Las 70 esquinas del laberinto – Carlos Angulo
A Eduardo Sanoja, Venezuela
A Abelardo Vidal, Cuba.
Hoy llego a los 70, y quisiera excusarme por no tener
receta, ritual ni recomendación precisa que me facilitara aconsejar, cómo hice
para llegar hasta aquí, pues además nunca estuve pendiente de llegar a los 70,
ni a menos ni a más. Y seguramente, tampoco lo hubiese podido haber decidido yo
exclusivamente, ya que deciden mayormente y con poder superior sobre los
años de existencia de cada quien y de las naciones, aquellos ignorantes de
vivir que dirigen el sistema financiero mundial y su cerco de hambre púa,
quienes condicionan cómo debemos desvivir y cuánto cuesta agonizar o postergar
eternamente la agonía, si así lo paga el cliente Disney
Acontecimiento éste, el de vivir, definitivamente sin igual
de necesario y portentoso, a pesar de la tragedia ostentosa de las edades y del
capital. Increíble por cierto, esta alta longevidad, porque con tantos desmanes
y trasnochos desolados, encrucijadas de dolores personales y sociales contra el
cuerpo, y atrevimientos insólitos cuyo curso desliza el sedimento grasoso hacia
la sangre, a uno le compete la decisión de dar por concebido que la suerte
continua, tiene forma de ternura. Y adicionalmente debo tomar en cuenta, que
hay cuerpos como el mío, que han resistido y son dignos de haber sido amados
durante toda la vida. En cuanto al privilegio de haber paseado este cuerpo por
medio mundo y no dudar ni desistir arriesgarlo nocturno, bañándolo en orillados
mares oscuros del caribe o el pacifico o por los lados de ríos desbordados de
historias como el Usumacinta, el Guanare, o el Boavista, y dejar el cuerpo ahí
dormido de ebriedad en el lecho de la animalada, a la intemperie de epidemias
de murciélagos, y a merced de la mala gente y de los bordes, pero ha valido la
pena un trago mirando el Mediterraneo, las caídas de agua de Pyongyang, la
Cascada del Vino vía San Pedro a Barbacoa o navegando sobre el Paraná, el tigre
o el Luján o el Orinoco, algún fin de año. Sí, valió la pena Antúnez, Los
Teques, Caracas, Barranquilla, San Diego o Buenos Aires, Quito, Nicaragua, la
Habana, y quizás por ello tenga que dar un poco de gracias a lo previo de algo
que fue perdido, lamentablemente. De esa manera, todo nos va determinando y nos
contiene hasta ubicarnos en algún punto inexacto de la incongruencia. Así es el
recuento, el encanto y la formaa indescifrable de vivir. Y pensar, que a todos
estos confines, multiplicidad de andares, junto a las millonésimas rayas
blancas de las carreteras, acumuladas en la mirada, todavía insisten, que eso
no es sino la brevedad de la vida, no sé.
La filosofía de la alcurnia había corregido compitiendo
excesivamente, al escribir reiteradamente lo mismo, cada vez que se refrescaba
con un nuevo sabio, que la vida es un paso ínfimo. Yo, hoy y en esta era
terciaria, sin ser tan cognitivo ni ejemplar, sin experimentalismo ni
sumido en acuciosos laboratorios pudiese también decirles, que la vejez no es
más que una gran distancia de la vida, donde se gana en el inicio y se pierde
en el inasible misterio de lo inevitable, nombrado a veces, final de los
finales, que el cuerpo sujeto a los dolores y aciertos del corazón y el
cerebro, aprieta los sentimientos según se vaya andando en el desequilibrio,
por lo que nos ha dado llamar el peligro de vivir. Que la vida no es otra cosa
que asomarse y caerse en el tiempo, un salto largo en desafíos, muy sola y
torpe en decisiones y corta en alegrías, desde la madre desprendida hasta la
muerte, esto último cuyo objetivo siniestro, dejarnos fuera del espacio. Y
quién sabe, ojalá, nos deje en la desclasificación etaria de algún otro
universo
Quizás con el pasar de la ingenuidad a lo mercantil, se fue
