Haití: Un infierno que nunca acaba. VICKY PELAEZ
Abandonad toda esperanza aquellos que entréis aquí. — Dante Alighieri, Divina Comedia, Vestíbulo del Infierno.VICKY PELAEZ – Estamos acostumbrados a hablar de la crisis económica que afecta durante los últimos siete años el bienestar de los norteamericanos y los europeos pero ni siquiera nos imaginamos que sucedería si la actual crisis duraría más de 200 años. Cualquiera dirá que esto es imposible.
Sin embargo, hay casos en los que la realidad supera la fantasía. Existe un país en las Antillas que casi es una nación invisible, se llama Haití y sus habitantes han estado luchando para sobrevivir desde 1804 debido a una grave crisis económica que resultó de la injerencia de la civilización occidental.
Y pensar que Haití, que fue la primera nación en el mundo en abolir la esclavitud, adelantando en tres años a Inglaterra, y fue el primero en América Latina y en el Caribe en declarar su independencia en 1804; por esto fue finalmente “arrojado al basural por eterno castigo de su dignidad”, según el escritor uruguayo Eduardo Galeano.
Esto produce la indignación y rechazo de cualquier ser humano pensante. Parece que el Occidente hasta ahora no puede asimilar el hecho de que una nación poblada por los descendientes africanos, mulatos y los llamados negros cimarrones hubieran podido resistir el dominio español y posteriormente, cuando los españoles cedieron la parte occidental de la isla La Esmeralda a los franceses en 1697, no se conformaron con el nuevo dueño de su destino. En aquel entonces Haití estaba poblado por 300.000 esclavos y 12.000 personas libres: blancos y mulatos principalmente.
La lucha por la emancipación tomó más de 100 años hasta que en 1803 decenas de miles de sublevados, bajo la dirección de Jean Jacques Dessalines, vencieron a las tropas de Napoleón Bonaparte en la batalla de Vertierres donde murieron más de 20.000 soldados franceses y unos 4.000 legionarios polacos. También los haitianos perdieron la mitad de su población. Las plantaciones de caña que azúcar estaban destruidas durante la guerra, y el país entero, que durante el régimen colonial francés suministraba la mitad del azúcar y café consumidos en Europa, se quedó en ruinas.
Para colmo, los europeos y los norteamericanos apoyaron el bloqueo que impuso Francia obligando a Haití a pagar una indemnización por el daño que le hizo al país galo por liberarse. Los 150 millones de francos oro que tuvo que pagar Haití y los intereses correspondientes durante un siglo arruinaron definitivamente la economía del país.
Por desgracia, allí no terminaron las calamidades del pobre Haití. Ningún país reconoció su independencia a excepción de Francia a cambio de dinero. Increíblemente, el hombre que luchaba por la libertad de los pueblos, Simón Bolívar, tampoco la reconoció a pesar de que Haití le dio amparo, armas y soldados cuando llegó derrotado a la isla en 1816. Al comienzo del Siglo XX, en 1909, The National City Bank of New York echó el ojo a Haití y se apoderó del país con el pretexto de sacar a los franceses definitivamente de la región, lo hizo dizque siguiendo las instrucciones del Departamento de Estado de acuerdo a la Doctrina Monroe que establecía que Caribe y Centroamérica formaban parte de la “esfera de influencia exclusiva de EEUU”.
Así el dominio francés fue reemplazado por el imperialismo norteamericano que percibió a los haitianos como “niños crecidos” que necesitaban regimentación y tutela. The National City Bank pagaba los sueldos al presidente y a todo el gobierno y cuando quiso transferir las reservas nacionales de oro por el valor de 500.000 dólares amenazó al gobierno con el cese del pago de sus sueldos. Cada robo a nivel de Estado tiene su pretexto y Washington anunció que quiso proteger las reservas haitianas de la posibilidad del hurto local. Pero esto le pareció poco a los banqueros norteamericanos que pidieron el envío de los marines a Haití para prevenir futuros levantamientos.
