Secretariado del Estado Mayor Central de las FARC-EP
LA MOVILIZACIÓN POR LA PAZ DE COLOMBIA
Diálogos en el Caguán
Por: Comité Editorial
Mientras no se instaure la justicia y se respete la dignidad en favor de las mayorías, el fin del fin de la insurgencia sólo será el contenido fantasioso de la perorata triunfalista gubernamental que pregona la derrota militar de las FARC-EP. A pesar de los artificios de la ingente maquinaria mediática que el régimen usa, como arma de desinformación y manipulación, valiéndose de agentes oficiosos y mercenarios de la pluma y el micrófono, siempre tan sumisos y cómplices de la criminalidad institucional, sus mentiras seguirán desbaratándose contra una realidad en la que todos los días se evidencia que la guerra sólo culminará cuando el régimen oligárquico pague la enorme deuda social que tiene con los colombianos.
La paz no será, mientras la idea de su concreción se asocie con la quimera de la derrota militar de una insurgencia cuyas razones de lucha están profundamente justificadas en esta larga historia de explotación, represión, exclusión, miseria, terror y muerte impuesta por la fétida casta de burgueses criollos que le chupan la sangre al pueblo y el imperialismo que les amamanta para beneficiarse a sí mismo.
Los periodos de insensatez que cada gobierno de turno suma a la historia del terrorismo de Estado en Colombia, cada nuevo discurso guerrerista que acompaña las políticas hambreadoras que favorecen a las trasnacionales mientras golpean los intereses del país, no han hecho más que agravar las precarias condiciones de vida, más de 30 millones de compatriotas están sumidos en la pobreza; más aún cuando las políticas gubernamentales se aplican con desafueros autoritarios y tiránicos, de una necrosada institucionalidad mafiosa y gansteril.
Pese al terrorismo de Estado que pretende silenciar las voces y acciones de los que se levantan contra tanta perfidia, desigualdad e incuria respecto a los intereses de las mayorías, día a día los sectores sociales desfavorecidos siguen su brega por organizarse y se multiplica la protesta que ahora con mayor firmeza tiene el signo de presentar alternativas de paz, proponiendo con decoro y determinación importantes rutas para el diálogo en torno a los problemas estructurales de orden político, económico y social
que han desembocado en la profundización sangrienta de la lucha de clases. La población en sus diversas formas organizativas ha decidido
manifestar con más fuerza, y con mucha legitimidad, que no es solamente asunto del gobierno hacer la guerra o trazar las políticas de pacificación. La paz es una cuestión de todos los colombianos, porque es el pueblo todo el que sufre las consecuencias de la iniquidad y la locura
guerrerista del régimen.
Según se colige de la práctica, el gobierno Santos pro-sigue con la creencia vana de que el destino de Colombia será el de establecer un paraíso neoliberal en el que la opulencia de los ricos se construirá sobre los hombros de una grey famélica y sumisa de gente atemorizada por el aparato militarista de los opresores. Así lo expresa el trasfondo de las líneas gruesas trazadas en el Plan Nacional de Desarrollo, en la llamada «Política integral de seguridad y defensa
para la prosperidad», y así se entiende si se analizan en detalle los propósitos de las asignaciones
de gasto público 2011 y las previstas para 2012, y en otros documentos y desarrollos legislativos como los que comprende la Ley de seguridad ciudadana y la Ley de inteligencia, que apuntan al desenvolvimiento de los guerreristas planes de «consolidación».
En tal sentido, debemos estar preparados para enfrentar más criminalización, más estigmatización
y más medidas de terror que contra los dirigentes populares serán agudizadas para tratar de frenar la protesta, argumentándose por parte del establishment, tal como ya lo ha hecho el propio presidente Juan Manuel Santos, la infiltración guerrillera en concentraciones públicas, huelgas sindicales, movilizaciones estudiantiles y marchas populares de todo tipo, para entretanto seguir con el pretendido afianzamiento de lo que llaman «confianza inversionista
» a través de los nefandos métodos de la ya conocida «seguridad democrática», o «prosperidad democrática», o como le quieran llamar a la militarización mayor de la vida nacional
y al trato guerrerista a las acciones de masas que se dan contra la reprimarización y la desnacionalización de la economía, contra las privatizaciones y la entrega del país a las trasnacionales,
contra el intervencionismo yanqui, la presencia de sus bases militares y el desenvolvimiento
de sus neocoloniales intereses geoestratégicos…
No obstante, en medio de todo ello, la protesta
social que crece por la solución de los endémicos problemas referidos a necesidades básicas insatisfechas -tal como el presente lo demuestra, seguirá en ascenso al lado de poderosas
exigencias en favor de la salida política urgente al conflicto. Se trata de una posición que todo colombiano sensato apoya hoy con determinación,
concibiendo que no puede haber más demora para iniciar las profundas trasformaciones
económicas y sociales que con la participación de todos abran camino alternativo al impuesto por el neoliberalismo; concibiendo
que es hora de poner punto final a la venta descarada de la patria, a la explotación y saqueo
intensivo de sus recursos naturales que sólo se hace en beneficio de los bolsillos de los capitalistas y no redundan en beneficio del país. Creyendo en que es hora de cesar el despilfarro
de la riqueza nacional en la guerra, la corrupción y el enriquecimiento privado, para destinarlos al bienestar de toda la población.
Que siga creciendo, entonces, la movilización y la lucha de masas por la paz, que se multipliquen
las voces por un diálogo que apunte a resolver los problemas de injusticia social que padece Colombia.
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