reduciendo también la alegría de las edades, puesto que para los sistemas el
trabajo es un caso seriamente fundamental, sobre todo cuando se hermana con la
economía, si no, creen ellos, la sociedad se volvería una burda risotada
cotidiana. Y a este mundo, pensando como los magnates, no se vino a perder el
tiempo, porque es caro, es oro puro. Intuyo, que hacen muchas lunas, según el
cuento de las mil y una acometida transcultural contra la conciencia colectiva,
la vida era más sabrosa. Y mucho más atrás del exterminio indígena, que no
cesa, la experiencia de los consejos de ancianos que normaba la organización
social evitaba tales perjuicios, refiriéndose al futuro como a obsoletos dominios
a ultranza, respecto a que, al separar el ser de la naturaleza creían evitar la
redundancia, y los consabidos inicios de la división de clases por estas
tierras ajenas, y ya no tan sagradas. No obstante, la pequeña alegría de la
flecha en paz era libre de contaminación sónica, y más sabia pero no distante
de enemigos pintados de cebra vaciados en la historia de la pequeña y grande
burguesía, porque entre todo lo ancestral pareciera que se comprendían juntos
en el hecho mismo de la alegría, que ya había nacido comunal, y por lo tanto
horizontal
Sin pesares, sin embargo y sin tantas cosas, ahora más que
nunca, y aún en pleno centro de esta lucha dentro de un frasco de vidrio
planetario, donde a nada renunciamos, podemos si así lo queremos, hacer uso del
acceso que nos da lo arbitrario y la relatividad, para con altivez esgrimir,
que han sido bellamente intensas y llenas de diversidad en nuestra visión de
existir, estas siete décadas de razones, indefiniciones y bonituras, desde la
inocente niñez a la que nunca le preguntamos y ni siquiera supimos ni nos
preocupamos por ello, en relación a si éramos pobres o ricos, aunque en el
fondo fuimos las dos cosas, amparados en la justa y rotativa
interpretación de los infundios. Desde la adolescencia, donde tuvimos la gratitud
muy afortunada de vivir en los tiempos profundos de las mayores luces
colectivas, densos en el arte, nuevos en la canción, contestatarios en la
mayoría de los pormenores de la existencia y de las guerras. Mientras tanto, y
so pena de esa hermanada cofradía, de toda esa causalidad definida como pecado
de fin de mundo me daba igual, sobre todo aquella sucesión de novedosos
acontecimientos vitales que nos aclaraba, que la vida si estaba aquí en este
planeta canción y a la que teníamos igual derecho de abrirnos senda para
vivirla, y de pelearla si era necesario. Me daba igual, por el aquí y el ahora
existencialista impuesto, que nos ubicaba fuera de una amargada sociedad con
causa. Todo ese haz de contradicciones, por ignorancia, pues realmente nada sabía
del mundo ni de vivir, ni de la política, el arte, la explotación obrera y
campesina globalizada, y ni de nuestra humilde casa y familia. Contexto
que consabidamente también sea parte del argumento explicativo de la vida
breve, que a cada quien le corresponde como designio determinado
sociéticamente. De la adultez, donde se quiere recuperar el tiempo perdido,
quisiera decirles que no es verdad que la historia se repite, y no hay manera,
y menos la de volver a cometer errores haciéndose devoto de falsas interpretaciones
individualistas, acosado por la soledumbre, que por acrisoladas cautivan, y por
su capacidad y fuerza giratoria confunden. Mas, ya no hay forma de sustituir la
condición de carencia y soledad ante el universo, que uno trae como un equipaje,
ni la sobre inmortalidad en que nos entretenemos en el desperdicio,
perdiéndonos una vez más, sin percatarnos que la vida en vez de filosofía de
los altos estatus cerebrales se compone más del extravío, que de perderse
juntos, según sean los años, la familia y el sistema social donde uno viva.
