Raúl Wiener |
Por lo que puede verse, creo que no. De un lado porque las Fuerzas Armadas son hoy un espacio en intensa disputa. Ni Ollanta Humala, a pesar del rápido ascenso de su promoción (a la que tampoco controla plenamente), ni la derecha política y económica, ni alguna corriente militar por cuenta propia, tendría la capacidad de dirigir en una misma dirección a las tres instituciones militares y sus diversos estamentos.
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De otro lado, porque el consenso autoritario en la población está todavía lejos de haberse consolidado, si bien es cierto que muchos miedos están volviendo al primer plano y está creciendo el reclamo de soluciones “rápidas” y “drásticas”, a los temas de seguridad, mientras decrece el afecto hacia las llamadas instituciones de la democracia.
Finalmente está el saber cuál sería el costo-beneficio para cada sector político y económico, en recurrir a una salida autoritaria y nada indica que haya alguna claridad sobre lo que significaría alterar bruscamente el sistema político. La situación podría resumirse entonces en que se están reuniendo los factores necesarios para un cambio en las reglas del juego político, pero ningún sector está en condiciones de imponerse sobre los otros.
Esto no quiere decir que los actores más fuertes no estén contribuyendo a crear situaciones que hagan cada vez más ingobernable el país. El más interesado en ello es, sin duda, Alan García y su guardia dorada (Mulder, Velásquez, Del Castillo y otros), cuya lógica actual es la de armar el mayor desorden posible y minar absolutamente la credibilidad en el gobierno.
Esta es la respuesta que han encontrado para frenar un proceso investigatorio que se ha acercado demasiado a comprometer al expresidente, y contra el cual ha armado un enredado proceso de defensa buscando desmontar la investigación, pero al que se está añadiendo fuego para una especie de crisis política permanente que ayude al grandazo a salir del ojo de la tormenta.
No es casual que en medio de la revolvedera, el aprismo oficial se muestre cada vez más amistoso con el fujimorismo al que necesita para sus fines. Y aquí es donde la banda naranja tiene sus ambivalencias. Acompaña la presión sobre el gobierno pero al mismo tiempo no termina de desligarse de los resultados de la Megacomisión que desesperan a sus aliados.
En otras palabras, el fujimorismo ayuda a enrarecer el clima político, pero al mismo tiempo quiere trasmitir la idea de que van a ir hasta el final en el asunto AGP. Ahí cabe que estén pensando negociar sobre el final para ver qué le pueden sacar a García, o que en realidad puedan imaginar que sin el ego colosal mejorarían sus posibilidades electorales.
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