Un poquito de decencia…
…eso es la felicidad. Lo dice José Ignacio Cabrujas en El día que me quieras. En su guion de La quema de Judas el jefe de la policía pregunta al malandro interpretado por el inmortal William Moreno por qué hicieron ese atraco. El malandro responde con una sonrisa tan cínica como inolvidable: «¡Es que en este país hay mucho real!».
Cuando fui niño los delincuentes, atracadores, estafadores, peculadores y afines eran una elite distinguida. No cualquiera se improvisaba, había que tener agallas y estilo. Cuando alguien se dedicaba a las fechorías le movía una honda vocación, un arrebatón de pasión por el mal. Pasaba años perfeccionando técnicas, imaginación estafadora, preparaban el asalto al banco con meses de anticipación y cuidado por el detalle y la prolijidad. No improvisaba sino que estudiaba, investigaba, escrutaba. Sabía a lo que iba y no dejaba que los acontecimientos le desbordaran. Fermín Mármol León decía que el crimen es un arte y el detective su crítico. Por eso Thomas de Quincey escribió su célebre tratado Del asesinato considerado como una de las bellas artes, que recomiendo incondicionalmente.
Hubo malandros célebres, sublimes, Petróleo Crudo, El Negro Antonio, El Negro Sin Fe, Pollo Indómito, El Pío, Hernancito. Eran personas disciplinadas, aplicadas, afanosas. Sus delitos eran obras maestras. Todos cayeron abatidos y su muerte fue un martirologio, El Ratón murió de un tiro en un ojo, limpiamente. A El Pío le hallaron un arsenal y un instrumental completo destinado al delito exquisito. Era un connoisseur, con savoir faire y todo.
Ahora cualquier carajito mala conducta quiere ascender de inmediato a la talla de malandro. Mi tío Julio Montoya cuando era niño quería ser obispo pero sin pasar por párroco. Como estos malandritos improvisados de hogaño, que matan por zapatos, un reloj, un celular que no llega ni a inteligente. Ahora quien te desvalija el carro es tu vecino, tu pariente, tu amistad, tu compañera de trabajo. Prolifera el robo oportunista, no puedes dejar un CD en el carro porque el parquero interpreta que se lo estás regalando.
Estamos a punto de llegar al comunismo, es decir, la propiedad común de los bienes, por vía del robo, porque por ese camino pronto todo será de todo el mundo. Quieres hacer una llamada y arrebatas un teléfono hasta que venga alguien que necesite llamar y te lo arranque.
Antes la corrupción era también cosa de elite. Como cuando Pérez Jiménez, que hubo cuellos blancos que brillaron por su estilo y elegancia, como uno que llamaban muy adecuadamente El Platinado, por ejemplo, hombre de mundo, de averías, de intrigas palaciegas, entre caballeros y damas tan sibaritas como él.
Ahora cualquier empleaducho quiere ser El Platinado, contrabandear, raspar cupos, guisar en Conviasa, Cavim, Mercal, Pdval. Cualquier guardaespaldas vende barato a su protegido con la complicidad de dos tombos de baja monta. Difícil administrar un Estado en que tanta gente no hace lo que tiene que hacer y anda distraída trajinando champús para venderlos en la buhonería pícara. Si la mayoría anda en eso no sé cómo las elecciones las gana la Revolución. O no es la mayoría.
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