El 28 de julio de 1915, unos 300 marines se apoderaron de la capital, Puerto Príncipe, y ocuparon posteriormente todo el país obligando al presidente a firmar la liquidación del Banco de la nación que se convirtió en una sucursal del National City Bank. También los estadounidenses establecieron sus reglas “civilizadoras y democráticas” según las cuales se prohibía al presidente y sus súbditos negros entrar en clubes, hoteles y restaurantes reservados para los blancos. La misión “protectora y civilizadora” norteamericana duró 19 años hasta 1934 cuando la resistencia popular hizo retornar a los marines a su lugar de origen. Como saldo dejaron a 11.000 personas asesinadas y al jefe de la guerrilla Charlemagne Péralte clavado en cruz contra una puerta en el centro de Puerto Príncipe para el escarmiento de los habitantes.
Los marines se fueron al año siguiente y el National City Bank vendió su sucursal, el Banque Nationale de Haití, a su gobierno, sin embargo ambas instituciones dejaron en su reemplazo a la Guardia Nacional y los futuros dictadores militares a su servicio incondicional que siguieron pillando el país durante muchos años. Los más sangrientos de ellos eran Francois “Papa Doc” Duvalier que gobernó el país de 1957 a 1971 y posteriormente su hijo Jean-Claude “Baby Doc” Duvalier (1971-1986). Ambos utilizaron sus propios “camisas negras” llamados Tonton Macoutes —sus escuadrones de la muerte para mantenerse en el poder con un saldo de más de 150 mil personas asesinadas o desaparecidas, por supuesto todo con la venia de la CIA y del departamento de Estado.
Cualquier disidente o descontento se tildaba de ser “comunista”, la misma característica que dio el presidente Ronald Reagan al sacerdote católico salesiano portavoz en su país de la Teología de la Liberación, Jean-Bertrand Aristide por su participación en las manifestaciones populares contra el duvalierismo. Y no podía ser de otra forma debido a la convicción de Aristide que “el capitalismo es un pecado moral”. En el período 1986-1991 cuando las dictaduras militares se turnaban frecuentemente, Aristide se convirtió en un fuerte portavoz de la resistencia. Fue elegido presidente en 1991 con las consignas “dignidad, transparencia, participación, simplicidad” pero en menos de ocho meses fue sacado del poder por un golpe militar. Posteriormente la historia se repitió en 1994-1995 y en su tercera presidencia 2001-2004 fue derrocado por una oposición llamada la Convergencia Democrática, creada con el apoyo de Washington que no le perdonaba a Aristide su acercamiento a Cuba y Venezuela y sus amplios programas sociales.
La violencia que se desató en el país indujo a las Naciones Unidas a enviar a Haití en 2004 la Misión de la Estabilización (MINUSTAH) que sigue permaneciendo allí hasta ahora, actuando como una fuerza de ocupación militar. Su rol en la reconstrucción del país había sido insignificante, igual que el de todas las organizaciones no gubernamentales (ONGs) de las cuales está lleno Haití. El terremoto del 12 de diciembre de 2010 que azotó al país ocasionando unos 300 mil muertos, más de 300 mil heridos y un millón de desplazados confirmó la ineficiencia y la corrupción de la MINUSTAH y de las ONGs.
De acuerdo al luchador social haitiano y economista Camille Chalmers, “estamos aún bajo las botas de ocupación militar. Ya no son soldados norteamericanos, pero es la MINUSTAH, instrumentalizada por el imperialismo que llegó en 2004 y sigue el papel de la dominación y la instalación de las condiciones para favorecer el saqueo de nuestros recursos a favor de las empresas norteamericanas. Se trata de tropas que buscan remilitarizar la cuenca del Caribe para defender sus intereses estratégicos, sobre todo frente a los pueblos rebeldes como Cuba y Venezuela”.
Las tropas de MINUSTAH han participado activamente en la represión de los movimientos sociales en estos 11 años, en la corrupción de los menores, prostitución por hambre, las violaciones, narcotráfico y también en la propagación del cólera por los soldados de Nepal. Hay 800.000 casos del contagio y 8.500 muertos. Para combatir este brote se necesitan unos dos mil millones de dólares pero el presidente de las Naciones Unidas, Ban Ki-Moon, que se comprometió a ayudar con dinero y recursos, finalmente entregó sólo un dos por ciento de esta cantidad (22 millones de dólares).
