“Que se
abran las puertas de la verdadera democracia”.
(Lectura
del comandante Iván Márquez sobre acuerdos del segundo punto de la Agenda:
“Participación Política”)
La
Habana, Cuba, sede de los diálogos de paz, noviembre 6 de 2013
Que se abran las
puertas de la verdadera democracia
“Yo no
conozco más partido de salud, que el de devolver al pueblo
la soberanía primitiva para que rehaga su pacto social… Esto es más que justo
y eminentemente popular, y por lo mismo, muy propio de una república
eminentemente democrática”. SIMÓN BOLÍVAR
la soberanía primitiva para que rehaga su pacto social… Esto es más que justo
y eminentemente popular, y por lo mismo, muy propio de una república
eminentemente democrática”. SIMÓN BOLÍVAR
Los importantes aspectos que hasta el
momento se han acordado en el tema de la Participación Política, nos colocan a
los colombianos en la posibilidad de comenzar a abrir las puertas de una
verdadera democracia.
Todas las iniciativas presentadas por las
FARC en la mesa de conversaciones de La Habana, que hemos denominado 100 propuestas mínimas para la democratización real, la paz
con justicia social y la reconciliación nacional, han sido inspiradas en las
reivindicaciones y propuestas de las organizaciones sociales y políticas del
país, surgidas de los respectivos foros temáticos, y la fuerza de nuestra
palabra ha estado en la valerosa movilización de un pueblo, que sin temerle a
la represión y a la criminalización, ha levantado sus banderas para exigir los
cambios estructurales que se requieren para la fundamentación de la paz.
Colombia vive una primavera de sueños de
justicia; sobre todo, los más humildes, los desposeídos, se han lanzado a las
calles a decirle a los gobernantes que no pueden seguir ignorándolos; que el
destino del país depende de la participación de toda la ciudadanía y no de un
puñado de privilegiados oligarcas que se han apropiado de él para feriarlo y
para saquearlo, favoreciendo a las trasnacionales. La gente quiere decidir, y
en eso consiste la verdadera participación ciudadana.
De eso trata lo que hemos debatido durante
los últimos seis ciclos en la mesa de conversaciones, y entonces lo primero que
está por resolverse, es la necesidad de que en nuestra patria se respete el
derecho a la vida, a la diferencia, a la opción política, a la no
estigmatización, y se puedan debatir las ideas sin temor a ser asesinado,
perseguido, desaparecido o criminalizado, que es lo que ocurre cuando se actúa
bajo el imperio de doctrinas foráneas que ven en el ciudadano a un enemigo
interno.
Ese es nuestro clamor, esa es nuestra exigencia,
y por eso en el marco de este importante evento, expresamos nuestra condena
total al asesinato el día 2 de noviembre, de César García, dirigente de la
resistencia a la explotación aurífera que realiza la Anglo Gold Ashanti, en La
Colosa (Tolima), después que mediante una contundente decisión plebiscitaria,
las comunidades de esa región han dicho NO a la mega minería y presencia de las
trasnacionales que destruyen las fuentes de agua y las posibilidades de vida.
La justicia no hace nada, y la gran prensa que muchas veces se solaza
desplegando frivolidades, no le da el despliegue que merece un caso tan grave
como este. ¿Entonces de qué democracia es que estamos hablando?
A la movilización de los inconformes e
indignados no se le puede seguir dando el tratamiento militar que hasta hoy se
le ha dado, porque el gobierno y todas las instancias del poder se deben al
pueblo y a este hay que escucharlo; una concepción de seguridad debe tener como
su centro, los intereses del ser humano, incluso por encima de los intereses
muchas veces mezquinos de los Estados; y debe basarse en principios de
soberanía, no intervención y libre determinación de los pueblos en función del
desarrollo y bienestar de las mayorías.
