Eliécer /LETRA VEGUERA
Federico Ruiz Tirado
Cuando esta crónica esté impresa o circulando en la
red, es probable que muchas de las hipótesis sobre su asesinato se hayan
desgastado, sobre todo en aquellos significados mediáticos (los cocinados en
los hipotálamos de Elides Rojas, Miguel E. Otero, Ybéyice Pacheco y otras
fantasmagorías diabólicas que motorizan la guerra mediática contra Venezuela);
desgastado, digo, porque es imposible que esta singladura siniestra,
pretendidamente semántica, orgíastica y miserable, que emigra de un diario a
otro o de un canal de televisión a otro, nacional o internacional, de un tuiter
a otro y que tienen en común muchas taras, pero sobre todo ese efecto que
produce la peste de entrar por las ventanas y las rendijas de las puertas para abochornar
aún más la interioridad dramática del clima y volvernos más reos, mudos y
globalizados, más gallinas dentro de nuestro propio gallinero, no haya, en fin,
sufrido un quiebre profundo en el imaginario colectivo y voltear la tortilla
del móvil del crimen.
Hablo de un quiebre sonoro, que propague como el fuego
dos esencias; una, que a Eliécer lo mataron porque, quizás nadie mejor que él
en estos momentos de coyunturas tan múltiples, densas y carentes de referencia
en muchos sentidos, que dicho sea de paso cierta izquierda no logra calibrar ni
entender, esa que dice estar “apegada“ a Maduro; nadie mejor que Otaiza,
repito, representaba, digámoslo así, espiritualmente, el valor del chavismo, el
alma del Comandante, sus dones, sus trazas ideológicas. Cierto es que a Nicolás
Maduro le ha tocado lidiar con el timón y nadie puede negar que en los cuatro
puntos cardinales del paisaje político nacional, su figura y su liderazgo
aparecen como árboles bien planteados: como lo que es, un hijo de Chávez,
incluso más allá de las fronteras. Cito a Misión Verdad.com:”..era el
presidente de la Cámara Municipal de Caracas, una figura destacada del chavismo
de larga trayectoria, un dirigente de base radical”.
La otra esencia que debe esparcirse es la que ya no
puede ser simplificada: esta es una guerra diversificada e implacable, provenga
del Uribismo o de sus antiguos y “nuevos” socios petroleros venezolanos,
directamente del Imperio y sus compinches, que tiene su anclaje en la presencia
de grupos paramilitares, sicarios del mal o hampa común (esta última utilizada
por los anteriores) que han ido adueñándose de nuestra territorialidad y se
despliega, con ayuda de los medios privados, como un monstruo de mil cabezas.
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