sábado, 15 de noviembre de 2014

El elefante bocarriba
LA CRISIS Y DIOS CONVERTIDO EN CAPITAL
Federico Ruiz Tirado


Para la derecha tradicional y el conservadurismo rudo (entiéndase que estas denominaciones son especies de pleonasmos ni tan comunes ni tan corrientes: baste decir que Henri Falcón es de derecha, pero progresista, y se dice que ahora quiere ser socialista, o Pablo Medina, que se formó en una Escuela de Cuadros en la Unión Soviética por allá en los 60, y hoy día es uno de los actores más morbosos y sinvergüenza de la derecha encarnada en Diego Arria y El Nacional).
Estas “precisiones· hay que hacerlas porque  incluso en el  seno de cierta clase media que odia Mercal para va a comprar en sus sedes harina precocida y bife de chorizo, y que se proclama fatigada por la llamada "crispación", o sea por la crisis, así como -por qué no decirlo- también, en las entrañas de cierta intelectualidad de "izquierda” boba, desacelerada, hipócrita, disfrazada de desdeñosa y con una extraña filiación magnética con el poder desde el Pacto de Punto Fijo, presa de aquella enfermedad infantil caracterizada `por Lenin durante la coyuntura más dramática de la Revolución bolchevique, entre 1905 y 1917, el vocablo crisis es una especie de jarrón chino con telaraña barroca, una palabreja que sale de los labios más iracundos y o radicales de quienes militamos en la revolución cuyo sujeto histórico es el pueblo, los trabajadores, los "de abajo".
La crisis es un término inventado por Chávez y ahora por Maduro, he llegado a escuchar. Lo inventaron y sus efectos la han ubicado en la acera del frente para sobrevivir políticamente al –así llamado por ellos- descalabro del modelo socialista propuesto por Hugo Chávez. “Cualquier vaina, pulsamos el botón de la crisis y los descarrilamos”, es más o menos lo que quieren decirnos los genios de la derecha cuando ya no pueden andar en comparsa y empastelar el sentido común que priva en la acción del gobierno de Maduro.
Para los ricachones (Chávez dixit), el vocablo crisis no es la manifestación de un caos en el mundo, sino una prenda de vestir que lucen otros, ellos no: son hiperalérgicos a sus efectos. La crisis es nuestra.
Un grafiti expuesto por el escritor gallegos Manuel Rivas, puede darnos una idea de lo que hablamos: "Lo más caro es ser pobre". Eso sí que es costoso, y no lo niego. Para estos paleontólogos de la política, ser pobre es lo mismo que para para ciertos encopetados ideólogos del desarrollismo y/o ahora el neoliberalismo, que un eufemismo, un lego -o una parte de él-, de modo que esto que vivimos se parezca a la "realidad" que ellos aspiran que impere, para que ésta exista, para que el capitalismo nos aplaste y nos dejemos  aplastar por sus secuelas sin chistar.
El capitalismo no está fuera de nuestras fronteras: está en la Baralt, en los Centros Comerciales, en sus barbies de juguetes y de carne y hueso que lloran, mean, hacen pupú, piden compotas, despiertan a nuestras niñas a media noche con sus hábitos de princesas ociosas (y preciosas), vagas, que no sudan lo que son sino que son lo que sudan sus padres y madres trabajadores que por ese incontenible entusiasmo del consumo navideño o no, tienen que adquirir con sus utilidades.
Dios convertido en capital.
Que ocurre entre nosotros que no podemos frenar esa vorágine, esa miserable garantía de sobrevivencia y seguir pareciéndonos a "los de apellido"?
Desde la caída de la  Primera República hasta la Guerra Federal, la palabreja pareciera no acojonar sino a nosotros mismos. Desde Bolívar y Miranda, hasta Chávez y Maduro, hemos dicho a coro, crisis, crisis, crisis, vivimos hablando de ella. Interpelando al Estado rentístico pesar del boquete que dejó el Caracazo en el 89. Al excremento del Diablo. También se dice y se repite desde las cavernas de la derecha, para que la sonrisa de la Mona Lisa tenga sus matices, que la crisis es un problema de que Maduro no es un Presidente legítimo, inexperto, sectario, y que nunca dice la verdad.
El drama de que esté calando la noción de que no haya crisis (profunda, modélica, de civilización) en la mayoría (esa que se queja por la falta de cualquier producto), es tan grave como el cambio climático y las menguadas alternativas que tenemos los países que reclamamos a Bush o a Obama no firmar el fulano Protocolo de Kioto. La derecha no se pronuncia. Dice alguna parodia sobre el tema, que es una alucinación demencial de unos cuantos científicos y ecologistas. En la única energía limpia que cree la derecha es aquella que le proporciona el dinero que les envían desde el Norte. El cambio climático es una ficción, la crisis una entelequia.
Como el caso de la existencia de Guantánamo, que se sabe que existe, pero la derecha y la izquierda creen que es una película gringa donde, con suerte, un preso huye gracias a la traducción de un código secreto, y rojo. Ficción cinematográfica..
La crisis a la que me refiero es tan grave y la búsqueda de sus raíces profundas -que las sabemos- debe servirnos para extirparlas. El pueblo no puede seguir siendo víctima de ella, motorizando esa especie de corriente autodestructiva que el Presidente Maduro dejó en el tapete uno de estos jueves de Vivienda.



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