Dentro de estas reflexiones es que hemos
logrado las primeras pero muy importantes aproximaciones y convenios referidos
al segundo punto de la agenda del acuerdo general de La Habana: es quizá uno de
los más importantes logros el compromiso de convocar sin más demoras a los
partidos y voceros de las organizaciones sociales a que elaboren los
lineamientos para que por fin tengamos un estatuto para la oposición política,
y por otro lado, establezcan en eventos democráticos de orden nacional, los
fundamentos para que surja una normatización que dé verdadero reconocimiento,
con garantías, a la existencia y a los derechos del movimiento social.
Mucho se ha hablado de la necesidad de
reformar la restrictiva ley de mecanismos de participación ciudadana (Ley 134
de 1994) y también sobre la urgencia de replantear las liberticidas leyes de
seguridad para lo cual creemos que comenzarían a trazarse los caminos, si
efectivamente se atiende a compromisos que establecimos al hablar de garantías
para la movilización y la protesta. Hemos acordado, por ejemplo, que siendo
estas actividades formas de acción política, son ejercicios legítimos del
derecho a la reunión, a la libre circulación, a la libre expresión, a la
libertad de conciencia y a la oposición en una democracia; que su práctica
enriquece la inclusión política y que el gobierno debe garantizar los espacios
para canalizar las demandas ciudadanas, sin atropellos. Así, con el objetivo de
garantizar el pleno ejercicio de estos derechos, se ha logrado el compromiso de
que se defina la revisión, y de ser necesaria, la modificación de todas las
normas que se aplican a la movilización y la protesta social. Esto sumado al
compromiso de ampliar y reforzar las instancias de participación ciudadana para
la interlocución y construcción de las agendas de trabajo en todos los niveles que
permitan la atención temprana de las peticiones y propuestas de la ciudadanía.
Estos aspectos, y muchos otros distribuidos
en una veintena de cuartillas, son los que nos dan el optimismo para seguir
avanzando en los debates hacia la firma de la paz y la terminación del
conflicto. No obstante falta mucho por andar, y es solamente con los pies y la
determinación de la gente en las calles, del soberano proponiendo y decidiendo,
que será posible la expansión de la democracia como presupuesto de reconciliación,
y que lo que hasta ahora son solamente anhelos y compromisos se conviertan en
realidad.
Reiteramos ahora, y lo seguiremos haciendo,
que no es este un proceso de sometimiento, pero, con seguridad, si
efectivamente avanzamos por la senda de las transformaciones que las mayorías
nacionales han reclamado, la firma de un tratado de paz, será una realidad.
En este plano se circunscribe un asunto
esencial de la confrontación que es el de dejar en claro sus orígenes y
responsables. Por eso insistimos en que urge la integración consensuada de la
comisión de la verdad y responsabilidad histórica del conflicto, sobre todo, si
tenemos la premura de abordar un tema tan sensible como es el de las víctimas,
tantas veces utilizado de manera grotesca por los agentes de la manipulación
mediática para estigmatizar y demonizar a la insurgencia.
Para nosotros que llevamos en lo profundo
de nuestros corazones el dolor por la muerte de millares de militantes de la
Unión Patriótica, de innúmeros hijos del pueblo asesinados bajo la motosierra
del paramilitarismo y de la represión institucional de décadas, o que de manera
más directa cargamos el luto por los centenares de guerrilleros, milicianos y
luchadores revolucionarios que han caído en la lucha por construir una Colombia
mejor, nuestra identidad con las víctimas de la confrontación es indiscutible,
y por ellas levantamos y seguiremos levantando nuestra voz en la mesa de La
Habana. Es falso, que como dicen algunos politiqueros de turno, que pretenden
sacarle provecho al sufrimiento de los que padecen la guerra, que la guerrilla
se niega a recibir a los familiares de las víctimas del conflicto. Tienen
nuestros brazos abiertos ellos, y todo el que quiera aportar a la construcción
de la paz, y dentro de ese espíritu es que volvemos a insistir vehementemente
en que se integre ya la comisión por nosotros tantas veces propuesta.
