lunes, 11 de noviembre de 2013

Hace 126 años ahorcaron a trabajadores que exigieron la jornada laboral de 8 horas

Foto:Agencia
Este lunes se conmemoran 126 años del ahorcamiento, ocurrido en 1887, de cuatro de los llamados mártires de Chicago, un grupo de dirigentes sindicales que organizaron en Estados Unidos una serie de protestas laborales por luchas reivindicativas de la clase trabajadora, en especial por el establecimiento de la jornada laboral de ocho horas.
Estos hechos fueron posteriormente tomados en cuenta por el movimiento obrero internacional para adoptar como el Día de los Trabajadores, el 1º de Mayo.
En 1884, la central obrera norteamericana de entonces, la Federación de Gremios y Uniones Organizados de Estados Unidos y Canadá, había establecido en su cuarto congreso que la duración legal de la jornada de trabajo, a partir del 1º de Mayo de 1886, sería de ocho horas de duración.
En esta fecha se llevó a cabo una huelga con una masiva participación de los trabajadores en todo Estados Unidos, aunque algunos sectores industriales ya habían aceptado la solicitud laboral, la mayoría se mostró intransigente con la solicitud y recurrió a la represión policial para dispersas las protestas, produciendo muertes y heridos entre los manifestantes en distintas ciudades.
Producto de estas acciones las autoridades judiciales de ese país arrestaron y procesaron a ocho dirigentes sindicales. El ciudadano inglés Samuel Fielden, los alemanes Auguste Spies, Michael Schwab, George Engel, Adolph Fischer, Louis Lingg y los estadounidenses Albert R. Parsons, Hessois y Oscar Neebe.
Una reseña sobre estos sucesos publicada en la página web labanderanegra.wordpress.com/ refiere que el proceso judicial donde fueron juzgados los dirigentes sindicales fue manipulado de tal forma que incluso incumplió la normativa jurídica de la época. "Se quiso juzgar a las ideas anarquistas en la cabeza de sus dirigentes, y en ellos escarmentar al movimiento sindical norteamericano en su conjunto", agrega.
De los dirigentes sindicales sentenciados, cuatro de ellos fueron efectivamente ajusticiados en la horca.
"Salen de sus celdas. Se dan la mano, sonríen. Les leen la sentencia, les sujetan las manos por la espalda con esposas, les ciñen los brazos al cuerpo con una faja de cuero y les ponen una mortaja blanca como la túnica de los catecúmenos cristianos. Abajo está la concurrencia, sentada en hilera de sillas delante del cadalso como en un teatro... Firmeza en el rostro de Fischer, plegaria en el de Spies, orgullo en el del Parsons, Engel hace un chiste a propósito de su capucha, Spies grita: "la voz que vais a sofocar será más poderosa en el futuro que cuantas palabras pudiera yo decir ahora». Les bajan las capuchas, luego una seña, un ruido, la trampa cede, los cuatro cuerpos caen y se balancean en una danza espantable", indica una reseña de la ejecución por José Martí, corresponsal en Chicago del periódico La Nación de Buenos Aires.
Más de medio millón de personas asistieron al cortejo fúnebre. Años después, en 1893, Fielden, Schwab y Neebe fueron perdonados y puestos en libertad. Por otra parte, Lingg apareció muerto en su celda, producto de un supuesto suicidio.

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