Confesión que de por sí, ya nada importa saber de qué se trata, ni para qué
consuelo pueda servir lo no hecho, lo no asumido, y la duda histórica,
incluyendo los amores que se dejaron pasar por estar comprometidos con otros y
otras cosas, y que tal vez hoy a los 70 años, hubiesen cumplido estar aquí en
comunión, y no tener que escribir públicamente, sobre los papeles secretos del
olvido
De tal manera y por ahora, si a algo he temido en este
tránsito supuestamente avezado, atrevido y anecdótico, es al tiempo y su
clasificación, como clave para la manipulación organizada y sistemática. No hay
forma de hacerse de perfil ante su muro de impavidez, para lo universal los
años, para lo personal las edades, de acuerdo a como vayas creciendo en los
miedos, que se pueden decodificar y comprender en los pliegues del cuerpo y el
rostro, que es en fin de cuentos los que dan la cara. Total, esto lo he
comprobado y tal vez mucha gente también, al presentir por ejemplo, en aquella
edad respectiva, que no llegaríamos al año 2000. Lo sentíamos tan lejano
y nos habían preparado psicológicamente para sentirlo así, tan importante, tan
inalcanzable ese año 2000, como ninguno en la historia, pues seguramente porque
la mercadotecnia tenía previsto sacarlo especialmente de los amarillentos
almanaques, para darle la mayor de las preponderancias, hacerlo tan importante
en los primeros y exagerados laboratorios de las ganancias del baladi, tan
milenio por las razones económicas comunes del siempre, que incluyen los
embaucadores mercantiles, y que casi todos conocemos. Y ya ven, no sólo
llegamos al año 2000, lo que no fue gran cosa, sino que vamos andando al borde
del año 2020, que tampoco han sido gran cosa como humanidad, excepto por esa
eterna lucha de los pueblos por no dejarse someter, en nombre de los que
todavía pueden comprender o no
De toda esta denotada requisitoria quisiera hacer un
paréntesis, para decirles que lamento mucho, muchísimo todos los que
supuestamente más breves que nosotros, se quedaron sin tiempo. Entre ellos y
ellas, seres hondamente queridos como Marcos y Maria, Ramona, Coromoto o
Juanita. Amigos y amigas entrañables de la infancia y de la vida como Arturo,
Silvestre, Iraima, Mariela, Albertico o Isaias. Y la adultez, amadas cuyo
camposanto también tiene réplica en los solares reverdecidos de nuestro
corazón, y por supuesto gente imprescindible que vino a hacerle tanto bien a
este planeta y a la gente de este esplendoroso mundo, y que mucho nos aparecen
en la memoria como una manera de que no mueran todavía, y que extrañaremos por
siempre o por el resto de esa sospechosa brevedad que dicen que nos queda
Aunque igual en estos últimos años y como a todos los de
nuestra edad, también vamos teniendo cada vez menos familia, y casi cero
amores, por consiguiente adolecemos un tanto de seres afectuosos de aquellos
tiempos que nos hacían con mucha entrega y perfección barquitos de papel para
un recuerdo, nos regalaban tazas o platos de belleza incomparable para el café
o la sopa, o pintaban aves de la paz en las paredes o diseñaban
maravillosamente cuartos con ventanas que daban a la mar, cocinábamos juntos
una comida para dos o los que llegaran, o hacíamos versos conjuntos alusivos a
una canción, un camino, un río o un mar, ciertamente escritos probablemente en
servilletas alguna vez, quizás tomando una fría cerveza, principalmente en
lugares del camino o que tuvieran mirada al horizonte
Hoy a los 70 años del laberinto, por donde hemos andado en
zigzag como un azar y casi, en otra medida de menos emboscada, saliendo, es
otra la costumbre de versarse solitario. Hoy que llego a la angustia de las
sietes cuevas de Zaraué, como elección para protegerse culturalmente,
también me doy el permiso de decirles además, que aún me queda la fiesta de
saber, que casi todas las personas de amoríos que amé y me amaron de
importancia y que pasaron por este inasible latido, están vivas casi todas
todavía. Unas en otros brazos o solitarias o construyendo sobre su propia
existencia la más incomparable brevedad, que de tan efímera cabe en un
