Latinoamérica, ‘Un Pueblo sin Piernas pero que Camina’
Discurso pronunciado por el periodista colombiano Hollman Morris, al momento de recibir el premio internacional de ddhh de la ciudad de Núremberg, el pasado domingo 25 de septiembre de 2011. Lea a continuación el discurso completo de Hollman Morris quien retoma la frase del grupo musical Calle 13 como título.
El que aquí les habla viene de un gran barrio llamado Latinoamérica. Por mis venas corre sangre mestiza: indígena, europea y africana; en los genes de nuestra gente está la memoria de las tragedias, el sufrimiento, los sueños y las esperanzas. Tener memoria latina es saber que un día somos inmigrantes saltando fronteras, visitantes no deseados, prostitutas, exiliados, desaparecidos. Somos conocedores de gobernantes populistas y de crueles dictadores. Pero también está en nuestra tradición la capacidad eterna de resolver problemas e inventar en medio de las crisis.
Toda la gente de mi barrio comparte los mismos problemas y las mismas esperanzas.
Déjenme contarles:
Hoy al sur del continente se levanta un hermoso movimiento de jóvenes universitarios chilenos que protestan por más y mejor educación pública. Su consigna es válida en toda Latinoamérica. En nuestro continente una educación media y el acceso a servicios de salud no son derechos adquiridos sino mercancías que se transan como cualquier otra. Los jóvenes chilenos se opusieron a que les quitaran la poca educación que ya tienen, o que le subieran su costo, y consiguieron detener dicha reforma.
Si giramos al norte y nos vamos a México, vemos un movimiento ciudadano que se levanta en contra de la violencia del narcotráfico, en contra de los señores de la muerte, y en contra de la corrupción del mal gobierno. El México de hoy vive en el terror de la guerra de los narcos, mientras el gobierno responde con más violencia, y aprovecha para perseguir a líderes sociales, y encubrir a los corruptos.
Pero las Caravanas por la Paz que hoy recorren todo el país escuchando los relatos de familiares de víctimas de homicidio y desaparición forzada muestran que esas víctimas no son casos aislados. Insisten en recordar a sus amigos y familiares, recuperar la memoria, y llevar un mensaje de Paz.
A lo largo y ancho del continente los movimientos indígenas nos recuerdan que no todo en este mundo se puede comprar, y que no todo en este mundo tiene un precio. Que las personas no pueden valer por lo que producen y consumen. Nos recuerdan todo el tiempo que en las raíces de nuestros pueblos originarios las relaciones están mediadas por el NOSOTROS y no por el YO.
Hoy, cuando vivimos un nuevo boom de la minería, nuestros pueblos ancestrales nos recuerdan una historia de más de 500 años: la de los CONQUISTADORES DE “EL DORADO”. El Dorado, esa ciudad de oro que nuestros indígenas nombraban y que los conquistadores buscaron con frenesí en tiempos de la Colonia.
En su búsqueda los conquistadores arrasaron territorios, mataron indígenas y transformaron para siempre las relaciones al interior de la comunidad. Hoy ese “Dorado” son los grandes yacimientos de cobre en Chile, de gas en Bolivia, de carbón en Argentina, de oro en Perú y en Colombia, perseguidos por empresas poderosas con el mismo ahínco de hace cinco siglos.
Sin embargo, a diferencia de grandes líderes indios como Atahualpa o la gran Cacica Gaitana, los actuales jefes de nuestras naciones hacen que el camino de la explotación de los recursos por parte de las grandes empresas mineras del mundo sea muy fácil. La locura en la búsqueda del gran Dorado continúa y es el origen de una ola de violaciones de los Derechos Humanos, y causal de más violencia en todo el continente.
Nosotros seguiremos denunciando, pero hay que dar un paso más. No puede ser que grandes empresas sigan operando y aprovechándose de graves conflictos sociales, de la fragilidad de los gobiernos, y de la avaricia y poses de demócratas de algunos mandatarios latinoamericanos. No pueden seguir aprovechándose de esto para acabar con la vida y el medio ambiente de poblaciones, regiones y países.
