¿ Nos acercamos a la tercera guerra mundial ?
Rafael Narbona
El conflicto ucraniano ha disparado todas las alarmas del sensacionalismo periodístico y ha propagado el miedo entre la opinión pública internacional. ¿Nos hallamos en el umbral de la Tercera Guerra Mundial? Sinceramente, no lo creo. Las sanciones anunciadas contra el presunto imperialismo de Vladimir Putin no incluirán en ningún caso una intervención militar de la OTAN, salvo que se produzca un brote de locura en la cúpula del poder del complejo militar-industrial estadounidense. Conviene recordar que la UE y Turquía solo son comparsas de Washington, con 452 bases norteamericanas en su suelo y un contingente de 75.000 soldados. Solo en Alemania hay 235 bases. En el resto de los países, las cifras no son menos elocuentes: Italia (83), Reino Unido (47), Portugal (21), Turquía (19). En el Pacífico, la situación es muy parecida. Japón, alberga 124 bases y 32.460 efectivos. En Corea del Sur, 87 y 28.000 soldados. Es indiscutible que Estados Unidos no es el paladín de la democracia, la libertad y los derechos humanos, sino un imperio que sueña con imponer su hegemonía en todo el planeta. Rusia ya no es una economía socialista, pero se resiste a la perspectiva de un mundo unipolar, que no significaría ni mucho menos el fin de la historia, sino la cristalización de una pavorosa distopía, con los rasgos de un totalitarismo sostenido por el control de las nuevas tecnologías y los grandes medios de comunicación.
Dudo que la OTAN lance una ofensiva con misiles equipados con ojivas nucleares. Rusia todavía es una potencia nuclear y cuenta con el respaldo de China, que también dispone de arsenal nuclear. Escuchar a Samantha Power, embajadora de Estados Unidos en la ONU, hablando de las “provocaciones rusas” y de la “responsabilidad de proteger” la soberanía y la democracia en el mundo libre, produce rabia y estupor, pues la desestabilización de Ucrania ha sido orquestada por las autoridades norteamericanas desde el exterior, con el objeto de forzar su integración en la UE y la OTAN. Después de estancarse en Siria, Estados Unidos ha abierto un nuevo frente en Europa del Este para cercar a Rusia y forzar su desmantelamiento. Su proyecto es sumir a Siria en un caos similar al de Libia, Irak y Afganistán. Es un paso necesario para consumar su anhelada destrucción de Irán. Por razones geográficas obvias, la caída del régimen de Teherán dejaría a Rusia en una situación de extrema vulnerabilidad. Algo semejante sucedería si Ucrania se balcanizara, convirtiéndose en un protectorado de Estados Unidos, que desplegaría bases y escudos antimisiles en su territorio, como ya ha hecho en Polonia y Rumanía. De momento, Estados Unidos ha enviado tropas y una docena de F-16 a Polonia y hace poco ha salido a la luz que en 2013 se utilizó el centro de entrenamiento de la policía de Legionowo, a una hora de carretera de Varsovia, para instruir a un contingente de ultraderechistas ucranianos en tácticas de guerrilla urbana y clases de tiro con fusiles de francotirador. Los alumnos de ese curso desempeñaron un papel esencial en las protestas en Kiev y el golpe de estado que acabó con el gobierno legítimo. No pretendo reivindicar el legado de Víktor Yanukóvich, pero quiero dejar claro que el objetivo de los golpistas no es asegurar un régimen de libertades, sino incluir a Ucrania en la esfera de influencia norteamericana, copiando el estatus de Kosovo.
Estados Unidos ha planificado transformar Rusia en una nueva Yugoslavia. Si lo consigue, podría apropiarse de sus riquezas naturales y frenar en un futuro el avance de China, que rivaliza por el puesto de primera potencia mundial. Mientras tanto, presiona en todos los frentes. Según The New York Times, Obama pretende que las compañías estadounidenses abastezcan a Europa de gas y petróleo, utilizando los yacimientos de Oriente Medio, África o incluso sus propias reservas de petróleo y gas no convencionales. Se prevé que Estados Unidos alcanzará la independencia energética en 2035, pero será a costa del petróleo y gas de esquistos bituminosos (Shale Oil y Shale Gas) que se obtiene de rocas sedimentarias arcillosas. El problema de los hidrocarburos de esquistos es que su extracción es muy costosa y afecta negativamente al medio ambiente. El proceso de extracción contamina el agua dulce, incluso en niveles muy profundos del subsuelo, y produce grandes emisiones de dióxido de carbono, agravando el efecto invernadero, pero eso no constituye un problema para Estados Unidos, que nunca se ha preocupado sinceramente del deterioro medioambiental. Lo cierto es que en el momento actual la UE depende del abastecimiento ruso para cubrir cerca de una tercera parte de sus necesidades energéticas. En algunos países la dependencia supera el 90% (Polonia y Lituania); en otros, se sitúa entre un 30% (Alemania, Italia), un 45% (Suecia y Rumanía) y un 75% (Finlandia y la República Checa). Estados Unidos intenta romper esa dependencia, bloqueando el gasoducto North Stream, que transporta el gas ruso a la UE a través del Mar Báltico, e impidiendo la construcción del South Stream, que utilizaría como ruta alternativa el Mar Negro. Ambos gasoductos bordean Ucrania, la principal vía del gas ruso hacia sus clientes de la UE, y dependen de un consorcio entre Gazprom y varias compañías europeas.
Rusia y China no se cruzan de brazos frente al expansionismo norteamericano. De hecho, son socios estratégicos en el G-20 y lideran el club de las potencias emergentes o BRICS. Su prioridad es crear un mundo multipolar que desinfle el imperialismo estadounidense y permita un desarrollo global más equilibrado, sin la coacción del petrodólar ni la tiranía de un sistema financiero controlado por el capital especulativo de la banca norteamericana. China y Rusia también son imperios comerciales, que buscan nuevos mercados, pero en el presente su ambición se materializa con grandes proyectos empresariales y no con una estrategia de la tensión orientada a desestabilizar países para justificar intervenciones militares, con un enorme coste humano y material. Es imposible predecir el desenlace de la crisis ucraniana. Estados Unidos dispone de 8.000 ojivas nucleares. 2.150 son operativas de forma inmediata. Francia e Inglaterra tienen otras 500. Si se suman, el potencial nuclear de la OTAN asciende hasta las 2.650 ojivas nucleares. Rusia posee 1.800 y China unas 240, pero Pekín mantiene una política de perfil bajo en estas cuestiones y rehúye los tambores de guerra. Al parecer, este arsenal –las estimaciones son relativas, pues cada país solo filtra la información que le interesa- podría destruir el mundo en cinco minutos. No creo que esté a punto de estallar la Tercera Guerra Mundial, pero si la locura se impusiera a la sensatez, se cumpliría la predicción de Einstein. La siguiente guerra –si la hubiera- se haría con palos y piedras.
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