sentimiento, pero que tiene de espacio infinito todo lo que cabe en un
recuerdo. Y es más, en su mayoría nos escribimos mutuamente a veces, y no
sabría decirles con exactitud por qué esa actitud, quizás como una especie de
agradecimiento por haber coincido en pleno centro de lo inconmensurable, o de
no perdernos por completo o por prejuicios, o porque todavía hacen falta, con
sus respectivas equivocadas excepciones de ambos lados, a lo mejor debido
a fallas de premuras o de las angustias de lo irresoluble. Y si vinieran a
estas mismas casas, que existen todavía ataviadas con la huella de los años,
donde estuvieron alguna vez, en algún lugar de estos sobrevividos
territorios que dan a los crepúsculos o a la mar, hallarán algo de sus señales,
de sus regalos, de su amor anterior porque nada he olvidado ni olvido y que no
olvidaré, porque de nada me arrepiento para tener que darle como una
obligación, curso fatal al adiós, a pesar del no Alzheimer todavía. Y que no
tiemblo ni por sus ausencias ni por los mutuos errores ni de rabia ni de
Parkinson aún, sino del mismo amor de los bellos y nerviosos inicios, que
alguna vez pudimos profesarnos. Y si algo lamentara sería, que de aquello, de
acompañarnos y cuidarnos hasta la vejez como la más hermosa predicción de los
amores inmortales, no alcanzó a ser cierto. Mujeres que llegaron ilesas o no,
como nosotros, quién podría haberlo sabido. Mujeres políticas o apolíticas,
feministas, del arte por el arte o para algo social. De capitales o pueblos, de
cantos, de campos, luchadoras y nunca indiferentes. Llenas de angustias y
confusas sí, y quien no en nuestros tiempos. Imperfectas como somos pero
llenísimas de amorosidad, afecto y comprensión hasta un límite, difícil de
saber y predecir, hasta que nos tomaban por sorpresa, porque también están
hechas de llanto, de carne y hueso y a mansalva de injusticias, que no
esperaban de nosotros. Esos mismos amores, de caminos floreados y paisajes
diversos, amores que danzan y ríen, alquímicos, que educan, de pasarelas y
conversas inolvidables, bellas para el verso, y amores solidarios de viajes
incomparables, que nos entristecíamos devolvernos a la realidad de donde casi
siempre nos fugábamos, pero ni por su gran hermosura, con ninguno de ellos logramos
llegar juntos hasta estos setenta años. Y creo a conciencia, que así debió
haber sido, por eso ya no espero ni esperamos nada por el hecho mismo de ya
habitar fuera de aquellos contextos, excepto dar gracias y desearles lo mejor
de la vida por habernos encontrado bajo este mismo abismo azul como sombrero,
igual época y similares calles, casas o andenes, inclusive teniendo en contra
la alternativa o el deseo de más de siete mil millones de gente que andan por
sobre este planeta, ansiosos de amar y ser amados, y porque ya no hay tiempo y
porque necesitamos exclusivo el resto de este distinto e incierto porvenir,
para prepararnos en las luchas que se avecinan, o para saber partir
definitivamente como otra conjetura hacia una posible emancipación. Y de los que
se han ido antes que nosotros a otro cielo, infundado o no, en el que creyeron
atestiguo con mi tristeza todavía, que aún le duelen a este cuerpo y a este
sentimiento, porque a estos años ya uno sabe como tantos otros, cuanto duele la
muerte de la belleza amada, de la amistad que se ha ido, de los hijos que ya no
están y de los viejos que lucharon por nosotros para que fuésemos gente
de bien dondequiera que estuviésemos
Finalmente, al igual que mi fe en lo mejor de este
mundo, mi corazón está puesto en ustedes, como una manera de continuar el verso
de haber vivido. Agradecido de nuestros pueblos, que en un primer momento nos
hicieron posibles, y por el bien de este planeta que nos recibió y nos
dio espacio en sus brazos, como usted a mi y viceversa
En el fondo se oye una canción, La Fiesta, que es en
cualquier distancia y tiempo, lo más exacto que habríamos podido haber hecho de
esta vida.
En fin, por el hecho mismo de haber llegado a estos años,
también me corresponde el derecho de comentar una impresión, o citar una estela
de verbos inconclusos para que tenga sentido una conjunción que nos devele.