Una mujer de la región bananera en Colombia, donde la multinacional Chiquita Brand financió a los grupos de extrema derecha e izquierda -apoyo, que terminó con el asesinato de miles de campesinos- dice: “aquí no hay mata de plátano que no haya sido abonada con un muerto”. Parafraseándola, tendremos que decir que en Latinoamérica no hay petróleo que no esté manchado de sangre; carbón que no esté envuelto en la contaminación de ciénagas; oro que no haya acabado con la vida y los recursos de comunidades indígenas en ese continente llamado Latinoamérica.
Nuestra lucha aislada, sin embargo, no será suficiente. Al igual que con uno de nuestros mayores flagelos, el narcotráfico, en el campo de la minería es necesario asumir con seriedad el principio de corresponsabilidad. No podemos seguir asumiendo el costo social, ambiental y en vidas humanas de estas luchas, en tanto los países del primer mundo no implementen políticas dirigidas a controlar la demanda por estos productos. Estamos dispuestos a cooperar, pero necesitamos gente indignada en el mundo desarrollado que se pregunte el origen y el cómo de tantos recursos naturales. Estamos cansados de ponerle muertos al desarrollo.
Déjenme terminar este viaje por nuestro continente mencionando otros dos casos preocupantes. En nuestra Guatemala indígena es muy probable que resulte elegido como Presidente un ex militar con un pasado lleno de violaciones a los Derechos Humanos. Mientras tanto, en Honduras son escandalosas las cifras de asesinatos de periodistas y su situación actual es muy preocupante.
Así, a pesar de ciertas mejoras que hemos visto en términos de democracia al comparar nuestra situación actual con la de hace unas décadas –cuando la presencia de gobiernos autoritarios se extendía por toda la región- es aún muy largo el camino que nos falta recorrer en materia de defensa de los Derechos Humanos. Esto debe ser parte fundamental de nuestra agenda.
Ahora permítanme hablar de mi casa en ese barrio: Colombia, país en el cual ni mis abuelos, ni mis padres, ni yo, ni ahora mis hijos, conocemos un solo día de Paz. Por el contrario, el árbol de la guerra ha crecido muy fuerte, echa raíces de odio y da como fruto una barbarie inimaginable que nos atrapa y se fortalece todos los días. Son cuatro millones de desplazados internos, campesinos humildes despojados de sus tierras; 50 mil desaparecidos; dos mil sindicalistas asesinados en las últimas décadas; 160 periodistas asesinados en 30 años. Y podría continuar citando cifras.
Siguiendo con las muestras de grandeza y de dignidad de nuestros pueblos, la sociedad civil en Colombia se reúne a hablar de Paz; una postura audaz en medio de un conflicto centenario. Y son precisamente las comunidades que más han sufrido el asesinato, desplazamiento forzado y la desaparición, las que hoy toman la iniciativa para buscar una salida negociada al conflicto; la única salida posible.
Otro gran ejemplo de que en la adversidad, Latinoamérica no se rinde; se levanta y sigue adelante.
En el último capítulo escrito de esta historia en Colombia, tenemos la apuesta por la guerra por parte del anterior gobierno. Una apuesta que algunos dicen que le devolvió la seguridad al país, pero sobre la que otros ponemos el acento en lo que nos costó.
Por ejemplo, la ejecución extrajudicial de más de dos mil jóvenes humildes por parte de las fuerzas militares; detenciones masivas y arbitrarias, y una persecución criminal desde los propios organismos de seguridad del Estado contra todo aquel que pensara diferente. Mi familia y yo fuimos víctimas de esa cacería al igual que más de 300 personas y sus organizaciones. Como si fuera poco, fue el propio ex presidente quien públicamente nos descalificaba, sabiendo muy bien que esa descalificación pública ponía en riesgo nuestras vidas.
Son muchos pasajes tristes los que deja esa persecución, pero de lo más dañino y enfermizo fue la estigmatización de todo aquel que pronunciara un discurso de Paz. Como consecuencia de esto, buena parte de la sociedad colombiana sigue viendo al defensor de los Derechos Humanos, al activista por la Paz, al periodista independiente, como enemigo de la sociedad, y no como lo que realmente somos: sus aliados.
