martes, 17 de diciembre de 2019


UN DÍA COMO HOY, HACE 189 AÑOS, MURIÓ EL LIBERTADOR, SIMÓN BOLÍVAR
EL GENIO DE AMÉRICA...
En mayo de 1830 Simón Bolívar sale de Bogotá hacia el norte, por el río Magdalena. Su salud se había empeorado mucho. Al llegar a Santa Marta es visitado por el médico francés, el Dr. Próspero Reverend. El día 9 de diciembre, con voz temblorosa, dicta su última proclama y su último testamento. El día 14 llegaron los lentos y terribles días de la agonía; “El Libertador se va empeorando más y más”, dice el Dr. Reverend. El día 16 a la una de la tarde, empezó el delirio precursor de la agonía. El 17 de diciembre, a la 1:07 de la tarde, se apagaron los últimos fulgores del Padre de la Patria.
A pesar de que Simón Bolívar era un mantuano, porque pertenecía a la clase social más pudiente de la época; al perder a su familia y dedicarse en cuerpo y alma a la causa patriótica, renunció a todos sus privilegios de hombre rico. Basta sólo recordar que durante la guerra, vivió las mismas penurias que aquejaban a su tropa. Pasaba hambre y frio igual que cualquier otro. Así es que no es de extrañar que haya muerto en una casa ajena con una camisa prestada.
En los últimos meses de su vida Bolívar fue tan humano como nunca lo había sido. Le duelen las calumnias pronunciadas por quienes él honró. Le duele la falta de piedad y cariño de parte de aquellos en quienes creyó, podrían ahora amarle o al menos respetarle. Le duele morir huérfano no sólo de padres sino de amor, después de haber dado íntegra su vida por la igualdad, la libertad y la justicia de los pueblos de América.
Pero El Libertador sigue vivo en nuestros corazones, a pesar de la distancia que imponen más de doscientos años desde su nacimiento. Bolívar vive en cada palabra, en cada nota del himno nacional, en cada uno de los 100.000 kilómetros cabalgados por los valles y serranías de la América Latina. Bolívar vive en el Congreso de Angostura, en la Carta de Jamaica, en el Juramento que hizo sobre el Monte Sacro y en su Delirio sobre el Chimborazo. Sus pasos aún se escuchan en los fríos parajes de la cordillera andina, su voz estremece los cabildos de Bogotá, Quito, Lima y Angostura, y los cascos de su caballo aún resuenan en los campos de Junín, Ayacucho, Pichincha y Carabobo. Es muy posible que ni siquiera el tiempo pueda evitar, que su risa infantil, fresca y alegre, también se escuche en el patio perfumado de granados de su casa natal.
OMAR PARACO

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