jueves, 5 de diciembre de 2019


Por: Richard Canan
Como lamentablemente se recordará, el farsante, ignorado y espurio diputado Guaidó arrancó el año 2019 prometiendo villas y castillos a toda la desesperanzada oposición. Incautos cayeron en la trampa. Guaidó, cual efímero profeta, los encantó con su perorata golpista, repitiendo histéricamente hasta el cansancio el infausto guión impuesto perversamente por los halcones del Tío Sam: “Cese de la usurpación, Gobierno de transición y elecciones libres”. Resonando una y otra vez como un disco rayado.
Pasaron los días, los meses y casi cumple su primer año este amorfo experimento. Asombrados, los opositores venezolanos han sido testigos de un maremágnum de errores catastróficos, metidas de pata y tropezones al más alto nivel. Tanto así, que Guaidó está desde hace tiempo en un foso solitario, entrampado, de donde no puede salir.
A Guaidó le han caído todas las maldiciones posibles. Ni siquiera contando con todo el arsenal militar, logístico, financiero y de inteligencia del imperio norteamericano ha logrado ni uno de sus tres ilusorios objetivos. En el ideario popular se muestran sus fotos abrazado tiernamente con la pavosa sifrina, la Tintori. Puede que allí radique su perdición, su condena eterna. Pero fuera de juegos, su mayor error ha sido presentarse como un subalterno de Donald Trump. Un mercenario arrodillado al servicio de una potencia extranjera. A los pueblos no les gusta seguir a los arrastrados, a los apátridas lamebotas. Por eso el fracaso sabe peor, porque hasta los halcones del imperio están claros del embarque que se lanzaron con el paquete Guaidó. Han dilapidado millones de dólares que fueron a parar a los profusos y gozosos bolsillos de los dirigentes de Voluntad Popular y Primero Justicia.
Este justamente es el tema principal que origina los amargos berrinches del nada impoluto Guaidó en contra de su propio embajador imaginario en Colombia, Humberto Calderón Berti. El cual, lleno de despecho por su abrupto despido, hizo públicas un arsenal de desviaciones que ratifican lo que todo el pueblo venezolano ya sabe, la baja ralea, la escasez de ética, moral o decencia de la banda de rateros que está al frente de la avariciosa oposición golpista (el “equipo” Guaidó).
Calderón era el único “diplomático” de calibre, entre la cuota política de panas, compadres, inversionistas y demás bufones nombrados por Guaidó en su famélico circo de embajadas imaginarias. En algún momento se deberán enfrentar a la justicia por usurpación de funciones, por recibir “emolumentos” de la Casa Blanca y por malversar los activos del Estado en el extranjero.
Los flechazos que lanzó Calderón van directo a Guaidó. Apuntan claramente a su equipo íntimo y de confianza. Se decantó en los detalles de lo ocurrido en el “Caso Cúcuta”, con todo el fiasco de la ayuda humanitaria y la vida sibarita y dispendiosa que los designados por Guaidó llevaban en el vecino país, sin importarles el sufrimiento de los venezolanos o los militares desertores abandonados a su suerte en paupérrimos hoteles. Habló principalmente de la malversación de fondos mediante facturaciones ficticias para cubrir los gastos de dudosa calaña (“prostitutas, de licor”) que exigía afanosamente el “equipo” Guaidó. Señaló que “esa gente manejó unos recursos que yo nunca supe de dónde venían ni cómo se gastaron, luego empecé a recibir rumores de mal manejo de los fondos, y denuncias de que tenía que prestarle atención a lo que estaba ocurriendo”. Al solicitar la auditoria, Calderón informó de primera mano a todos los jefes de los hampones de sus hallazgos, es decir a Leopoldo López (máximo bandolero, Capo di tutti capi), el procónsul Julio Borges y la marioneta Guaidó. Nadie le hizo caso. Guaidó más nunca lo atendió, pretendiendo ocultar bajo la alfombra los guisos de sus “enviados especiales”.
Para asombro de los venezolanos, Calderón Berti también reveló el saqueo rapiñero en contra de la empresa filial de PDVSA, Monómeros Colombo Venezolanos S.A., con plantas operativas ubicadas en Barranquilla y Buenaventura. La misma fue objeto de una piñata, con repartición de cargos incluida. Calderón señaló que “a mí me parecía que no era pertinente, que no era un buen mensaje al país, ni a mis compañeros del sector petrolero, que se politizara aquello. Que hubiese cuotas de partidos allí de los 4 partidos que forman parte del G4”. Y contó como presenció una reunión dirigida personalísimamente por Manuel Rosales, varios diputados de la Asamblea Nacional y demás gestores para ejercer “presiones, exigencias” a la Junta Directiva porque no habían cumplido con los requerimientos de sus emisarios para repartirse la asignación de cupos: “Parece que la urea es muy apetecible, gente que quería vender urea. Comprar materia prima, ser intermediarios en negociaciones”. Queda en evidencia que todos los socios-gestores del “equipo” de Guaidó son unos delincuentes de cuello blanco. Zamuros cuidando carne, saqueando nuestros activos mientras aparentan que los protegen. Así son todos estos corruptos de la derecha, miserables saqueadores. Han engañado al país.
Guaidó destaca en esta trama como el magnánimo capitán del Titanic. Su destino está escrito, hundirse en el fondo de la mar. De fracaso en fracaso se acabó su tiempo de usurpación. Calderón los demuele con una frase certera: “El país es recuperable, pero no es recuperable por una secta política”. Tremendo epitafio.

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