Retratos y recuerdos de los estudiantes mexicanos
Impacto. México vive momentos de horror por la posible masacre de los 43 estudiantes desapare-cidos, confesada por narcotrafi-cantes detenidos.
Leticia Pineda | Globo
Familiares de los estudiantes esperan nuevos datos sobre su paradero.
En pasillos y habitaciones de la escuela para maestros rurales de Ayotzinapa quedaron abandonados un celular, fotografías, anécdotas y una novia. Recuerdos de un rompecabezas que ahora muchos mexicanos quieren armar, para conocer el verdadero rostro de los 43 estudiantes que se teme fueron masacrados.
Un grupo de 25 artistas plásticos se unieron hace unos días para pintar retratos de los 43 jóvenes desaparecidos el 26 de septiembre en la ciudad de Iguala (Guerrero), a 200 km de la capital. Esa funesta noche, los estudiantes fueron atacados por policías y entregados a sicarios narcotraficantes que, según detenidos, los asesinaron, quemaron sus cuerpos y los arrojaron a un río.
Uno de los creadores, Samuel Espíritu, mezcla sobre la paleta tonos morados para lograr en el lienzo el rostro moreno y juvenil del estudiante Dorian González.
El artista sabe que Dorian viene de una comunidad indígena tlapaneca, enclavada en un pueblo remoto de la sierra de Guerrero, y que apenas hablaba español cuando ingresó a la escuela de la comunidad de Ayoztinapa para convertirse en maestro rural.
SU NOVIA PREGUNTA POR ÉL
Abel García Hernández también llegó a Ayotzinapa con la ilusión de ser profesor bilingüe de español y mixteco. Tiene 19 años y las mismas facciones finas de su madre, María Micaela Hernández. Esta mujer canosa y morena, que sigue vistiendo brillantes vestidos mixtecos, lo espera desolada en su casa de adobe del pueblo de Tecoanapa.
“Mi mamá es mixteca, no puede venir, no sabe nada de esto”, dice Óscar, hermano menor de Abel, cuando explica que ella prefiere no estar con el grupo de padres de los desaparecidos, porque no habla español.
Tecoanapa es un marginado municipio con polvorientas calles sin pavimentar cercano a la costa de Guerrero. De allí provienen siete de los jóvenes desaparecidos.
En ese pueblo, Abel dejó una novia que estudia el bachillerato y a la que su familia llama “la niña”. Todos los días la joven va a su casa a preguntar por Abel y hace compañía a su madre y su hermana Verónica en la angustiosa espera de novedades.
‘La niña’ es compañera de escuela de Óscar, quien no pudo abrazar a su hermano el 5 de octubre en el cumpleaños más triste de su vida. Lo esperó ansioso el día entero, sentado en el patio de la escuela. “Uno como familia se siente todo mal de no saber nada”, reconoce.
EL TELÉFONO QUE NO RESPONDIÓ
“Nos ha costado mucho dolor haberlo dejado venir” a estudiar a Ayotzinapa “pero era su ilusión”, rememora el padre del joven César Manuel González, un hombre blanco con botas vaqueras que ha tenido que dejar su empleo como soldador.
A César Manuel, recuerda su padre, le gustaban tanto los caballos que cuidó unas caballerizas antes de llegar a Ayotzinapa, y guardó con celo sus fotos y vídeos en un celular.
En esas imágenes, que sus padres encontraron en el celular abandonado en la habitación, aparece César Manuel guiando a un caballo que hace suertes. La fatídica noche los padres trataron de comunicarse con su hijo a ese mismo teléfono que nadie respondió.
“Sin maleta, sin dinero, sin nada, nos fuimos corriendo mi esposa y yo. Ya no lo encontramos”, recuerda entristecido. El hombre se emociona cada vez que recuerda las imágenes guardadas en el celular y dice que a veces su hijo llegaba a la casa en un caballo. En el hogar lo esperan su perro Lulú, el gato Tambor y el conejo Wiskas.
El joven, de 21 años, decidió abandonar la carrera de Derecho para irse a Ayotzinapa después de haber hecho unas prácticas de servicio social en una zona rural.
Horas antes de la tragedia, César Manuel estuvo trabajando con sus compañeros de escuela en unos campos de cultivo y llamó dos veces a casa. “Estaba muy bien, lo escuché cantando”, recuerda su papá.
“ESTO NO ES PARA TI”
A otro estudiante, Luis Ángel Abarca Carrillo, le decían que era muy tímido para una escuela de firme ideología socialista, donde la discusión política es una de las armas más apreciadas.
“Camarada, esto no es para ti. Tú eres muy callado”, le decía un compañero. Pero en el primer examen, que consistía en una presentación pública, sorprendió con un discurso “sin tartamudear, bien tranquilo, seguro”, recuerdan sus amigos con una sonrisa.
“Amincingo”, como le apodaban, compartía habitación con Marco Antonio Gómez, amante del rock y quien por las noches molestaba con bromas a los demás. Esa habitación ahora ha quedado en silencio y vacía.
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