sábado, 29 de diciembre de 2012


Receta infalible para recibir el año



Se acaba otro año, bien bueno para unos, regularzón para otros... pésimo para la oposición. Quienes tuvimos un buen año es porque conocemos a fondo los rituales de año nuevo y los cumplimos a cabalidad. Yo, con el desprendimiento que me caracteriza, he decidido compartir con contigo, mi querido lector, la receta de mi éxito. 
Es indispensable estrenar el año con ropa interior amarilla, esto para conjurar la buena suerte, cosa que estoy segura que surte el efecto contrario -pregúntale a cualquier militante de Primero Justicia, si es que los hubiere-. Pero tradición es tradición -familia y propiedad- y esas cosas se respetan. El verdadero secreto consiste en ponérsela al revés. A las 12 en punto, corre al baño -que seguro estará ocupado- o a cualquier lugar donde, sin atentar contra el pudor y el recato, puedas voltear tu ropa interior y colocártela como Dios manda, es decir, con la etiqueta para adentro. 
¿Quieres viajes? Busca una maleta y colócala junto a la puerta de tu casa. Hazlo  con varias horas de anticipación ya que toda tu familia también quiere y todos pondrán sus maletas en la misma puerta y por la misma puerta querrán salir para cumplir con este efectivo ritual. A las doce en punto, sal a la calle con tu equipaje y, antes de la última campanada, grita: “¡Quiero viajaaaaar!”. No falla… Eso si tu tía, la Gorda, te dejó salir.
Si quieres dinero tendrás que tragar doce garbanzos crudos al son de las campanadas. Claro, que a la vez tendrás que ingerir una mandarina mientras escupes y cuentas las semillas, que si son más de doce, obtendrás todos los deseos que una mandarina sea capaz de conceder. Si son menos prepárate para un año miserable que empieza viendo cómo su primo, el insoportable, escupe cuarenta y siete pepitas de la mandarina desperrugida que tú mismo, tan maluco, le entregaste. Y no olvides las uvas, que también se degluten a campanada limpia y con un altísimo nivel de dificultad, ya que haz de tragarlas bañado en llanto mientras se abrazas a una sollozante madre, no importa si no es la tuya, lo importante es que sea madre y que solloce. 
Ten en cuenta que, en el breve lapso de las doce campanadas, pasarán por tu garganta, además del aire que te mantendrá vivo, los garbanzos crudos; las uvas y la mandarina; tragando y escupiendo selectivamente las semillas, sin confundir las del cítrico con las engañosas pepitas del fruto de la vid. Todo esto mientras corres a la calle, arrastrando con una mano la maleta y con la otra, tratando de enderezar la ropa interior atorada en tus rodillas; y a la madre sollozante de a las uvas, apretada con tu antebrazo, a modo de pelota de rugby, la cabeza olorosa a laca de la viejita, justo debajo de tu axila,.
Si logras hacer todo esto y salir ileso en el intento, podremos decir que empezaste el año con mucha, mucha suerte

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