A la vez, de acuerdo al Center for Policy and Economic Research (CEPR), la mayoría de la ayuda financiera que llega a Haití se queda con contratistas y solamente 1,3 por ciento es transferido a las compañías haitianas. Entre 2010 y 2012 Haití recibió 6,43 mil millones de dólares en donaciones y de esta cantidad solo nueve por ciento (57 millones) se quedaron en el país. Precisamente, con este dinero para la reconstrucción, una de las primeras obras construidas fue el hotel de cinco estrellas Royal Oasis y un Complejo Deportivo Olímpico, pero solamente 9.000 casas fueron edificadas.
Entonces ya podemos imaginar qué es lo que está pasando en el Haití de hoy bajo la presidencia de un incondicional servidor de Washington, Michel Martelly, quien recibe ayuda y apoyo permanente de USAid y otras organizaciones similares. Mientras tanto su pueblo vive en la miseria, los 85.000 damnificados siguen alojados en 125 campamentos provisionales. Más de seis millones del total de 10,4 millones de habitantes viven en la pobreza ganando menos de 2,44 dólares al día y otros 2,5 millones viven en la pobreza extrema con menos de 1,24 dólares al día. Su promedio de vida es de unos 50 años. Haití es el país con el mayor número de analfabetos en América: 54,3 por ciento de habitantes (5,6 millones).
Y todo esto está sucediendo en pleno siglo XXI a vista y paciencia de las Naciones Unidas, Organización Mundial de Salud, la UNESCO, el UNASUR, la CELAC, la ALBA. ¿Dónde está la integración y la solidaridad latinoamericana y la del Caribe? ¿Desde cuándo y por qué los soldados ecuatorianos, bolivianos y venezolanos de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América están defendiendo los intereses imperiales en Haití y son parte, según la opinión pública haitiana, de los invasores?
Todas estas preguntas necesitan una respuesta urgente porque se trata de un pueblo orgulloso, rebelde y talentoso condenado por los ricos y poderosos de este mundo a más de 200 años de miseria sin fin y un olvido incomprensible. Parafraseando al clérigo sudafricano Desmond Tutu, los haitianos necesitan una seria ayuda y una sincera solidaridad y no “migajas de compasión que caen de la mesa de alguien que se considera su amo”. Lo que quieren los haitianos es el “menú completo de los derechos”.
Abandonad toda esperanza aquellos que entréis aquí. — Dante Alighieri, Divina Comedia, Vestíbulo del Infierno.VICKY PELAEZ – Estamos acostumbrados a hablar de la crisis económica que afecta durante los últimos siete años el bienestar de los norteamericanos y los europeos pero ni siquiera nos imaginamos que sucedería si la actual crisis duraría más de 200 años. Cualquiera dirá que esto es imposible.
Sin embargo, hay casos en los que la realidad supera la fantasía. Existe un país en las Antillas que casi es una nación invisible, se llama Haití y sus habitantes han estado luchando para sobrevivir desde 1804 debido a una grave crisis económica que resultó de la injerencia de la civilización occidental.
Y pensar que Haití, que fue la primera nación en el mundo en abolir la esclavitud, adelantando en tres años a Inglaterra, y fue el primero en América Latina y en el Caribe en declarar su independencia en 1804; por esto fue finalmente “arrojado al basural por eterno castigo de su dignidad”, según el escritor uruguayo Eduardo Galeano.
Esto produce la indignación y rechazo de cualquier ser humano pensante. Parece que el Occidente hasta ahora no puede asimilar el hecho de que una nación poblada por los descendientes africanos, mulatos y los llamados negros cimarrones hubieran podido resistir el dominio español y posteriormente, cuando los españoles cedieron la parte occidental de la isla La Esmeralda a los franceses en 1697, no se conformaron con el nuevo dueño de su destino. En aquel entonces Haití estaba poblado por 300.000 esclavos y 12.000 personas libres: blancos y mulatos principalmente.
La lucha por la emancipación tomó más de 100 años hasta que en 1803 decenas de miles de sublevados, bajo la dirección de Jean Jacques Dessalines, vencieron a las tropas de Napoleón Bonaparte en la batalla de Vertierres donde murieron más de 20.000 soldados franceses y unos 4.000 legionarios polacos. También los haitianos perdieron la mitad de su población. Las plantaciones de caña que azúcar estaban destruidas durante la guerra, y el país entero, que durante el régimen colonial francés suministraba la mitad del azúcar y café consumidos en Europa, se quedó en ruinas.
