EL TRASPIÉ DE DONALD TRUMP
Por: Cicerón Flórez Moya
Con la empalagosa arrogancia a que lleva el capitalismo salvaje, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, puso a sus áulicos a conspirar contra la legítima elección de Joe Biden, su irreversible sucesor en la jefatura del Estado de la gran nación. Lo hizo con cálculo perverso, consciente del daño que le causaba a la democracia, lo cual, claro está, no le importa.
Trump obró igual que un terrorista, echando por la borda todas las responsabilidades que le impone su investidura de gobernante y que él juró cumplir. Ultrajó la dignidad de su cargo en un afán delirante de usufructuar el poder a la medida de sus intereses, que no son los del pueblo que en mala hora llegó a gobernar. Como se dice popularmente, mostró el cobre, esa condición negativa proclive a la degradación, herencia de ese imperialismo de viejo cuño, alimentado de oscurantismos y la violencia para impedir el ejercicio libre y decente de la existencia humana.
La humanidad ha sufrido el azote de tiranos en diferentes etapas de su desarrollo. En el siglo XX, para no ir más lejos, padeció el azote del nazismo y del fascismo, liderados por Hitler y Mussolini. La guerra atizada por ellos le apuntó al exterminio más brutal y destrozó valores consolidados en el desarrollo cultural de los pueblos. El talante de Trump parece responder a la misma trama de tal suplicio.
Estados Unidos se precia de ser la democracia modelo de Occidente a pesar de los desatinos en que ha incurrido. Pero en pocas horas Trump hizo trizas esa imagen. ¿En qué queda la autoridad de esa nación con el acto de vandalismo inspirado por su Presidente en funciones?
¿Y cómo es posible decir que el “castrochavismo” es un horror y que Maduro es un repudiable dictador, cuando Trump incita a la violencia y amenaza con quedarse gobernando después que termine su período? Esos arrebatos hacen parte de emociones exacerbadas capaces de aventuras criminales; lo cual plantea una seria amenaza contra la democracia. Por eso la bochornosa manifestación fue del gusto de Bolsonaro, otro Presidente de la galería de los aprendices de causas malditas.
Lo sucedido en Washington por instrucciones de Trump es una ofensa para su nación y en general para todas las naciones. Un traspié estrepitoso, el cual exige correctivo de fondo, aplicándo al actor principal la sanción que le corresponda. No se debe minimizar la falta porque sería peor para todos. Trump delinquió y le cabe condena.
La defensa de la democracia no puede reducirse a unos actos vacíos. Impone acciones de contenidos afirmativos que tiendan a mejorar las condiciones de vida de los pueblos para sustraerlos de las frustraciones recurrentes. No es la violencia sino la construcción de vida con certeza. Es la libertad sostenible, sin amenazas a la manera de Trump y de tantos cipayos envanecidos con el poder.
PUNTADA:
¿Y ahora qué estarán pensando de Trump sus obsecuentes servidores colombianos?
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