Por eso hoy desde aquí y con ustedes como testigos, le pido al Presidente de Colombia Juan Manuel Santos que en un gesto de grandeza para con las víctimas de esa persecución por parte del Estado, convoque a un gran acto público de desagravio. Es necesario que a la sociedad le quede claro que en cualquier país que se diga democrático los defensores de los Derechos Humanos son vitales para su funcionamiento.
Aprovecho también este estrado en el marco de los tribunales de Núremberg que tanto bien le han hecho a la humanidad, para hacer un llamado por que los crímenes organizados desde el Estado durante el gobierno anterior no queden en la impunidad. En el caso del espionaje por parte de la agencia de seguridad del gobierno, las investigaciones han llegado hasta niveles muy altos y sus víctimas no creemos que el ex presidente Álvaro Uribe Vélez haya sido ajeno a estos hechos.
La realidad es muy dura, pero somos muchos los colombianos que desde diferentes frentes trabajamos por ver un país digno y en Paz; que no somos ingenuos pensando que la Paz es solo el silencio de los fusiles; sino que pensamos que la Paz consiste en reformas estructurales; en la redistribución de la riqueza del país, de su tierra; en acceso a servicios de salud y educación; e igual acceso a las oportunidades.
Exijo a la guerrilla que cese el flagelo del secuestro, que libere ya a todos los secuestrados que dé señales claras de una férrea voluntad de Paz. En este escenario no estoy solo. Hablo en nombre de muchos que son los destinatarios de esta distinción; los que esperan la justicia desde la soledad de las tumbas de sus seres queridos o aquellos de quienes nunca volvimos a saber; los que gimieron en la tortura y siguen gimiendo en el dolor de sus familiares; los que lo perdieron todo por culpa del terror y del miedo.
Este premio no será para mí de carácter pasivo; por el contrario, lo pongo al servicio de la Paz de Colombia; por la libertad de expresión y por los Derechos Humanos; para que haya más ciudadanos que puedan expresarse desde diferentes puntos de vista. Creemos que ciudadanos mejor informados serán más independientes y más libres. Creemos en la Paz y la libertad de expresión como derechos fundamentales de los hombres y mujeres del mundo.
Quiero agradecerle al alcalde de la ciudad de Núremberg, Ulrich Maly, a la oficina de Derechos Humanos de la ciudad de Núremberg y a su directora Martina Mittenhuber, así como a Doris Gross y a todos los que desde la alcaldía han trabajado y sacado adelante este premio. Agradezco también porque nuevamente han puesto sus ojos en Latinoamérica.
Le agradezco a mi equipo de trabajo en el programa Contravía con quienes estamos convencidos de que la pobreza y el sufrimiento tienen un rostro que la sociedad debe conocer. También estamos convencidos de que la voz de las víctimas tiene que escucharse más fuerte que las voces de los armados y de los poderosos, y también debe ser más fuerte que el ruido de los fusiles. Es la labor del periodismo que la voz de los más débiles que los más pobres suene más alto y suene más duro.
No puedo dejar de mencionar aquí a las cientos de personas que desde Colombia y el exterior han apoyado nuestro proyecto periodístico, en especial Open Society Institute y su programa Media Program.
Tengo una gratitud infinita por quienes siguen creyendo que en nuestro inmenso barrio, Latinoamérica, no todo se ha perdido. Por nuestros trabajadores, estudiantes, campesinos, e intelectuales, que día a día nos muestran que, tal como dicen nuestros artistas: Latinoamérica es ‘un pueblo sin piernas pero que camina’.
Finalmente, le agradezco a Patricia, mi esposa. También a mis hijos Daniela y Felipe, que a sus cortas edades han tenido que ver y vivir pasajes muy duros, pero que también saben que el trabajo por la gente y la lucha por un mundo mejor tienen sus momentos felices y sus reconocimientos. El camino aun es largo para dejarles a ellos un mundo que se merezcan. Un mundo más humano. Para eso estamos trabajando.
Voy a terminar mi discurso con una frase que ya hace parte de mi país. “Porque tenemos memoria, seguimos en Contravia”
¡Seguimos!
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