Pudiera decir inicialmente, que hay que prepararse con tiempo en las
adecuaciones de la soledad, para que sea gratificante su compañía, en la
vejez, y en la memoria de los ausentes. A estas edades, cuando aún te faltan
años por acometer con disuasiva cautela, la fuerza no es lo importante, sino a
dónde, cuándo y en qué lugar deberías parar, andando, en una suerte de
metáfora, y si se ha inscrito bellamente del camino lo que el corazón te
recuenta por las noches. Tal vez por eso todavía confiamos la vida al sueño, lo
que fue común dormir en la juventud. Aunque hay ocasiones, en la infancia o la
adolescencia, como en la vejez mucho más, temer dormir por creer que jamás se
volverá a despertar. Y no es que tengamos solamente menos tiempo lo que nos
dispara esa obsesión o cierta desconfianza, sino inclusive, que lo que hace
mucha falta hacer, hay que hacerlo lentamente más rápido. Y si algo quisiera de
verdad conservar hasta el final en esta gratitud de vida, es el hermoso placer
de alcanzar terminar lo que me propuse comenzar como un fervor a lo vital, y
volver a recomenzar parecido a un péndulo, aquello que fue inicio en el
imaginario, a diferencia y dejo constancia, que asumo y no espero atajo alguno
en esta espera inconsciente, porque hay sentencias que nunca ni jamás tendrán
absolución. Y eso por demás no es vivir sino perder más tiempo en el extravío,
cuando se anda buscando amparo en lo inaccesible, en los turbios sótanos
ásperos de la salvación. La evidencia que ha dejado la erosión del rostro en
los pliegues muertos del tiempo, que es al final quien da la cara, nos
decodifica, que tuvimos también la gran oportunidad de haber vivido denso y de
haber amado total. Lo que sólo siendo mucho más viejo que joven, pudiese haber
sido posible, cuando logras transgredir la ataviada lógica de las
determinaciones. Y confieso, que cuando murieron grandes amores adelanté en la
desolación, un poco más rápido la vejez, como si fuese una carrera enloquecida
de angustia, luchar por alcanzar la nada. Razón por la cual, nadie debería
privarse ni postergar lo hermoso a lo que tenga acceso contrariando la
causalidad, porque luego de nada sirve ya, la incómoda decisión que no arriesgó,
excepto quitarle calma al cementerio de las caricias. Y hoy, por ser más
sueño que añoranza, no intento decir que me quejo, a pesar que evoco. Y me ha
salvado sí, muchas veces cuando menos lo esperaba, tener un segundo plan
contra los accidente de las decepciones, porque la vida aún en la acepción de
su perversa reducción simplista de los tres tiempos, nada aporta si no tiene
sombra, si no vives para un proyecto, y te niegas y no te obligas a tener una
segunda oportunidad, si así lo requieren las circunstancias. Sereno o no,
comprendo, que me atrae afectuosamente el encuentro de la vejez y la
niñez, para darle excusas por haberme alejado tanto y llenarnos de
silencio, pero siento que está cerca saldar los improperios devolviéndonos la
dulzura, sobre todo en estos momentos cuando amo más la vida y echo de menos. Y
si escribo esta multiplicidad de carencias y fondos incisivos, que por
naturaleza traemos como universo, en nada concluyo, y tampoco es porque
doy por terminada la jornada. Sólo lo escribo por indicios, como la mayor parte
de lo que se escribe, sintiendo más al cuerpo en su costumbre que razones
prefabricadas.
No obstante, para esta hora de noviembre a oscuras en
Tristal, sobresalen igual los colores de la tarde noche como la fogata de
aquellos ojos, o en otra tarde el azul del mar donde me bañe en su mirada
alguna vez. Seguramente el fuego se esconde en la ceniza, porque quizás allí
esté la eternidad efímera que vamos fraguando en el vivir, o seguramente es
otra conjetura para no pensar en los dolores y tristumbres anexas que vienen
acorazadas con el rigor de los años.
En lo definitivo, todos estos detalles, para confirmar que
cuando el corazón se descuida de soledad o se desborda de compañía acusamos
conciencia del abismo, así lo hemos vivido. Tal vez ustedes no estén al tanto
de saber, todavía, como arde esta costra que despega el tiempo. Y aunque no es
evitable seguir doblando el cuerpo a causa de la brutalidad de los años, para
colmo eso es también la vida, y hasta ahí tendremos que ser dignos de vivir. No
obstante, en la breve luz de un relámpago me espantan siluetas con un parte, de
señales. Entre ellas, el delirio de un sol oscuro en sus pestañas, que si algo
me recuerda, son los garabatos que dibujé con lápiz de creyón mirándola, con
amor platónico, y que también anochecemos y que tampoco estarás en esta hora y
ya ni nunca
Carlos Angulo.
Cuba 8-11 2019. Quebrada seca. Tristal, Venezuela. Veinte de
noviembre de dos mil diecinueve. Y Bolivia en el corazón, 23 de noviembre
2019. Fin.
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