela no tiene futuro. Sin embargo, no logran convencer de eso a los hermanos colombianos que a diario cruzan la frontera para sumarse a los 5 millones 600 mil que hacen vida aquí. Ninguna nación en América Latina alberga más migrantes que Venezuela y, de acuerdo con su población, podría equipararse con Estados Unidos. Es curioso que un país donde no hay nada, millones de personas acudan a buscar algo. Y por lo visto, lo encuentran.
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