Morazán, de la República Centroamericana a la no República
Ollantay Itzamná
Cuando se hace referencia a próceres legendarios que impulsaron las repúblicas bicentenarias de América Latina, se identifica a Bolívar, San Martín, Martí, Artigas, Sucre, etc. Pareciera que Centroamérica no despertó, ni engendró prócer legendario alguno. Y no es así.
Allá en 1792, en Tegucigalpa, nació un hondureño al que pusieron por nombre Francisco Morazán Quezada, descendiente de familias europeas. Como dice Ramón Rosa: “Morazán tuvo la desgracia de nacer y formarse en aquella triste época del aislamiento y de completa oscuridad en que Honduras carecía de escuelas” (ROSA, 1980:367)
Esta situación obligó a Morazán a ser un autodidacta para asumir las responsabilidades que la historia le confiaría. José Martí, al referirse Morazán, dice: “Un genio poderoso, un estratega, un orador, un verdadero estadista, el único quizás que haya producido la América Central, el General Morazán” (MARTÍ, 1975:96)
A diferencia de los países de América del Sur, los países centroamericanos no necesitaron organizar guerras de independencia colonial. Un acta de “independencia” firmada, por criollos y españoles, en la ciudad de Guatemala, el 15 de septiembre de 1821, fue suficiente para la transferencia del mando a la ávida élite criolla de entonces.
Morazán, liberal, visionario del difícil futuro político, económico y social que aguardaba a la naciente República (en ese entonces conformada por las provincias de Honduras, Guatemala, Nicaragua, El Salvador y Costa Rica), ideó, promovió y defendió la creación y consolidación de una República Federal Centroamericana. Pero, los herederos de la colonia (terratenientes, ganaderos y mineros conservadores) resistieron incluso a los mínimos cambios simbólicos.
El liberalismo de Morazán perseguía la unidad, la modernización, la ilustración y el progreso de la nueva República. Para ello, no sólo promovió las primeras escuelas que él no tuvo, sino buscó la liberación de las grandes masas sometidas a la servidumbre, afectó a los privilegios materiales y simbólicos del clero católico. Intentó construir un sistema judicial para modernizar y universalizar la justicia.
Estos ideales los impulsó como Presidente de Honduras (1829), de Centroamérica (1830-1838), de El Salvador (1839-1840) y de Costa Rica (1842). Pero, estos anhelos no pasaron de ser eso. Anhelos. La República Federal Centroamericana fue desintegrada, en 1838, por las cruentas luchas político-militares de las rústicas élites conservadoras. La jerarquía católica difundió y fustigó en el imaginario colectivo de estos pueblos analfabetos fundamentalistas el estigma de: “Morazán es el anticristo, enemigo de Dios”, “el liberalismo es la doctrina contra del demonio” (SANTANA, 2007:42). Y, el sometido y religioso pueblo acuerpo a los caudillos para asesinar a sus redentores.
Así pudo más el miedo que la razón. Desde Guatemala se enseñoreo un campesino analfabeto, llamado Rafael Carrera (dictador en Guatemala, 1847-1848 y 1851-1865), bajo la consigna de “Viva la religión y muerte a los extranjeros no españoles”, promovido por terratenientes y el clero. Por todas partes la ignorancia y el espíritu servil providencialista desandó sobre los efímeros avances de la unidad y modernidad regional.
A Morazán lo fusilaron en Costa Rica, el 15 de septiembre de 1842, por buscar la unidad y la modernidad de la región. ¡Nada menos que en el 21° aniversario de la “independencia” centroamericana! ¡Qué paradoja! De esta manera, Centroamérica destruyó a quien quiso liberarlo. Por eso el guatemalteco Pedro Molina, cómplice de Morazán, ante el funesto destino de la República Federal, dijo:
“¿Para qué promover la independencia en Centroamérica, de este país inculto, cargado de sumisos bien hallados con los azotes, los diezmos y cofradías como bestias de carga a las órdenes de cualquiera? ¿Para qué a favor de las clases híbridas en la indigencia y la opresión, si están conformes con la esclavitud? ¿Para qué bregar contra las supersticiones si son pastos espirituales de los hombres sumidos en la ignorancia…?” (LÁSCARIS, 1970:426)
El mentor y tío de Morazán, Dionisio Herrera, primer Presidente de Honduras, al ver el triunfo del oscurantismo sobre las aspiraciones de libertad y modernidad en Honduras, dijo: “No sé qué presagios funestos, no sé qué porvenir desgraciado cubre mi alma de luto y tedio (…) No hay país en el mundo donde haya más apatía, más pereza en los negocios y menos espíritu público que en Honduras (…) Sólo veo hombres que quieren elevarse, y sin títulos bastantes, se creen capaces de gobernar el mundo” (D’ANS, 2009:125)
A casi dos siglos de la “independencia” centroamericana, el caudillismo, el provincianismo, el tradicionalismo y el providencialismo religioso siguen vigentes en la región, con excepción de Costa Rica (aunque, ahora, base de las FFAA norteamericanas) Las élites oligárquicas mantuvieron y mantienen a las poblaciones bajo la tiranía del analfabetismo y del oscurantismo tradicional religioso-militar, situación que los patrones capitalizan para exprimir la fuerza laboral de las y los sin derecho. El caso hondureño es patético. País en el que el colonialismo jamás fue interrumpido en estos últimos siete siglos.
Pero, los ideales de Morazán, y de muchos otros/as próceres indígenas legendarias de las que la historia oficial calla, continúan vigentes en las aspiraciones contenidas y acumuladas de expresiones sociopolíticas, como el Frente Nacional de Resistencia Popular de Honduras, u otros más históricos en los países vecinos. El colonialismo (ahora, en su expresión neoliberal) intentó silencias y/o domesticar la rebeldía y los legados político místicos de personajes como Morazán, pero esta espiritualidad rebelde, ahora, arde, como fuego escondido bajo las centenarias cenizas, desde los corazones esculpidos para la fatal resignación. Por ello, con Pablo Neruda proclamamos: “Alta es la noche y Morazán vigila. Es hoy, ayer, mañana? Tú lo sabes. Cinta central, América angostura (…)”
No hay comentarios:
Publicar un comentario