Para colmo, los europeos y los norteamericanos apoyaron el bloqueo que impuso Francia obligando a Haití a pagar una indemnización por el daño que le hizo al país galo por liberarse. Los 150 millones de francos oro que tuvo que pagar Haití y los intereses correspondientes durante un siglo arruinaron definitivamente la economía del país.
Por desgracia, allí no terminaron las calamidades del pobre Haití. Ningún país reconoció su independencia a excepción de Francia a cambio de dinero. Increíblemente, el hombre que luchaba por la libertad de los pueblos, Simón Bolívar, tampoco la reconoció a pesar de que Haití le dio amparo, armas y soldados cuando llegó derrotado a la isla en 1816. Al comienzo del Siglo XX, en 1909, The National City Bank of New York echó el ojo a Haití y se apoderó del país con el pretexto de sacar a los franceses definitivamente de la región, lo hizo dizque siguiendo las instrucciones del Departamento de Estado de acuerdo a la Doctrina Monroe que establecía que Caribe y Centroamérica formaban parte de la “esfera de influencia exclusiva de EEUU”.
Así el dominio francés fue reemplazado por el imperialismo norteamericano que percibió a los haitianos como “niños crecidos” que necesitaban regimentación y tutela. The National City Bank pagaba los sueldos al presidente y a todo el gobierno y cuando quiso transferir las reservas nacionales de oro por el valor de 500.000 dólares amenazó al gobierno con el cese del pago de sus sueldos. Cada robo a nivel de Estado tiene su pretexto y Washington anunció que quiso proteger las reservas haitianas de la posibilidad del hurto local. Pero esto le pareció poco a los banqueros norteamericanos que pidieron el envío de los marines a Haití para prevenir futuros levantamientos.
El 28 de julio de 1915, unos 300 marines se apoderaron de la capital, Puerto Príncipe, y ocuparon posteriormente todo el país obligando al presidente a firmar la liquidación del Banco de la nación que se convirtió en una sucursal del National City Bank. También los estadounidenses establecieron sus reglas “civilizadoras y democráticas” según las cuales se prohibía al presidente y sus súbditos negros entrar en clubes, hoteles y restaurantes reservados para los blancos. La misión “protectora y civilizadora” norteamericana duró 19 años hasta 1934 cuando la resistencia popular hizo retornar a los marines a su lugar de origen. Como saldo dejaron a 11.000 personas asesinadas y al jefe de la guerrilla Charlemagne Péralte clavado en cruz contra una puerta en el centro de Puerto Príncipe para el escarmiento de los habitantes.
Los marines se fueron al año siguiente y el National City Bank vendió su sucursal, el Banque Nationale de Haití, a su gobierno, sin embargo ambas instituciones dejaron en su reemplazo a la Guardia Nacional y los futuros dictadores militares a su servicio incondicional que siguieron pillando el país durante muchos años. Los más sangrientos de ellos eran Francois “Papa Doc” Duvalier que gobernó el país de 1957 a 1971 y posteriormente su hijo Jean-Claude “Baby Doc” Duvalier (1971-1986). Ambos utilizaron sus propios “camisas negras” llamados Tonton Macoutes —sus escuadrones de la muerte para mantenerse en el poder con un saldo de más de 150 mil personas asesinadas o desaparecidas, por supuesto todo con la venia de la CIA y del departamento de Estado.
Cualquier disidente o descontento se tildaba de ser “comunista”, la misma característica que dio el presidente Ronald Reagan al sacerdote católico salesiano portavoz en su país de la Teología de la Liberación, Jean-Bertrand Aristide por su participación en las manifestaciones populares contra el duvalierismo. Y no podía ser de otra forma debido a la convicción de Aristide que “el capitalismo es un pecado moral”. En el período 1986-1991 cuando las dictaduras militares se turnaban frecuentemente, Aristide se convirtió en un fuerte portavoz de la resistencia. Fue elegido presidente en 1991 con las consignas “dignidad, transparencia, participación, simplicidad” pero en menos de ocho meses fue sacado del poder por un golpe militar. Posteriormente la historia se repitió en 1994-1995 y en su tercera presidencia 2001-2004 fue derrocado por una oposición llamada la Convergencia Democrática, creada con el apoyo de Washington que no le perdonaba a Aristide su acercamiento a Cuba y Venezuela y sus amplios programas sociales.