La conquista de la paz depende mucho de
estos planteamientos; pero, al lado del avance de las conversaciones, hay otros
asuntos sin la solución de los cuales, se hace lenta la marcha: El éxito de la
paz depende de la terminación de la corrupción, de ponerle punto final a la
interferencia de las mafias que de una u otra forma han capturado al Estado, en
todos los órganos: ejecutivo, legislativo y judicial. ¿Qué tal el ejemplo de la
contratación administrativa? ¿Qué tal las acusaciones a la contralora? ¿Y al
procurador?
Hay que ponerle freno a la criminalidad de
cuello blanco de un sector financiero que al tiempo que vende la soberanía,
destruye el país dando rienda suelta a la depredación de sus recursos naturales
y al saqueo usurero al bolsillo de todos los colombianos. Pero por otro lado, y
quizá de manera más urgente, porque en gran medida de ello depende que siga
reinando la impunidad, hay que meterle mano, con mucha determinación a todo el
aparato judicial.
Una justicia corrupta salida de un régimen
corrupto y responsable por tantos años de la confrontación, no tiene ni la
competencia, ni la capacidad, ni las condiciones históricas necesarias para
actuar. Hoy, después de la suma de múltiples escándalos, la justicia ha quedado
sin autoridad moral para jugar un papel definitorio en la nueva Colombia. Hay
que reconstruirla totalmente. ¿Cómo puede creer el gobierno que es posible un
sometimiento a una justicia transicional cuando el mismo gobierno sentencia la
justicia como corrupta y exige la reforma total de la rama jurisdiccional?
Dentro de las responsabilidades del Estado
está la de haber dejado podrir la justicia, pues la corrupción generalizada que
nació hace años en el ejecutivo (contratos y comisiones en todas las esferas),
contagió la justicia por aquello de la puerta giratoria, (donde salen los
mismos por la misma puerta, y entran los mismos para hacer lo mismo), igual que
en el Congreso. Los congresistas investigados y en la cárcel siempre
representaron a los partidos y al régimen.
Pero bien, como hoy estamos en un especie
de balance de lo que es la participación ciudadana respecto a la paz, esto
implica hablar de la democracia, lo cual impone que no perdamos de vista que la
suerte de ésta no puede estar en manos de tres o cuatro señores ricachones
dueños de los medios de comunicación y de la publicidad. Puede haber toda
suerte de mecanismos de participación si se quiere mostrar al país como una
democracia de papel, pero la información es la que conduce a que esos
mecanismos terminen siendo canales de expresión de pensamientos previamente
cocinados y vendidos por tales tres o cuatro individuos, que siempre son los
detentadores del poder.
La supuesta democracia que hoy tenemos no
puede seguir haciendo parte de la contabilidad de una clase privilegiada, como
si fuera un lote o una finca, o ganado, porque la democracia se mide por el
resultado de la expresión y participación popular, y esa expresión popular está
atada y manipulada mayormente por quienes detentan y controlan los medios.
Sin democracia en la tenencia de los
medios, todo lo que se haga en muchos campos de la participación o en función
del tratado mismo de paz, podría quedar en el limbo, porque a través de las
matrices mediáticas hoy, es que se generan los ficticios ambientes de
favorabilidad o descontento con el proceso. Ojalá contemos con que todo aquel
que se sienta verdaderamente colombiano, le apueste a la reconciliación y no a
la continuación de la guerra.
Gracias a Cuba y a Noruega, países
garantes, y a Venezuela y Chile, como países acompañantes por resguardar con su
presencia y buenos oficios, la buena marcha del proceso. Y gracias a nuestros
compatriotas que le han puesto fe y entusiasmo a la posibilidad de construir la
Colombia que le brinde oportunidades a todos.
DELEGACIÓN DE
PAZ DE LAS FARC-EP
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