El monopolio colonial del pensamiento
España impone en América su pensamiento asegurando el monopolio del idioma y de la religión mediante dos decisiones de Estado. La primera establece un único idioma legítimo, el castellano según la gramática de Nebrija, cuyo autor la ofrece a los reyes Católicos como instrumento para el mejor manejo de las tierras conquistadas pues “La lengua siempre ha sido compañera del Imperio”. En España se hablan más de media docena de idiomas: en la América ibérica, sólo castellano.
El monopolio de la Fe
La segunda decisión impone la religión católica. El tratado de Tordesillas asigna a España generosa porción del Nuevo Mundo, a condición de asegurar la conversión de sus habitantes. La España de la época acaba de expulsar árabes y hebreos, considera la uniformidad religiosa precondición de la dominación política, y la tolerancia le resulta impensable. El cristianismo que se trasplanta a América es el unificado por el Concilio de Trento, purgado de reformas y cismas históricos y doblemente filtrado por el cuido con el cual la Iglesia elige sus predicadores y por la precaución con la cual el Estado los selecciona en virtud de su derecho de Patronato y los vigila con el Santo Oficio.
El monopolio de la Iglesia
El aparato cultural que tendrá tarea decisiva en los procesos de aculturación de América es la Iglesia. El conquistador aniquila y reduce la resistencia, pero la obediencia productiva del indígena y del esclavo traído del Africa sólo estará segura en la medida en que entienda las instrucciones del dominador y comparta las creencias y valores de éste. Pero la Corona subordina de una vez a la Iglesia con el régimen del Patronato.
El monopolio de la Educación
Corona e Iglesia regulan con mayor rigor todavía el ingreso de la lectura. Sólo pueden entrar libros no vetados en el Índice. Se prohíben la lectura y la escritura de obras de ficción. La primera imprenta se instala en ciudad de México en 1539. Si la Gramática de Nebrija es instrumento de Imperio, la administración de las letras es monopolio del poder. Religiosos, barberos y preceptores individuales las dosifican en principio para la casta dominante de los blancos. La enseñanza de profesiones liberales depende de la Universidad desde que en 1538 se funda la de Santo Domingo, primera o “primada” de 32 que el sistema colonial instituirá en América Latina, de las cuales la última será la de León de Nicaragua, decretada en 1812. Como la de Caracas, creada en 1721 a partir de un colegio religioso, en su mayoría son reales y pontificias, vale decir, bajo doble tutela de la Corona y la religión. Son medievalizantes, teologizantes, aristotélicas, tomísticas, con trivium. quadrivium, lección magistral en latín y acceso discriminatorio reservado a los varones “notoriamente blancos”,
La ruptura de los monopolios
Una minoría de apenas 1,3% de blancos peninsulares nacidos en España, difícilmente podía hacer valer privilegios exclusivos contra el resto de la población. Esta tarea se le haría asimismo difícil al 20,3% de los blancos criollos, nacidos en Venezuela, que intentaron limitar la Independencia a un simple corte de subordinación política con España, apropiándose de los privilegios exclusivos y excluyentes de los peninsulares. La contienda inevitablemente abriría el paso a la participación política y militar, del 79,7 % de la población, integrado por las “castas viles” de pardos, negros e indios, que buscarían conquistar derechos sociales, económicos y políticos largamente postergados militando primero en las filas de la Corona y luego en las patriotas. Su abrumadora mayoría determinaría la caída de la Primera y la Segunda República, y finalmente el triunfo de la Independencia cuando ésta supo atraerlos a sus filas. Sabemos así cómo se mantiene el monopolio del pensamiento, prohibiéndoselo a todos menos a los ricos, y cómo inevitablemente se rompe.
El monopolio de la Fe
La segunda decisión impone la religión católica. El tratado de Tordesillas asigna a España generosa porción del Nuevo Mundo, a condición de asegurar la conversión de sus habitantes. La España de la época acaba de expulsar árabes y hebreos, considera la uniformidad religiosa precondición de la dominación política, y la tolerancia le resulta impensable. El cristianismo que se trasplanta a América es el unificado por el Concilio de Trento, purgado de reformas y cismas históricos y doblemente filtrado por el cuido con el cual la Iglesia elige sus predicadores y por la precaución con la cual el Estado los selecciona en virtud de su derecho de Patronato y los vigila con el Santo Oficio.
El monopolio de la Iglesia
El aparato cultural que tendrá tarea decisiva en los procesos de aculturación de América es la Iglesia. El conquistador aniquila y reduce la resistencia, pero la obediencia productiva del indígena y del esclavo traído del Africa sólo estará segura en la medida en que entienda las instrucciones del dominador y comparta las creencias y valores de éste. Pero la Corona subordina de una vez a la Iglesia con el régimen del Patronato.
El monopolio de la Educación
Corona e Iglesia regulan con mayor rigor todavía el ingreso de la lectura. Sólo pueden entrar libros no vetados en el Índice. Se prohíben la lectura y la escritura de obras de ficción. La primera imprenta se instala en ciudad de México en 1539. Si la Gramática de Nebrija es instrumento de Imperio, la administración de las letras es monopolio del poder. Religiosos, barberos y preceptores individuales las dosifican en principio para la casta dominante de los blancos. La enseñanza de profesiones liberales depende de la Universidad desde que en 1538 se funda la de Santo Domingo, primera o “primada” de 32 que el sistema colonial instituirá en América Latina, de las cuales la última será la de León de Nicaragua, decretada en 1812. Como la de Caracas, creada en 1721 a partir de un colegio religioso, en su mayoría son reales y pontificias, vale decir, bajo doble tutela de la Corona y la religión. Son medievalizantes, teologizantes, aristotélicas, tomísticas, con trivium. quadrivium, lección magistral en latín y acceso discriminatorio reservado a los varones “notoriamente blancos”,
La ruptura de los monopolios
Una minoría de apenas 1,3% de blancos peninsulares nacidos en España, difícilmente podía hacer valer privilegios exclusivos contra el resto de la población. Esta tarea se le haría asimismo difícil al 20,3% de los blancos criollos, nacidos en Venezuela, que intentaron limitar la Independencia a un simple corte de subordinación política con España, apropiándose de los privilegios exclusivos y excluyentes de los peninsulares. La contienda inevitablemente abriría el paso a la participación política y militar, del 79,7 % de la población, integrado por las “castas viles” de pardos, negros e indios, que buscarían conquistar derechos sociales, económicos y políticos largamente postergados militando primero en las filas de la Corona y luego en las patriotas. Su abrumadora mayoría determinaría la caída de la Primera y la Segunda República, y finalmente el triunfo de la Independencia cuando ésta supo atraerlos a sus filas. Sabemos así cómo se mantiene el monopolio del pensamiento, prohibiéndoselo a todos menos a los ricos, y cómo inevitablemente se rompe.
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