La violencia que se desató en el país indujo a las Naciones Unidas a enviar a Haití en 2004 la Misión de la Estabilización (MINUSTAH) que sigue permaneciendo allí hasta ahora, actuando como una fuerza de ocupación militar. Su rol en la reconstrucción del país había sido insignificante, igual que el de todas las organizaciones no gubernamentales (ONGs) de las cuales está lleno Haití. El terremoto del 12 de diciembre de 2010 que azotó al país ocasionando unos 300 mil muertos, más de 300 mil heridos y un millón de desplazados confirmó la ineficiencia y la corrupción de la MINUSTAH y de las ONGs.
De acuerdo al luchador social haitiano y economista Camille Chalmers, “estamos aún bajo las botas de ocupación militar. Ya no son soldados norteamericanos, pero es la MINUSTAH, instrumentalizada por el imperialismo que llegó en 2004 y sigue el papel de la dominación y la instalación de las condiciones para favorecer el saqueo de nuestros recursos a favor de las empresas norteamericanas. Se trata de tropas que buscan remilitarizar la cuenca del Caribe para defender sus intereses estratégicos, sobre todo frente a los pueblos rebeldes como Cuba y Venezuela”.
Las tropas de MINUSTAH han participado activamente en la represión de los movimientos sociales en estos 11 años, en la corrupción de los menores, prostitución por hambre, las violaciones, narcotráfico y también en la propagación del cólera por los soldados de Nepal. Hay 800.000 casos del contagio y 8.500 muertos. Para combatir este brote se necesitan unos dos mil millones de dólares pero el presidente de las Naciones Unidas, Ban Ki-Moon, que se comprometió a ayudar con dinero y recursos, finalmente entregó sólo un dos por ciento de esta cantidad (22 millones de dólares).
A la vez, de acuerdo al Center for Policy and Economic Research (CEPR), la mayoría de la ayuda financiera que llega a Haití se queda con contratistas y solamente 1,3 por ciento es transferido a las compañías haitianas. Entre 2010 y 2012 Haití recibió 6,43 mil millones de dólares en donaciones y de esta cantidad solo nueve por ciento (57 millones) se quedaron en el país. Precisamente, con este dinero para la reconstrucción, una de las primeras obras construidas fue el hotel de cinco estrellas Royal Oasis y un Complejo Deportivo Olímpico, pero solamente 9.000 casas fueron edificadas.
Entonces ya podemos imaginar qué es lo que está pasando en el Haití de hoy bajo la presidencia de un incondicional servidor de Washington, Michel Martelly, quien recibe ayuda y apoyo permanente de USAid y otras organizaciones similares. Mientras tanto su pueblo vive en la miseria, los 85.000 damnificados siguen alojados en 125 campamentos provisionales. Más de seis millones del total de 10,4 millones de habitantes viven en la pobreza ganando menos de 2,44 dólares al día y otros 2,5 millones viven en la pobreza extrema con menos de 1,24 dólares al día. Su promedio de vida es de unos 50 años. Haití es el país con el mayor número de analfabetos en América: 54,3 por ciento de habitantes (5,6 millones).
Y todo esto está sucediendo en pleno siglo XXI a vista y paciencia de las Naciones Unidas, Organización Mundial de Salud, la UNESCO, el UNASUR, la CELAC, la ALBA. ¿Dónde está la integración y la solidaridad latinoamericana y la del Caribe? ¿Desde cuándo y por qué los soldados ecuatorianos, bolivianos y venezolanos de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América están defendiendo los intereses imperiales en Haití y son parte, según la opinión pública haitiana, de los invasores?
Todas estas preguntas necesitan una respuesta urgente porque se trata de un pueblo orgulloso, rebelde y talentoso condenado por los ricos y poderosos de este mundo a más de 200 años de miseria sin fin y un olvido incomprensible. Parafraseando al clérigo sudafricano Desmond Tutu, los haitianos necesitan una seria ayuda y una sincera solidaridad y no “migajas de compasión que caen de la mesa de alguien que se considera su amo”. Lo que quieren los haitianos es el “menú completo de los derechos”.
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